Principal RADAR NO Turismo Libros Futuro CASH Sátira

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Por Pedro C. Sonderéguer *

A finales de los años ‘80, Buenos Aires puso en marcha algunas experiencias, las convocatorias de “las 20 ideas para Buenos Aires” y el impulso a la participación de los barrios en amplios planes de difusión cultural: procesos que apelaban simultáneamente a la participación y a la memoria, a la propuesta y a la vindicación. Eran los primeros pasos para la elaboración de una estrategia proyectual contemporánea, como sostenía la convocatoria.

Fue en algún sentido, quizá, para la ciudad, la mejor época de la democracia recuperada. La participación ciudadana resolvía por sí misma una cuestión teórica ya para esos años anacrónica (la discusión sobre el método, la planificación y los saberes especializados en la cuestión urbana) y abría una posibilidad de resolución de una historia y de un futuro urbano problemático pero lleno de posibilidades: por el método mismo de elaboración del proyecto, implícito en esa apertura y en esa apelación.

La interrupción de ese proceso supuso un retroceso teórico que la ciudad ha pagado muy caro en términos de desarrollo de un proyecto propio. Hoy es probable que sea el momento de retomar ese camino participativo: memoria y proyecto son palabras que se alimentan recíprocamente, y la participación interdisciplinaria y la movilización ciudadana son las mejores herramientas metodológicas que tiene la ciudad para elaborar una estrategia proyectual.

En esa tarea, el reconocimiento del territorio y la lectura de las señales dejadas, a distintas escalas, por antiguos (inconclusos) proyectos, la recuperación no sólo de sus aspiraciones sino también de sus frustraciones y heridas –para desarrollar en esos casos operaciones puntuales de recuperación de la calidad urbana: entorno de autopistas, calidad del espacio público– son pasos no renunciables.

En términos de Juan Molina y Vedia, hay una ciudad herida, un Buenos Aires herido (podemos pensar: en su tejido urbano, en sus identidades barriales, en su funcionalidad económica, en su integración social, en la banalización de sus espacios, en su calidad ambiental). La recuperación de la ciudad pasa entonces por una lectura en profundidad de su forma urbana.

“El documento, es el edificio” (Bruno Queysanne). O, para decirlo con palabras de Alberto Varas: “... la expresión más clara de la ciudad, de todos sus procesos y su complejidad, quizá la única que puede transmitir todo de un solo golpe es su forma construida. No hay ningún otro instrumento que pueda describir tan acabadamente el fenómeno múltiple y complejo de la ciudad como no sea su forma” (Summarios 119).

Tomar el análisis morfológico como herramienta de una metodología inductiva contribuye también a escapar de la trampa ideológica en la que quedó encerrado el urbanismo de gabinete desde fines de los años ‘70. En cierto sentido, puede decirse que la lectura morfológica así descripta elude las críticas más usuales a la inducción, puesto que la base empírica de la reflexión se presenta cargada de contenidos (que hay que saber reconocer: formales, constructivos, históricos).

Adoptar esta posición supone aceptar la carga inseparable de reflexión y trabajo que acompaña al espacio construido, carga que se ha intensificado históricamente –incorporando la voluntad racional al peso de la tradición– y lleva a una visión del urbanismo como área disciplinar particularmente compleja. En cada edificio, en cada fragmento urbano, hay teoría y reflexión: finalmente “la obra responde siempre a las preguntas que se le hacen” (Le Corbusier). Este interrogar lleva a un ámbito compartido con la historia y la geografía: ese desplazamiento es siempre bienvenido.

* Director de la Carrera de Gestión Ambiental Urbana de la Universidad Nacional de Lanús.