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Jueves 24 de Febrero de 2000
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Todavía parte de una minoritaria subcultura urbana y con mucho de acto reflejo de imitación, el hip hop argentino despierta a la nueva década con un planteo básico: ser local o no ser. Así las cosas, estos chicos de tapa dicen lo suyo y piensan en el futuro del género.

TEXTO:PABLO PLOTKIN
FOTOS:TAMARA PINCO

Mientras en Estados Unidos el hip hop cambió de cara cientos de veces y se impuso como el género triunfador del planeta rock de los noventa, en la Argentina nunca consiguió entidad suficiente, ni mucho menos renovación y tampoco sintonía con el público masivo. En el norte se llamó –en todas sus variantes– Dr. Dre, Beastie Boys, Cypress Hill, Tupac Shakur, Beck, Lauryn Hill, Wu Tang Clan, Puff Daddy, Limp Bizkit. Fue rudo, sensual, permeable, cerrado, gangsta, gracioso, negro, blanco, chicano. Como ocurrió tantas veces, una música surgida de la Norteamérica negra se expandió hasta alcanzar a los blancos, y entonces convertirse en producto de exportación. Los cinco rappers aquí presentados pertenecen a lo que sería una tercera generación nacional. La historia empezó con el estereotipado y pionero mediático Jazzy Mel, después siguió con una camada aún vigente (la de Bola 8, el gangsta rapper Super A y otros tantos), y ahora aparece un puñado de chicos (muchos del conurbano bonaerense) que casi no sueñan con ser estrellas. Cierto realismo –probablemente transmitido por sus desencantados predecesores– se ha apoderado de la escena, y ahora los chicos sólo quieren divertirse, contar historias y “decir la verdad”. Pocos se toman en serio la leyenda gángster, simplemente porque aquí nunca la hubo en esos términos, aunque algunos de ellos viven en barrios donde no hay oro ni limusinas pero sí armas, drogas y cabezas rotas a la salida de las bailantas. Porque si en Estados Unidos los rappers son protagonistas de las historias que cuentan, acá se transformaron en testigos. Ser rapper en un barrio bajo del conurbano es ser el “bicho raro”, el pibe con los pantalones caídos, “el gil” que la va de gringo. Y desde ese rincón cuentan el mundo. Así que sólo les queda ir a las disco especializadas, juntarse con colegas y alimentar secretamente la ilusión de que algún día el hip hop se baile en cualquier esquina. Por ahora eso queda en otro planeta.

El Poeta
de Las Tinieblas

“Soy de Avellaneda, del lado sur de la provincia”, se presenta Luis Sebastián Castelli (alias Chiquito), una de las voces de Delincuentes del Sur. Con 22 años, El Poeta de las Tinieblas (su alter ego solista) canta su “visión del conurbano, lo difícil que es vivir de ese lado”. “Lo que implica salir un día a la calle, y volver a la noche, atravesar todos los días las tinieblas”, describe con tono sombrío este rapper que también es ¡analista de sistemas! La historia empieza cuando Super A se cruzó con él en un boliche y le propuso ser su segunda voz. Un tiempo después formó Delincuentes del Sur con amigos del barrio, y grabaron para el compilado Nación Hip Hop 2 (1999). “Me tienen encasillado en el gangsta rap”, explica Chiquito. “Yo no me encasillo en ningún lado. En ninguna letra digo que ando a los tiros. Hay gente mucho más gangsta que nosotros, yestá en el gobierno.” Casi toda la escena considerada gangsta se agrupa en ADS (Aliados del Sur), una organización virtual de las bandas y artistas de la zona. “Acá los mafiosos son pibes que escuchan cumbia y viven en la villa. Andan de fierro, cuidan el barrio. Eso pasa donde vivimos nosotros: Avellaneda, Gerli, Lanús”, cuenta el Poeta. “Y cada uno sabe las cosas que hizo y las cosas que hará. Decirlo es mandarte al muere, ¿entendés? Yo hablo de amigos muertos, presos, arruinados por la droga. El barrio. Pero hay cosas que podés contar y cosas que no. Algunas las cuento camufladas, y la gente del lado sur se va a dar cuenta de lo que estoy hablando. El resto de la gente va a tener que prestar mucha atención.”
“Ostentando el respeto que hemos ganado hace tiempo/ partiendo muñecas como un queso”, canta Chiquito en “Te Equivocaste”, de Delincuentes. ¿Alguien necesita traducción?

Calibre...
Alejandro Sotelo tenía ocho años cuando escuchó por primera vez Public Enemy, en 1991. “Dos chaboncitos que iban al colegio con mi hermana y vivían a la vuelta de casa habían estado en Estados Unidos. Yo los miraba y decía ‘qué onda’”, relata el artista ahora conocido como Calibre (17 años). “Un día me grabaron algunas cosas, y me gustó. Pero era re-pendejo, no entendía nada. Sólo me llamaba la atención la manera de vestirse de los chaboncitos.” Habitante de la Villa Primavera (o el Barrio Sur) de Quilmes, Alejandro empezó a rappear en 1995 al frente del grupo Mister Tu (homenaje a Tupac). Influido por el gangsta rap y el G-Funk, el MC precoz abandonó el combinado y formó Live 4 The Gun. En una fecha en Mex, un “boliche careta” de Quilmes, conoció a Jam, de Soul Nigga, que empezó a componer las bases para él. “Me puse Calibre porque mi papá trabajaba en la Prefectura, y yo siempre miraba el arma, la quería agarrar. Era toda una fantasía que me hacía con el gangsta rap. Estaba bueno”, recuerda. Con ese seudónimo grabó un tema para el compilado Argentina Under Hip Hop, colaboró con Puntero, Impala y Cultura Gangsta (aquellos chaboncitos del barrio), y participó de Entre el Cielo y el Infierno, un catálogo de artistas de la pequeña productora El Otro Lado. Ahora está a punto de sacar su primer Ep, Soy Dios. “Mi vieja me decía: ‘vos querés vivir del rap, querés ser Dios’”, cuenta. “Así que yo sacando un disco, aunque sea un simple, me siento Dios. Más en mi barrio, donde por ser rapero te dicen de todo. En mi barrio los gangsta escuchan cumbia: los chabones se agarran a los tiros, las minas se cagan a palazos. Y yo... Con alguno me tengo que agarrar, con otro me hago el boludo porque es más grande, ¿viste? Los villeros son así: le pegás a uno y te vienen 50 mil hermanos.”

Neia
Ella dice que le gusta escuchar “cosas con sentido, cosas positivas”. También dice que no le gustan las rappers que “se hacen mucho las perras”. “No me caben ni un poco”, enfatiza. Para hablar de los comienzos de Neia hay que hablar del presente. Acaba de iniciarse en el hip hop de la mano de su novio Juan Marcelo Bianco (alias Jam), responsable de la productoraEl Otro Lado e integrante de Soul Nigga. Noelia cantaba de chica en el coro de una iglesia de Quilmes. Nunca dejó de cantar, pero su vida rapper empieza con el dúo Rap Philosophy y los coros en el grupo de su novio. “Ahora decidí mandarme sola”, dice ella. “Cuando compartís un proyecto no podés decir realmente todo lo que querés, o al menos tenés que estar de acuerdo con la otra persona. Con Rap Philosophy teníamos una canción sobre el aborto, y yo la verdad es que no me sentía con derecho a hablar de eso. A mí no me gusta que las pibas aborten como si fueran al kiosco a comprar caramelos. Conocí una historia demasiado triste como para hacerme la proabortista.” A Neia le gusta Lauryn Hill, TLC, y de ninguna manera adhiere a la filosofía del rap callejero, compadrito y delincuente. “Entiendo el resentimiento de los gangsta rappers, pero no lo justifico. Para mí el rap no es un género de marginales”, define. “Esa no es mi realidad, aparte. No es que viva en una mansión, pero no ando peleándome en la calle. Además, no me parece bien andar tirándole mierda a la gente.” Mientras planea retomar el secundario, la chica de trencitas dice no tener esperanzas de comer del hip hop. “Quiero estudiar, para el día de mañana poder ser algo”, sigue. “Me gusta la administración de empresas. ¿El rap? El rap es diversión, aunque eso no quita que quiera llegar lo más lejos posible.”

Lord
Una definición de un rapper adolescente argentino que hace pedazos la mística callejera del género. “Si puedo estar en mi casa, tranquilo, mejor. Antes nos juntábamos en la calle, pero era demasiado rústica y problemática para nosotros.” Habla Lord (17 años), MC de Punto Cero y rapper de mente abierta. “El hip hop es una mezcla de estilos y culturas”, apunta. “Podemos escuchar salsa, o boleros, y meterlos en nuestros temas. El folklore, la música clásica, todo: si me gusta, lo escucho.” El esquema del trío que integra Lord se completa con otro cantante y un Dj. Surgieron de tres barrios porteños –Flores, San Telmo y Once– dos años atrás, con la idea de hacer rap sin instrumentación. Todo bases y vocalización. “El rap habla de cosas reales, es un espejo de la sociedad. Es el método más expresivo de decir la verdad. Y nosotros queremos mantener eso”, explica. “Acá todavía está esa cosa de decir ‘uy, estos pibes que se copian de los norteamericanos’. Y la verdad es que a mí no me atrae el estilo de vida de los gangsta. Esa es su realidad, y si tienen que matarse es problema de ellos. Mi manera de hacer hip hop va de acuerdo con mi modo de vida: yo no mato gente, y nadie tiene ganas de matarme, por ahora. Acá hay muchos que andan con arma sólo para copiar a los gangsta. Pero nadie se la cree. Si querés tiros, andá a Fantástico.” Lord pronostica un éxito inexorable para el rap argentino. Tal vez tardío, pero inexorable: “Puede pegar en dos años, en diez, o en cuarenta. Tarde o temprano va a pegar, porque es una música que se inserta en la sociedad. Es algo que a la gente termina gustándole”.

Ariel
Tres chicos de Villa Luzuriaga (San Justo) armados con casettes y algunos discos de hip hop francés y neoyorquino fundaron Conciencia Juvenil hace siete meses. De entonces a hoy, rapearon sobre escenarios de Isidro Casanova, el Centro, Laferrere, Tortuguitas. Cristian Ariel –18 años, alumno de cuarto año y aficionado a la aeronáutica– es uno de los MCs, y sabe que no hay que perder el tiempo. “Sobre eso cantamos... Me gusta aconsejar para que la gente no haga cualquiera. Me gusta decir la verdad”, pronuncia el muchachito, que canta cosas como “en el oeste donde la gente es humilde pobre como uno/ eso me llena de orgullo no como cuando voy a la ciudad me discriminan”. Apadrinados y producidos por Mike Dee (Bola 8), los Conciencia prefieren las bases tristes, con arreglos de violines, flautas, piano, bajo. Una densidad aprendida de los franceses. “Respeto mucho a los raperos yanquis –de ahí vino la escuela–, pero me gustaría que la cosa crezca acá, que la nación hip hop tenga su propio estilo”, opina. “Mi vida es bastante más común que la de un gangsta rapper neoyorquino –fiestas, problemas, limusinas–. En mi barrio no hay mucho de eso: salimos, vamos a bailar a lugares donde pasen rap, jugamos a la pelota. Es la vida común y corriente de cualquier chico de barrio. Yo elegí el rap porque era lo que más me servía para expresarme. El rock nunca nos sirvió para decir lo que queríamos, y la cumbia tampoco: la cumbia es más fiesta, y bardean con otras cosas. La juventud ahora está enquilombada, y es mejor tirar palabras buenas antes que tirar quilombo, como hacen muchos. Eso no me gusta.”