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Jueves 20 de Abril de 2000
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El cazador de sonidos

Y la banda
siguió tocando

JORGE LUIS FERNANDEZ

Cuando James Cameron decidió teñir su versión del hundimiento del Titanic con un dato ficticio, se inclinó por la obvia historia de amor entre Leonardo DiCaprio y Kate Winslet. Sin embargo, durante la tragedia ocurrió un hecho real tan o más heroico y atractivo que el de la ficción: según cuenta la leyenda, la orquesta siguió tocando mientras se hundía el barco, suceso también contado en la millonaria versión del cineasta autoproclamado “El rey del mundo” (ja). Entre quienes sienten nostalgia por esta epopeya se encuentra el músico inglés Gavin Bryars, que rindió homenaje a sus pares de la única forma que podía hacerlo: componiendo. Así surgió The Sinking of the Titanic, una de las obras cumbre más emotivas de la música contemporánea.
El Titanic llevaba a bordo un quinteto de cuerdas, y otros tres músicos que tocaban a la entrada del restaurante. Algunos sobrevivientes los recordaron como gente afable, que interpretaba a petición cualquiera de las 350 canciones incluidas en el songbook de White Star (la compañía del Titanic). Tras la colisión del crucero con el iceberg, los músicos se reunieron en el salón de primera para tranquilizar a la tripulación con piezas de rag y vals, y de allí pasaron a la cubierta. Pese a los datos, hay quienes sostienen que los músicos largaron sus instrumentos antes de la catástrofe; pero lo cierto es que ninguno de ellos quiso subir a un bote de salvataje, ni llegó a sobrevivir a la tragedia.
Enseguida salieron especulaciones sobre cuál fue la última canción interpretada. La sobreviviente Edwina Troutt aseguró que fue el himno “Nearer my God to Thee”. El mayor Peuchen afirmó haber escuchado “Alexander’s Ragtime Band” desde su bote. Y otro sobreviviente, el telegrafista Harold Bride, sostuvo que la orquesta tocó el himno episcopal “Autumn”. Algunos sospechan que hubo cierta confusión: Bride debió referirse a “Songe d’Automne”, un vals de moda en 1912. Pero Bryars, que siguió obsesivamente la historia de la tragedia, acabó convencido de que la versión de Bride era la más fidedigna (“él fue, después de todo –dijo-, responsable de la recepción de mensajes”). El himno sería usado como leitmotiv para su primera obra minimalista.
Gavin Bryars (1943) dio sus primeros pasos en la escena inglesa de free jazz como contrabajista del trío Joseph Holbrooke. Luego fundó la Portsmouth Sinfonia, y en 1969 compuso The Sinking of the Titanic para sexteto de cuerdas. La primera edición estuvo a cargo del sello Obscure, de Brian Eno; en esta reedición, el músico añadió campanas, instrumentos de viento con delay y el lamento de un clarinete, en homenaje al flautista de la banda. Su idea consistió en tocar “Autumn” en forma repetitiva, buscando sonidos “líquidos” mediante efectos, y una reverberancia que se extinguiera gradualmente, reflejando la percepción de música tragada por el agua. Nuevamente, su inspiración llegó del reporte de Bride a The New York Times, el 19 de abril de 1912: “El barco se zambullía como un pato, pero la banda seguía allí. Creo que todos se hundieron. Fue algo noble. Yo quedé flotando en mi salvavidas y todavía escuchaba ‘Autumn’. No puedo imaginarme cómo lo hicieron”.



¡Qué monentos!

LOS BUENOS
La frase “el pogo más grande del mundo” –irónica o no– antes del despelote monumental que se armó con “Ji ji ji”. Va a quedar para la historia como el “Gracias totales”, ¿no?

“Juguetes perdidos”, el domingo, y toda la coreografía que los 70.000 redonditos pusieron al servicio de su canción.

La renovada versión de “Preso en mi ciudad”, una perla.

El gozo por el gozo mismo que conlleva el corito de “Ya nadie va a escuchar tu remera” y la frase “un último secuestro, no, el de tu estado de ánimo, no”. No, por favor.

La salida a la cancha, sábado y domingo: bengalas, banderas, cohetería a discreción y una agitación que ni con los Stones, vieja.

LOS MALOS
Las corridas en el campo, el sábado. Nadie sabía para dónde agarrar ni por qué había que rajar. El ingreso de Basavilvaso y Figueroa Alcorta, el domingo. La Infantería pegó como si fuera la última vez.

Los chabones descontrolados que se pasaron de rosca con los cócteles y después pelaron facas, puntas y hasta cuchillos de cocina. ¿Qué les pasa, loco? No parecen redondos...

Crónica TV, por supuesto. Y el tipo que en los estudios de TN se las daba de sociólogo, explicando algo que nunca entenderá. Ah, y el que estaba en el móvil, asegurando que “todas las hinchadas del fútbol argentino cantan canciones de los Redondos”. ¿Cuál canción, chabón?

El subcomisario de la 51ª Carlos Cheroni, uno de los encargados del “operativo”, que dijo que todo había sido “una fiesta” (...).
l¿Fueron las últimas noches? ¿De verdad, Carlos?


Largo es el otoño
con el Sr. Gillespi
Amigos, llegó el momento de divertirnos Primera entrega

En este mundo desordenado, caótico, efímero, sin valores, en donde uno vive metido en problemas, en donde uno jamás puede llegar a ningún lado a horario, en donde pasar cada día es una verdadera aventura... En este mundo, amigos, es fundamental saber divertirse.
Un problema, hoy en día, es simplemente decidir a dónde ir o qué hacer.
Hoy les voy a dar algunos consejos y lugares para pasarla bien.

CINE
Ultimamente, el cine se ha puesto tan previsible y aburrido que es casi mejor quedarse en casa.
Absolutamente todas las películas son espectaculares en los primeros veinte minutos, momento en el que el director pierde misteriosamente toda inspiración, y cae indefectiblemente en cosas previsibles, lógicamente increíbles, efectos innecesarios y finales forzadamente lacrimógenos.
Lo que les aconsejo es que, pasada la media hora de proyección, se proporcione la diversión usted mismo, pruebe cambiar de asiento cada cinco minutos, y métale la mano entre las piernas a la persona que tenga alrededor. O simplemente tírese de cabeza en el pasillo fingiendo un ataque de epilepsia.

CONCIERTOS DE ROCK
La única manera de demostrar que a usted le gusta un concierto de rock es representar un espectáculo igualmente alocado y desenfrenado entre el público. Párese en las sillas, revolée todo el cuerpo, y (si puede) lance fuego por la boca. Posteriormente intente empujar a toda la gente contra el escenario al grito de: “¡muévanse, manga de idiotas...!”.
No se preocupe por nada, a la gente de rock le gustan las manifestaciones de afecto dramáticas y espectaculares, haga lo que haga es imposible que usted llegue a llamar la atención en medio de un concierto de rock.
Si el concierto es malo, espere a los artistas en la puerta para agarrarlos a trompadas; eso los hará sentirse medianamente importantes.

Próxima semana: eventos deportivos y museos. ¡No se lo pierdan!