Principal RADAR NO Turismo Libros Futuro CASH Sátira
NO

todo x 1,99

Clara de noche

Convivir con virus
BoleteríaCerrado
Abierto

Ediciones anteriores

 Fmérides Truchas  


Jueves 19 de Octubre de 2000

tapa
tapa del no

convivir con virus

MARTA DILLON

La semana pasada hubo un seminario, en el Congreso de la Nación, sobre “reducción de daños”, un par de palabras que causan sobre todo desconcierto en quien las escucha. Se trata de una estrategia útil para proteger a usuarios de drogas de daños colaterales que son perfectamente evitables, aun cuando la elección sea continuar consumiendo drogas. Más sencillamente se trata de proveer la educación y los medios necesarios para que, quienes elijan picarse, lo hagan con jeringas esterilizadas, en las máximas condiciones de higiene y sabiendo que no es necesario exponerse a infecciones, cuando con esas mínimas precauciones es posible estar a salvo. Aunque no lo crean, este mismo año, el Ministerio de Salud de la Nación abrió la posibilidad de llamar a las cosas por su nombre y asistir a quienes se inyectan drogas y no quieren o no pueden dejar de hacerlo. Claro que para que eso suceda la persona en cuestión debe demostrar que ha pasado por más de un programa de rehabilitación para drogadependientes y no ha tenido éxito. Recién después podrá recibir sus jeringas nuevas en algún centro de salud. En el mundo las experiencias son otras, en lugares como Amsterdam, en Holanda, o en San Salvador de Bahía, en Brasil, los servicios de salud son los que van a la calle a buscar a esas personas que necesitan jeringas, amparo, una oportunidad para sentir que a alguien le importa que ellos sigan vivos o no. En esos dos países, por citar ejemplos, la cantidad de contagios de vih por vía endovenosa se redujo en porcentajes muy alentadores –del 30 al 9% y sigue disminuyendo-, tanto es así que para argumentar en favor de la reducción de daños es posible hacer cuentas: es mucho más barato prevenir de esta manera los contagios que atender a las personas ya infectadas, proveerles medicamentos y atención en hospitales. Pero más allá de la cuestión matemática, y mucho más allá de lo tímidos que son los acercamientos a este tema, hablar de reducción de daños es alentador. Por un lado porque estaríamos dando un paso adelante en la convivencia. Reducir daños significa aceptar que existen otras elecciones –con las que se puede o no estar de acuerdo–, y que a pesar de ellas es más importante proteger la vida. En nuestro país el 43% de los que viven con vih se infectaron por causas asociadas al uso de drogas inyectables: es el porcentaje más alto de Latinoamérica. Quienes se inyectan no son aquí niños ricos con tristeza como en otros lugares del mundo sino en su mayoría jóvenes que nacieron sin opciones, marginados de la educación, el trabajo y la dignidad. La única opción que muchas veces tienen esos pibes que se pican en las esquinas con una única jeringa, que a veces ni siquiera lo es –también sirven los canutos de las bic o similares– es la que compromete su propio cuerpo. Eso es lo único que poseen. Ejercen violencia contra ellos como presos que se cortan para reclamar la atención de sus guardias. Tender una mano hacia ellos, decirles que nos importa que estén vivos, que nos importa –cuando hablo en plural hablo del Estado– su dignidad de personas más allá de la práctica que estén ejerciendo, es abrir un espacio para el diálogo, es darles una oportunidad, devolverles su categoría de prójimo –próximo–, un igual que está en otra situación al que se le ofrece la posibilidad de cuidarse.

[email protected]