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Convivir con virus
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Jueves 2 de Noviembre de 2000

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convivir con virus

MARTA DILLON

o es mucho lo que supe de ellos. Fue un encuentro fugaz, un par de comidas, un par de discusiones, un humito que echamos en los médanos de Chapadmalal, con el mar rugiendo atrás y el viento adelante metiendo arena hasta donde parece imposible. Para mí fue amor a primera vista. No bien entendí la indignación de David me sentí como en casa en un lugar al que no quería ir y que después me costó dejar. Estábamos en una mesa sobre Derecho y vih sida y, después de escuchar alguna pavada sobre el deterioro de las facultades mentales que produce el virus, David tomó el micrófono y no disimuló el hartazgo que le producen algunos términos .-”¿portador de qué?, yo sólo porto mi documento y porque me obligan”–. Hubo un guiño de Carlos, que oficiaba de coordinador, la risa de Carolina en la primera fila y una pregunta más de Andrés antes de que una de las oradoras ensayara una disculpa “por sus deformaciones profesionales”. Un rato después estaba sentada en el pasto con mis nuevos amigos, tomando el primer sol después de una semana de lluvia y hablando de amor y otros goces. ¿De qué más podíamos hablar? Todos vivimos con vih y esos temas están en la lista de nuestros favoritos. No es mucho más lo que supe de ellos, salvo que me ensancharon tanto el corazón que creí que ya no me pertenecía. Supe también que Carlos y Andrés estuvieron presos mucho tiempo. Que usaron ese tiempo para estudiar y para entender cuáles son las grietas posibles en el encierro y cómo resistir a ese poder absoluto que intenta ejercer el sistema penitenciario. Supe que Carlos tomaba sol en tanga en el patio de Sierra Chica, que vivió en el pabellón de homosexuales y que se las arregló para sacar escritos de otros presos, para redactar hábeas corpus y para acompañar a quienes morían de sida en la cárcel sin chance para nada. Supe que Andrés pasó por distintos penales, que entendió el valor de la educación en la cárcel, que estudió sociología y que lleva sus pastillas en un frasco tan grande que parece un misil, que David está en Argentina porque la represión en Chile lo obligó a exiliarse, que tiene marcas de picana, que su mujer sabe que es bisexual y que no le importa. Supe que Carolina no tiene vih pero está comprometida con sus amigos, que saca de su cartera las pastillas de Carlos, que es antropóloga y que colabora con la red de personas viviendo con vih en Olavarría. Supe que todos tienen ganas de pelearla juntos, que saben que éste es un momento de resistencia y que en este momento los encuentros tienen un valor que todavía no calculamos pero que pronto se va a sentir. Supe también que nos vamos a volver a ver, que éste es el primer paso de la amistad. Cuando a la noche nos juntamos a cenar y a discutir lo que queríamos, todos sacamos nuestras pastillas como si fuera un ritual que no tenía nada de secreto, tomamos todo el vino que pudimos y nos reímos de la cara de alguna gente cuando decimos que, además de querer seguir vivos, que además de querer nuestras pastillas en término, que además de todo eso también queremos dignidad, queremos coger, queremos enamorarnos. No es mucho lo que supe de ellos, pero fue suficiente para saber que no estamos solos, que nos vamos a volver a encontrar y que eso ya tiene la fuerza suficiente de un primer paso.

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