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Jueves 16 de Noviembre de 2000

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MANU CHAO COMO LATINO, UNA HISTORIA QUE RECIEN COMIENZA

Hombre de ningún lugar, hombre nuevo

El esperado desembarco en Buenos Aires, ocho años después de aquel mitificado show de Mano Negra, despierta una serie de situaciones colaterales que ponen a Manu Chao en el centro de la escena. ¿Nuevo mesías? ¿Vida artística modelo? Una bola de nieve en formación, hermanos.

PRODUCCION PABLO PLOTKIN
ESTEBAN PINTOS
FOTOS GONZALO MARTINEZ
ILUSTRACIONES REP

Buscale la hilacha que no se la vas a encontrar. Manu Chao encarna el modelo perfecto de artista creíble y comprometido del nuevo siglo, con perdón de la utilización de las palabras “modelo”, “perfecto”, “artista”, “creíble” y “comprometido”. Y “nuevo siglo” también. Pero es así. A él, además, no le importa todo esto. Pensemos: un europeo de clase media y cuna progre que ya suma una década de recorrida por Latinoamérica, entrando donde ningún europeo con mentalidad europea entraría, bebiéndose el aire de cada lugar, enrollándose con quien sea siempre y cuando él crea que vale la pena, acumulando una memoria de ritmos, frases y recuerdos que después se hacen canciones inolvidables. Pequeñas y redondas, con una idea central que roza algunos grandes cuestionamientos existenciales del ser humano o que simplemente reseñan un sentimiento en particular, en un tiempo y un lugar. Debajo, una coctelera rítmica que abreva en las fuentes del reggae como ritmo madre y se dispara de ahí hacia el infinito. Cabe buscar y encontrar en Clandestino, entonces, el primer antecedente histórico de un nuevo tipo de reggae: el reggae latino, tan filoso y subyugante como debe ser el reggae (no, el de Los Pericos no, por favor), pero dotado además de una poética única, simple y profunda a la vez. El tipo de viaje auditivo que propone Clandestino –un cd que debe figurar primero en un hipotético ranking de cd copiados y vuelto a copiar, reproduciéndose por ahí a cada momento– implica, además, un nuevo concepto sonoro. El disco como desarrollo gradual de una temática en particular –el ser de ningún lugar y de todos a la vez–, parcelado en pequeñas obritas de tres minutos y medio, con intervalos radialesambientales que reflejan un estado de las cosas en un continente fascinante. Semejante resultado en no más de cincuenta minutos de música. Nada de cinco discos a la vez e incontinencia de composición declamada.

La conjunción entre la obra (que es, por ahora, apenas un disco y un poco más si se le suman las canciones de Mano Negra) y el artista, el hombre y sus circunstancias, provoca un particular sentimiento de identificación con la gente. He aquí la vieja historia del músico que “es como vos y como yo”... Pero de verdad. No hay poses ni egos ni planes de marketing detrás. Sólo el rumbo que él decida, siempre con una guitarra a mano para tocar y cantar en el bar en donde lo encuentre la noche. De historias tipo como ésta –que en realidad resumen otras tantas–, se nutre una épica manuista que baja desde México hasta el sur de Sudamérica, ahora con calientes actuaciones en vivo como para alimentar el fuego de la naciente leyenda.
El hombre nuevo, el artista nuevo que ya es pasión de multitudes en Argentina (se vienen tres funciones a pleno, en Obras) cae parado en donde sea. Y cae bien. No le hace falta hablar siquiera, sonríe y... listo. Se engancha para todo, lo que sea: Manu habla decentemente español, portugués, italiano e inglés, además de su idioma natal, y es como una gran audioteca ambulante de canciones e inflexiones idiomáticas que va acumulando por el camino. Por la carretera. Ese es su hábitat natural.

Después, habría que empezar a intentar desentrañar por qué pasa lo que pasa con este hombre. Organizaciones sociales de toda clase y color que, en Buenos Aires, se disputan su “adhesión”, con el riesgo de transformarlo en una especie de Tupac Amaru after Bob Marley. La situación puede ponerse difícil si todo se queda en eso. Aclaremos: Manu Chao también está ocupando –otra vez las circunstancias de un hombre– un lugar que permanece inexplicablemente vacío. No hay rocker argentino (León Gieco es la excepción que confirma esta regla) que ostente semejante grado de invulnerabilidad del ojo ajeno. El ejemplo es válido en este sentido. A León también lo tironean para que eleve su rango de artista al de un símbolo social. Y ahí se mantiene indemne, con el paso del tiempo y los triunfos, empates y derrotas que todo hombre acumula. Pensar en Manu como el primer y único representante de un nuevo tipo de artista latino-global (él no es latino, ahí la gran paradoja), con rango y blasones de estrella, pero con la simpleza del músico callejero, ayuda a reflexionar hacia dondepuede ir el rock como cultura de movilización social, si es que cabe pensar en esa posibilidad. Al menos para este músico del que todos parecen estar esperando algo más, la posibilidad se ve, parece, se intuye, concreta. Vuelve a repetirse: esto recién empieza. Sin hilacha.

”El subte es la mejor escuela de música. Allí nos tropezamos unos con otros y fue en los túneles donde nació la Mano Negra. La pasábamos bien y ganábamos algo de dinero para comer. Luego empezamos a dar vueltas por los bares y la cosa se fue extendiendo. Nuestra guerra está en el rock, aunque se haya convertido en una señora muy seria, de tendencias conservadoras. El 90 por ciento de aquellos que dicen ser rockeros no lo son, los empresarios de rock son tan sucios como los agentes de Bolsa y mucha gente se oculta detrás de una campera de cuero. En los bares, gente sencilla resulta más punk que los chicos de la disco vestidos de cuero negro”
Al suplemento Sí, julio de 1992.

“Si América del Sur es la realización de un viejo sueño, Cuba es el viaje de nuestra vida. Tanto Tonio (su hermano) como yo hemos sido educados con el mito cubano. Una foto enmarcada de Fidel Castro ha reinado siempre en la cocina, sobre la heladera. Nuestra infancia fue acunada con relatos sobre nuestro abuelo, que había emigrado a Cuba, y se decía que había hecho hijos ilegítimos a marquesas. Por todo esto, el desplazamiento a Cuba significaba para nosotros un verdadero peregrinaje”
Carta de Manu al No, julio de 1993.

“En la Mano se fuma y eso se declara sin problemas. Ahora, a nivel cocaína... para nosotros es una trampa. Es una droga de mierda, es más bien un truco político, demasiado sórdido. Era absolutamente necesario que no hubiese droga en el tren (de hielo y fuego), pero no puedo decir que esto haya sido 100% respetado. El trato era así: si yo veía una sola línea de coca en el tren, me salía de esta aventura. Si los compañeros que jalan piensan hacer la revolución, son unos boludos”
Al Sí, julio de 1994.

“La frase world music es una mierda, puro marketing para vender discos. El único caso en el planeta que puede reivindicar las palabras world music es Bob Marley. Es un pasaporte en cualquier parte del mundo: en Africa, Argelia, donde sea, en cualquier barrio de América latina donde te van a acuchillar, una chapita de Bob Marley te puede salvar la vida”
Al No, abril del ‘94.

“Yo considero al fútbol un arte igual de importante que la música: un artista del balón es igual de importante que un artista con su voz. Y ‘Santa Maradona’ fue escrita por un fan del fútbol, pero el 95 por ciento habla de la mierda de hoy. Habla de peleas en la cancha, de racismo. Y yo soy fan de Maradona. Es un tipo con un destino fabuloso. Un bad boy, un rockero con destino de rockero, lo bueno y lo malo. Es Santa Maradona. Soy hincha de ese tío, de su vida, su trayectoria”
Al No, abril del ‘94.

“No me gusta la palabra nacionalismo. Quizás debería ser culturalismo, o nacionalismo aplicado a la cultura. Yo soy racista contra una sola raza en el mundo: la raza de los aduaneros. Más que nacionalismo, quiero que cualquiera pueda expresar sus ideas y su cultura propia”
Al No, abril del ‘94.

“El mundo entero se está mezclando, es una evolución evidente. El retorno de los nacionalismos y el racismo es una respuesta a esta evolución, es el miedo de los sectores más retrógrados a la mezcla de razas y culturas que se está dando en todo el mundo. El nacionalismo y el racismo que tiene lugar en Europa y Estados Unidos es algo antinatural, es un retroceso a la Edad Media”
A Página/12, julio de 1992.

“Clandestino era el cierre, no el principio de una carrera solista. Estamos siguiendo porque este disco generó una cosa tan interesante que vale la pena seguir. Si no hago lo que me apetece, paro. Tenemos esa política de la huelga general. Si hay un problema con la compañía, le decimos ‘no hacemos nada’. ¿Y el disco? No sale, y qué me importa. Lo copio en casa y se lo paso a mis amigos y me voy a la playa con mi novia”
A Página/12, noviembre del 2000.

“La única manera de cambiar las cosas es desde adentro. A la gente ya no se la controla con armas ni con bombas sino a través de la televisión. La tele es el arma con que el show business está controlando al mundo entero. El campo de batalla ahora está en la televisión, y no en el monte con una bomba”
A La Prensa, enero de 1995.

“Se está levantando por todos lados una fuerza entre la gente. Se levantan porque ya no aguantan más, ya no hay consignas políticas que valgan. Es como ‘no se puede más’. Estamos en una situación límite, esto va a estallar. Los diques van a estallar porque ya no se aguanta más. Y no es una cuestión política: es esto o la muerte” A Página/12, mayo del 2000.

Espontaneidad

Por Fidel Nadal

A Manu lo conocí en el año ‘92, cuando vino acá con Cargo ‘92, que se presentaba en un barco anclado en el puerto. Algunos habían llegado en ese mismo barco, otros habían venido en avión. Adentro había un escenario y hacían diversos espectáculos. Yo no conocía a Mano Negra, pero Sergio Rotman me prestó un casete y me gustó. Me sorprendió que mezclaran rock, hip hop y reggae, y que sonara bien. Así que cuando vinieron los fui a ver y les llevé un cd de Todos Tus Muertos. Ellos recién llegaban y el tecladista había roto un monitor en un programa de televisión (La TV Ataca). Ahí nos fuimos con Pablito (Molina) al centro, al hotel donde paraban detrás de Plaza San Martín. Estaban el tecladista y un plomo que también cantaba. Al rato fueron apareciendo todos y nos hicimos amigos; fuimos al barco, donde además de ellos tocaban Los Brujos y otras bandas de acá. Unos días después el manager se acercó y nos ofreció tocar en Obras con ellos. Al tiempo, me llamó Manu y me invitó a cantar en el disco Casa Babylon, así que me fui a grabar a París. Al poco tiempo, él y Fermín (Muguruza) vinieron a grabar para Dale Aborigen, y luego con Pablito nos fuimos de gira con Mano Negra por Europa. Canté con ellos en el primer concierto de Radio Bemba, en Bilbao. Mano Negra influyó mucho en los Muertos. En esa época también empezábamos a escuchar más rap, raggamuffin, corrido mexicano. Se juntó todo eso y salió Dale Aborigen. Clandestino, en cambio, no lo escuché. Siempre que estuve con Manu Chao –en Colombia, por ejemplo–, él estaba todo el tiempo con la guitarra y vivía con una gran espontaneidad, tocando de acá para allá, juntándose con la gente que le enseñaba el dialecto de cada lugar. Con esas frases él hacía canciones. Gracias a él, también, la gente me reconocía en Francia o España, porque recordaba el video de “Si la vida me da palos”. Ahora sé que estuvo tocando en vivo “Sé que no”. Me parece bien, aunque hace muchos años que ya no hablo con él.

¡Fuego, fuego!

EDUARDO FABREGAT

Fue algo sencillamente increíble. No sólo por las calidades musicales sino también por lo inesperado: ninguna de las mil personas que se acercaron a Obras tenía mayor idea de qué hacían esos franceses locos, que venían alterando las oficialidades del oficialísimo proyecto Cargo ‘92. Fue un golpe a traición: alguien tendría que haber hecho correr más la voz, hacer que ese Obras estuviera lleno de popular a popular. Pero las populares estaban vacías, y en Obras –créase o no– hacía un frío que congelaba las rodillas. Las patadas al piso ya eran un deporte general cuando apareció ese gnomo al cual la guitarra le quedaba grande, rodeado por una caterva de impresentables que incluían, sí, al desaforado tecladista que, al grito de “¡Esto es una mierda!”, había destrozado un monitor de Mario Pergolini en vivo y en directo. El petisito se acercó al micrófono y dijo una frase que ya entonces era marca registrada: “¿Qué pasa por la calle, moreno?”. Pero no esperó la improbable respuesta. El otro guitarrista –sólo después se sabría que se llamaba Roger Cageot, y que era el corazón de la banda tanto como Manu Chao– castigó sus cuerdas y desató el infierno.
El infierno fue dos horas y fracción de Mano Negra, en un show descabezador, sin pausas, sin baches y sin discursos: todo se unía sin mayor esfuerzo, y una docena de tipos iban de acá para allá como un solo bloque, del clásico del skiffle “Rock Island Line” (de Lonnie Donegan, el primer ídolo de John Lennon) a la trompeta combativa de “Indios de Barcelona”, del reggae enfermizo de “Bring the fire” a la falsa calma de “Don’t want you no more”, y de ahí al incendio final de “I fought the law”. Mucho antes de que sonara la única canción conocida en Argentina (“King Kong Five”), cada una de las mil personas estaba entregada al delirio. Y cuando el tema de The Clash terminó con todo el grupo lanzándose en picada a la platea, entre gritos de “¡¡A la cabeza!!”, nadie escondió un abrazo agradecido.
La aparición de una joven Mano Negra (en 1992 tenía sólo cuatro años y medio de vida) en Buenos Aires debe entenderse como una rara coincidencia cósmica, que este fin de semana encontrará su esperada continuación con su reencarnación llamada Radio Bemba. Ya no importa si en la calle abundan los asistentes a ese mítico show de La Mano, hasta superar largamente la cifra original. El punto es que nadie se atreva a perderse la revancha.