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Ciegos por naturaleza
En
momentos de crisis, y cuando el desenlace parece inminente y pisar
los depósitos es sólo el comienzo, el regreso a los
clásicos de Economía brinda, al menos, un poco de
luz ante tanta confusión. Con la colaboración del
profesor Mario Rapoport, que compiló enriquecedores párrafos
de textos de un economista de la primera mitad de siglo, se eligió
uno (por razón de espacio), escrito en 1931. No resultará
difícil adivinar el autor, pero es más atractivo mantenerlo
un poco en suspenso porque así se aprecia con toda su dimensión
su actualidad sorprendente para Argentina (al final de la nota se
brinda la información de la fuente y autor).
(...) Es la razón por la cual una baja de precios tan severa
como la que conocemos actualmente pone en peligro la solidez de
nuestro sistema financiero. Los bancos y los banqueros son ciegos
por naturaleza, no vieron lo que nos iba a ocurrir. Algunos de entre
ellos recibieron de buen grado la baja de precios (...).
En los Estados Unidos también esos bancos emplean a los llamados
economistas, que nos dicen que nuestros males vienen
de que los precios de tales bienes o tales servicios no han bajado
suficientemente, mientras que debería ser evidente que su
terapéutica, si ella fuera aplicable, amenazaría la
solvencia de su empresas. Sin embargo, un banquero sano
no es un hombre que ve venir el peligro y lo evita (...) Pero ahora
comienzan por fin a darse cuenta de la evolución de la situación
(...) En mi opinión, si se hiciera hoy en día una
estimación enteramente realista de todos los activos dudosos,
uno se apercibiría que una fuerte proporción de los
banqueros del mundo no son solventes; y si la deflación continúa
agravándose, esta proporción aumentará rápidamente
(...).
El capitalismo moderno enfrenta la alternativa siguiente: o bien
imaginar los medios de aumentar los precios a su nivel precedente,
o bien sufrir una sucesión de quiebras sobre una gran escala,
y ver derrumbarse nuestro edificio financiero, lo cual implicaría
un nuevo comienzo. Pero para eso tendríamos que pasar primero
por un período de despilfarro, desorden e injusticia social,
y experimentar una redistribución general de las fortunas
individuales y de los derechos de propiedad sobre la riqueza de
la comunidad.
Argentina no es el primer país en sufrir una crisis financiera
con las siguientes características: culminación de
un ciclo con patrón monetario rígido, apertura comercial
y financiera y despilfarro de recursos públicos. Lo sorprendente
de este derrumbe es la incapacidad del Gobierno para ponerle fin
a esa crisis, que por su extensa agonía sí se convierte
en única. Parecería que Domingo Cavallo quisiera desafiar
a la historia, intentando vías de escape que sólo
terminan acelerando el deterioro.
Resulta claro que el fin de la crisis, con cualquiera o todas las
D que se elijan (Devaluación, Dolarización, Depósitos
congelados, Desdolarización), producirá más
o menos daño en la economía. Pero el daño será
inmensamente mayor si no se hace nada esperando a que se recupere
la confianza de los ahorristas. En el actual contexto, la persistente
sangría de reservas implica un derroche de un activo social,
que debilita la posibilidad de una salida relativamente controlada.
Lo mismo pasa si no se detiene la fuga de depósitos. El colapso
del sistema financiero sumergiría a la economía en
una parálisis con derivaciones catastróficas.
En esta instancia de la crisis, a la que se llegó por los
sucesivos desaciertos de Cavallo, frenar la fuga compulsivamente
como se decidió el viernes a la noch, brinda la chance de
que resolución de la crisis será medianamente ordenada.
Pero ese es el primer paso, que si no es complementado con otras
medidas audaces, terminará en un caos con consecuencias muy
costosas para la población.
Fuente: Los
efectos de la caída de precios sobre el sistema bancario,
agosto de 1931, John Maynard Keynes.
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