Fernando
Esquizo Peña y una nueva criatura para provocar
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Si
un día cago en escena, hay tipos que van a pagar para verme
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El
señor Muchas Voces presenta nuevo espectáculo y personaje:
un asesino serial que toma conciencia de sus acciones y lo confiesa todo.
Con My name is Albert, with an A ya le va bien, tal como le ha ido en
este último tiempo. Aunque él sabe, lo tiene claro, que
cada cosa que lleve su nombre parecera cool y gracioso, hasta para los
que no entienden nada...
POR
ROQUE CASCIERO
Albert
es más caníbal que el doctor Hannibal Lecter y más
asesino que el Jason de Martes 13. El único detalle es que Albert
no lo sabe. No tiene idea de que provoca dolor cuando clava, corta o serrucha.
Su mente es tan infantil como para juguetear con un muñeco o como
para encariñarse con los restos de las personas a las que mata
y come. De pronto, en una sesión de psicoanálisis, Albert
descubre que tiene un problema (digno de toda una vida de terapia) y con
ello cobra conciencia de sus actos malignos. Por eso le pide perdón
a Dios en una espeluznante confesión que se parece a una orgía
de sangre, carne, cuchillos, sierras, tijeras y un arrepentimiento del
que no vale dudar, aunque difícilmente modifique su conducta de
psycho killer.
La confesión se llama My name is Albert, with an A, el unipersonal
que Fernando Peña presenta en La Trastienda. Y el atormentado asesino
es la última criatura creada por el actor que le da voz y personalidad
a la ex azafata cubana Milagros López, al político corrupto
Rafael Orestes Porelorti, al concheto sanisidrense Martín Reboira
Lynch, al bostero y ricotero Palito, a la travesti La Mega
y a otros personajes radiales. Además de su brillante y disparatada
labor en El parquímetro (de 10 a 14, por La Metro), y Tarde negra
y Animal de radio (Rock & Pop), el año pasado Peña montó
la obra teatral Esquizopeña, en la que sus criaturas tomaron cuerpo.
Fue durante una de esas funciones que nació Albert: Peña
se aburrió del personaje que estaba encarnando y se le ocurrió
salir adelante con un asesino serial de sonrisa torva y tics nerviosos
permanentes.
A diferencia de la nutrida galería que convive dentro de su autor,
hay poco de gracioso en Albert, salvo para los amantes del humor
negro el patetismo de su existencia. Es un tipo que odia la
vida porque siempre sintió que tenía una piedra en el zapato.
Pero el fondo de la cuestión es que nunca tuvo un zapato sino que
siempre caminó descalzo, dice Peña. Sin embargo, tal
vez por efecto de un reflejo condicionado, el día del estreno había
gente que se reía aún antes de que la obra empezara. El
actor ya ha cosechado seguidores fanáticos de las criaturas que
les causan gracia. Esos tipos nunca entienden nada: si un día
pongo un inodoro y cago, van a pagar por verme. Y eso no me merece ningún
respeto, se exalta el actor. Si esos van a ser mi público,
prefiero estar solo en mi casa. No sé, a mí me encanta Dustin
Hoffman, pero si me dicen que va a mear en el escenario, no voy.
My name is Albert... no sólo tiene el título en inglés:
toda la obra está hablada en ese idioma. Pero, entre la actuación
de Peña y el nivel básico de discurso de la trama (recordar:
el asesino sufre una regresión), cualquiera puede entenderlo, hasta
en los detalles. Por otra parte, dice el actor, no hubiera sido lógico
que Albert se expresara en otra lengua: El nació en Minneapolis,
no puede hablar en porteño. Además, acá no hay esa
clase de serial killers. En Estados Unidos encontrás ese tipo de
personas en los lugares en los que acá hay gente fashion. Este
tipo de loco es el que acá va a McDonalds o al cine. Allá
la gente no va al cine, porque es un lugar muy peligroso, hay muchas violaciones.
Alguna gente cree que la obra es en inglés porque quiero hacerme
el excéntrico, cuando es todo lo contrario: quiero conservar las
cosas clásicas y básicas. Si no fuera en inglés,
no sería creíble. Tampoco me voy a pegar un tiro... Bah,
no sé (se ríe).
Amenazaste con eso un par de veces.
Sí, a través de Palito. Mi sueño es hacerlo,
pero volver a ver qué pasa. El suicidio y la muerte rondan en mí
desde chiquito, son parte de mi naturaleza. Soy muy curioso y por eso
me atrae el misterio, porque la muerte es el único lugar al que
seguro vamos todos, pero que nadie sabe cómo es.
Decías que querés conservar las cosas clásicas
y esta obra es teatro más convencional que Esquizopeña,
que era más parecido al café concert.
Totalmente, porque estoy volviendo a mis orígenes. Nunca
ensayo, pero sí me preparo. Y esta vez recurrí a tomos número
uno de actuación, volví a muchas fuentes del teatro. En
Esquizopeña las uso, pero no son esenciales.
¿Cómo preparaste a Albert?
Estuve horas frente al espejo. He pasado noches sin dormir.
Siempre pongo música y empiezo a hacer movimientos frente al espejo.
Así le descubrí muchos tics a Albert: su parpadeo continuo,
los ojos abiertos, cuando se le tuerce la cabeza y se tilda, la risa perversa...
Eso me dio tanto miedo que una noche tuve que dejar de hacerlo, porque
no podía resistir el monstruo que era frente al espejo.
El año pasado ganaste fama de provocador por algunas declaraciones.
Por ejemplo, cuando le dijiste a Susana Giménez que tu infancia
había sido la de un puto triste. ¿Todo lo hacés
para provocar?
No es así. El tema es que siempre digo la verdad. Demasiadas
verdades, a lo mejor, más de las que quisiera decir. Pero es porque
soy así, me sale la verdad. Para mí, la verdad es siempre
lo mejor. Hay gente que piensa que lo hago para provocar, pero no, es
mi manera de zafar. Si lo que digo provoca a otro, que vaya a un analista.
No puedo hacerme cargo de eso. Si querés que te mienta, puedo armar
el verso más bonito, pero no tengo ganas de mentir. Mentir siempre
es el camino más largo: terminás enemistándote con
gente porque no recordás qué es mentira y qué es
verdad. Eso sí, me gusta provocar a los oyentes a través
de mis personajes.
¿Por ejemplo?
En algún momento no soporté más hacer
a Martín Revoira Lynch porque el público más grande
que tenía era de Revoiras, de conchetos que creían que era
un homenaje a ellos. Y no, estoy diciéndoles todo el tiempo en
la cara que son unos idiotas. Empecé a odiar al personaje cuando
empezaron a saludarme ese tipo de chicos. Entonces, como sabía
que escuchaban, me propuse abrirles la cabeza a partir de Martín.
Un día, como en una pesadilla, lo hice llamar a un prostituto.
Era la voz de un sanisidrense que jamás se acostaría con
un tipo por pura represión: los Revoiras se verían a sí
mismos levantándose a un pibe que cobraba y la cabeza les haría
un ruido tremendo. Esa es mi venganza.
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