Principal RADAR NO Turismo Libros Futuro CASH Sátira
NO

todo x 1,99

Clara de noche

Convivir con virus
BoleteríaCerrado
Abierto

Fmérides Truchas 

 Bonjour x Liniers

Ediciones anteriores


Jueves 22 de Febrero de 2001

tapa
tapa del no

convivir con virus

MARTA DILLON

La verdad, la verdad, es que hacía mucho tiempo que no sentía la violencia de la discriminación. Y cuando se bajan las defensas, los golpes se sienten más crudos. Resulta que me habían invitado a viajar a Australia, una invitación de la empresa de aviación de ese país para promocionar las bondades de esa inmensa isla, entre ellas la gran marcha del orgullo gay, lésbico, travesti, transexual y bisexual. Un evento que, a diferencia del resto del mundo, se celebra en carnaval, cuando se supone que toda la población, más allá de la opción sexual, está habilitada para el festejo. La idea era contar lo libre que es la gente allá, el altísimo grado de tolerancia, cómo se organizan las familias de parejas del mismo sexo, etc, etc. Todo muy lindo. Para ir a Australia se necesita una visa. Visa que solicité y que completé a tono con el carácter de declaración jurada que tiene, es decir con la verdad. Entre las preguntas que se formulaban en el cuestionario figuraba una que decía: ¿ha tenido usted tuberculosis? Sí, marqué sin dudar en el casillero correspondiente y aclaré cuándo había sido este evento y cuándo había completado mi tratamiento. Esta respuesta, evidentemente, preocupó a las autoridades de la embajada, que decidieron mandarme una carta en la que decían que necesitaban más datos míos. Dos larguísimos cuestionarios en los que se investiga mi historia clínica, qué tipo de medicamentos tomo, si sufro o sufrí alguna vez depresiones, dolor de cuello y otra serie de pavadas. Pero eso no es todo, la embajada me obliga, en el caso de que siga con intenciones de viajar a tan tolerante país, a someterme a todo tipo de análisis médicos, con un profesional que ellos designan y al que le tengo que pagar por lo menos 80 pesos –según lo hablado por teléfono–, y a quien debo permitir que hurgue en mis intimidades, intimidades que deben viajar a Australia para que allí autoricen o no la visa. No alcanza con los certificados del hospital público al que concurro, no alcanza con saber que terminé con éxito mi tratamiento. Ellos quieren saber más. Si el problema es la tuberculosis, ¿para qué corno quieren un análisis de orina? ¿O de sangre y no en ayunas? ¿Por qué me piden esto a mí y no al resto del mundo? ¿Será porque la tuberculosis es indicativa del vih, sobre todo en el tercer mundo? ¿Qué hubiera pasado si decía que no la había padecido? “Espero que no sienta que la estamos tratando como si tuviera tuberculosis”, me dijo la señora de migraciones en correcto castellano. “Lo que siento es que me están tratando como si fuera sospechosa, siento que esto es francamente discriminatorio y que además enviar los análisis a Australia es negar que en mi país existe un sistema de salud y médicos responsables.” Ajá, dijo la señora. Mucho no pareció afectarle. Todavía no me hice los análisis, ni sé si me los voy a hacer. “Estas reglas son para todos”, dijo la señora, pero no es cierto, esto es para quien por ejemplo, ha padecido tuberculosis y me permito la sospecha de que también abarca a quien tiene vih. No sé qué voy a hacer, no puedo creer que tengan algún problema con dejar entrar a gente que vive con vih, pero lo que es seguro es que después de este episodio mi idea de la famosa tolerancia en Australia es otra. Evidentemente pueden tolerar a los físicamente aptos. A lo mejor creen que ya están todos en su país. A lo mejor creen que este concepto existe.

[email protected]