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Jueves 26 de Abril de 2001

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convivir con virus

Seguramente mucho más lento de lo necesario, pero en el camino voy aprendiendo. Aun cuando de tanto en tanto creo que ya no queda demasiado por descubrir, aun cuando pienso que ya sé, que esto ya lo vi, ya lo viví, ya lo sufrí, aun entonces algo más se muestra y soy de nuevo alumna, como no quiero dejar de serlo nunca. Si no fuera por este delantal tan manchado por el tiempo y los golpes que siempre me doy en los recreos, diría que estoy empezando cada vez mi primer día. Pero por suerte están esas manchas para decirme que no, que no, que no hay modo, que este día es éste porque detrás hubo una sucesión de lecciones que aprendí o no, pero que fueron dadas. Y todos esos días que me preceden, todos esos días y esas experiencias que me fueron construyendo, tal como soy, con estos pocos dientes y estas muchas marcas, lo que me falta y lo que me sobra, eso es mi vida y ésa soy yo. Y no hay nada definitivo en esto, hay una certeza sí, unas cuantas tal vez, muchas menos que las incertidumbres, pero son esas dudas, esos espacios que se abren, esa cosquilla de no saber todo lo que vendrá lo que sigue definiendo la arquitectura de mis emociones. Lo que sigue tallando las cinco letras de mi nombre. Más de una vez sentí que llegaba al final, más de una vez pensé que se me iba la vida detrás de un amor, de un dolor, de una traición. Y sin embargo seguí adelante; es más, los días siguieron por delante de mí y tuve que apurar el paso para ponerme a tono con el sol y sus ciclos. Más de una vez me sentí encerrada, asfixiada, arañando las puertas que creí haber cerrado definitivamente. Y con alivio supe que todas las llaves de las puertas que he cerrado están en mis manos. Y otras que me cerraron en la cara también enseñan una rendija por la que volver a mirar. Parece una certeza estúpida afirmar que la vida continúa y que en ese ritmo todo puede cambiar, incluso aquello que el tiempo parecía haber ocultado bajo tormentas de arena. Parece estúpida, pero para mí es toda una revelación. Algo se mueve más allá de mí y aun cuando caminamos en círculo, un mínimo paso al costado, un abrir y cerrar de ojos, habilitan el cambio y los cruces son posibles y el círculo dibuja una espiral por la que es necesario subir o bajar, pero mirar otros horizontes. La vida sigue, no he muerto de pequeñas muertes, sigo aprendiendo a caminar aun sobre las cicatrices que quedaron después de haber pisado las brasas. Todo se mueve y yo también. Nada me da más alivio que las pequeñas sorpresas cotidianas, que saber que tengo un nombre, que no cambia, pero que aun así sus bordes se imprimen cada día como tallas en la corteza de un árbol, con esa impronta flexible de lo que cambia, pero que aun así, permanece.

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