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Jueves 6 de Septiembre de 2001

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convivir con virus

”¿Hay que decirlo o no?”, fue la pregunta que descerrajaron los medios durante la semana pasada a todo aquel que viviera con vih y se prestara a la consulta frente a los micrófonos. El disparador había sido la “confesión” de Fernando Peña, nada amigo de la corrección política, de su condición de “sidoso de mierda”. Uso las comillas para confesión porque ése es el término que usaron los medios y que aprovecharon para extenderlo a otro tipo de secretos develados referidos a las elecciones sexuales de los que se decidieron a hablar. Con la tradición católica que llevamos a cuestas es imposible no pensar que en ese acto (el de la confesión) está implicito el pecado y el arrepentimiento, aunque más no sea el arrepentimiento de haber caminado por las sombras. Ahora que ya fue dicho es posible que el confesado guarde su bajo perfil, establezca relaciones estables o por lo menos lo más parecidas a las que estamos acostumbrados, fieles y heterosexuales. Tal vez por eso la elección de los términos de Peña, que lejos de buscar ecos en la compasión, suena en los oídos como una uña en el pizarrón. Él dice en voz alta lo que la mayoría bienpensante murmura o almacena para futuras confesiones (“Hasta que te conocí no me animaba a tomar mate con alguien que tuviera sida”, por ejemplo). ¿Hay que decirlo o no hay que decirlo? Obviamente en este marco contestar esa pregunta es un atrevimiento, ¿cómo saber lo que HAY que hacer? Cada uno hace lo que puede y sin duda algunos contamos con más redes que otros al momento de lanzarse al vacío. De todos modos imagino que cuantas más voces se escuchen, más lejos quedará el espanto y ya no será tapa de revista el que alguien se acueste con hombres, con mujeres o con ambos. Y en el caso particular que nos atañe –el del vih–, tal vez sirva para plantear una zona de grises bastante vital. Quiero decir, en lugar de temer por la fuente de trabajo en el momento en que se dice “vivo con vih”, estaríamos preocupados por mejorar las condiciones laborales de esa misma persona para que vivir más, como prometen las pastillas, signifique también vivir bien. Y sí, estoy hablando de cierta franja de afortunados que alguna vez ingresaron al mercado laboral y otra serie de beneficios. Y sí, ya sé que la mayoría de los que viven con vih tendrían que plantear primero cómo hacer para comer todos los días. No sé si hay o no hay que decirlo, para mí es más fácil hablar y dejar que el resto se haga cargo de sus propios temores. Y si se trata de registros, últimamente prefiero el de Fernando Peña rasgando las vestiduras de quienes inventan términos para nombrar lo que la calle escupe. No hay mejor manera de neutralizar los términos despectivos que apropiándoselos, sino pregúntenle a cualquier amigo gay cuánto le gusta la palabra puto para usarla entre los amigos. O la palabra torta a cualquier chica que prefiera irse a la cama con otra chica. A mí lo de sidosa me sigue dando en el hígado, pero como en un juego de niños, a lo mejor de tanto repetirla empieza a perder sentido.

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