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Jueves 11 de Octubre de 2001

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convivir con virus

Puede fallar. Todo lo que conocemos puede fallar, eso ya lo aprendimos. Puede ser que hayas incluido en la lista del supermercado la cajita de doce forros tan prácticos para diseminarlos por toda la casa (vale decir: mesita de luz, living, baño, cocina, nunca al sol ni detrás de la estufa, recordar que el látex es sensible al calor y puede dañarse). Puede ser que te hayas animado y hayas exigido a tus progenitores o a quien se haga cargo de la famosa lista del súper que incluya en la lista de necesidades básicas a los preservativos (¿en qué otra lista podría anotárselos?). Puede ser que te hayan hecho caso, que te hayan traído tu cajita de doce. Que hayan conseguido esos tan prácticos que ofrece ahora una conocida marca importada, que vienen en una cajita redonda con solapa para abrirlos más rápido y encontrarlos en la posición justa en la que hay que ponerlos –¿cuánto tiempo se pierde comprobando si están al derecho o al revés?, ¿cuántos se han perdido por empezar a desenrollarlos de manera inadecuada?–, con el espacio al que hay que quitar el aire hacia arriba, listo para tomarlo con ambos dedos y empezar a desenrollarlos desde la cabeza hasta la base –del pene, obviamente, aunque sabemos que hay quien los tiene permanentemente puestos sobre los ojos–, en ese momento dulce que anuncia lo que vendrá. Puede ser, incluso, que hayas recordado dejar alguno en la guantera del auto, en la billetera, en la cartera, en el bolsillo de tu campera favorita, en el chiquito del jean o en la riñonera. Pero puede ser también que ese día, justo ese día, te hayas cambiado de campera, se te haya roto el auto o tu papá no te lo haya prestado, te olvides la billetera porque llevás la plata en el bolsillo o el bolsillo esté vacío porque alguien lo vació para lavarlo. Puede ser que ese día, manoteando desde el sillón del living hacia esa cajita mágica en la que ocultaste los condones, te des cuenta de que alguien más dio cuenta de ellos, que los de la mesa de luz fueron abiertos para explicarle a alguna amiga cómo hacer la bendita maniobra, que haga más tiempo del necesario que no vas al súper porque apenas podés comprar algo más que lo que se encuentra en el almacén de la esquina (donde no hay cajas grandes y a veces ni siquiera forros). ¿Entonces? ¿Qué hacer? ¿Salir corriendo al quiosco más cercano mientras ves cómo todo a tu alrededor queda mustio o deprimido? ¿Vestirse rápidamente y poner entre los dos un juego de mesa? Retroceder nunca, rendirse jamás en sus diez versiones sería la consigna, aunque haya que cambiar un poco los planes. Seguramente hasta ese momento de decisión la pareja, o el grupo en cuestión, haya estado ocupada en juegos diversos que se pueden seguir jugando hasta el final. Puede ser una buena oportunidad para ver cómo él o ella se complacen en soledad, para hacerlo juntos, para cruzar las manos. Como reza el viejo dicho, también se puede avanzar con la lengua, tomando las precauciones del caso –no tener heridas sangrantes ni aftas– y siempre que las condiciones ambientales sean aptas (una 69 en el auto no es lo más cómodo que te puede pasar; ni hablar en un baño cualquiera). En fin, todo puede fallar. Pero una parte de voluntad y otra de buen humor pueden remontar cualquier desilusión. Y ya sabemos: lo que no mata, te fortalece.

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