Algunos años antes de que el neologismo googlear formara parte de la oralidad hispanoparlante, “Ilegales”, dentro de la cultura pop, aludía únicamente al grupo de rock español. Sin embargo, tras la aparición de la homónima banda dominicana, Jorge Martínez, creador de la agrupación asturiana, prefirió compartir la patria potestad del nombre con los pioneros del merengue house, a iniciar un juicio. “Estaban trabajando”, justifica el cantante y guitarrista en un bar de Palermo. “Llegamos a coincidir en Cuenca (Ecuador). Mientras ellos se presentaban en una discoteca para 500 personas, no- sotros actuamos frente a 15 mil. Somos artistas con estilos musicales muy diferentes, lo que me da más gracia”. Si bien los autores de “Fiesta caliente” son más populares en la Argentina, su homónimo ibérico, a 37 años de su fundación, finalmente actuará en la capital rioplatense, hoy en The Roxy (Niceto Vega 5542), a las 20, con la intención de fulminar del imaginario local a los caribeños. Y vaya que tiene argumentos para hacerlo. No sólo por su potente show en vivo, sino también porque sus integrantes son tan incorrectos que nunca nadie los olvida.

–¿A qué se debió este debut tan tardío en Buenos Aires?

–Intentamos venir desde 1987, pero ahora fue que pudimos hacerlo.  Dependíamos de las discográficas y, ¡qué podían esperar éstas de nosotros! En países como Ecuador, Colombia y México se nos conoce muy bien. Aunque no hay nada más excitante que empezar desde cero. Es como cuando ibas al colegio, comenzabas un curso y no sabían que eras el malo del lugar. A pesar de que en Argentina hay artistas muy buenos, no hay ninguno como nosotros. Me lo dijeron unos amigos argentinos. Por eso vinimos.  

–Después de dos décadas de actividad ininterrumpida, disolviste el grupo para llevar adelante un proyecto que distaba musicalmente de Ilegales. ¿Por qué lo hiciste?

–Hubo un momento en el que no tenía canciones para Ilegales. Podíamos haber hecho lo que hicieron muchos grupos, que fue tocar los temas que tuvieron éxito en el pasado y no ofertar nada nuevo, pero a mí eso me parece indigno. Entonces armé un proyecto, que venía acariciando desde hace rato, donde recuperé música de los años ‘20 hasta la época previa a los Beatles. Tanto los españoles como los latinoamericanos somos muy dados a no valorar lo nuestro y todos los estilos fueron muy influyentes en el rock and roll.

–En 2015, volvieron al ruedo con nuevo disco, La vida es fuego, lo que dio pie para la gestación del documental Mi vida entre las hormigas (2017), que presentaste en abril pasado en Buenos Aires, a manera de preámbulo de su primer recital porteño. ¿La película sirvió para revelar el trasfondo del grupo o alimentó ese imaginario iracundo que gira en torno a ustedes? 

–No todo lo que se dice ahí es bueno. De hecho, no estoy de acuerdo con muchas cosas. Pero fue la visión de los directores, Chema Veiga y Juan Moya. En medio de la gira, aparecieron en el camarín con la propuesta de hacer la película. Si bien anteriormente tuvimos otras ofertas, todas terminaban cayendo en el publirreportaje. Sin embargo, la suya tenía un planteo diferente: querían ponerse a grabar, hacer entrevistas y recopilar el material que estaba disperso por ahí. Se merecen una medalla por haber hecho un documental digno de llamarse así. 

–Su más reciente álbum, Rebelión (2018), repasa el catálogo musical de la agrupación, cuyo sonido oscila entre el punk, el rhythm and blues más tradicional, el jazz, el hard rock y el pop rock. A partir de la salida del documental, ¿lo considerás un trabajo revisionista?

–Rebelión funciona muy bien porque está perfectamente situado en el momento histórico que vivimos, por lo que va al grano y sin muchos preámbulos. ¿Qué si es revisionista? El arte es pendular: siempre estamos yendo y viniendo. Se trata de un disco duro porque los tiempos también son así. En España, y en Europa en general, hay una alta contestación al neoliberalismo, lo que se evidencia en las luchas callejeras. Hay una hastío a la corrupción, al punto de que cada día entran nuevos políticos a la cárcel. La crisis de hace algunos años generó un clima de tolerancia cero para con esta situación. Y el disco refleja ese hartazgo. 

–¿Ese arrebato rockero es asimismo una respuesta al auge del trap y del reggeatón en España?

–Es una tontería ese comentario generalizado de que el rock va a acabar o que será destronado por otros géneros. Hay muchos tipos de música que están en auge y otros que van a venir, y probablemente ninguno de ellos sobreviva al rock. El documental logró que muchos críticos, y hasta la comunidad intelectual, reconsideren la actitud que tenían ante nosotros. Ilegales es un artista incómodo porque nuestro discurso no carece de contenido. La obligación de un artista es ampliar las fronteras de la libertad creativa, y no intentar caerle bien a todo el mundo para vender más. Ese tipo de conductas me parecen repugnantes.

–¿Por qué te gusta ser incómodo? 

–Es una necesidad social imperiosa. Subirse al escenario para no decir nada me parece no sólo irresponsable, sino también una estupidez. 

–Apenas salió el primer disco de Ilegales, titulado igual que el grupo, te convertiste en un juglar de la distopía dentro del rock español. Tus canciones nunca pasan inadvertidas, a tal grado de que se te vinculó con el fascismo. ¿A quién se le ocurre titular un tema “¡Heil Hitler!”, antes de la caída del Muro, “Europa ha muerto” o “Destruye”? 

–Cuando tocamos “¡Heil Hitler!” en Berlín, a los alemanes les sorprendió mucho. En un momento de la entrevista, no se atrevían a traducir la letra: “En la noche alemana, los judíos rezan”. Tuve que explicarles que no fuimos nosotros los que se dedicaron a matar judíos, sino sus abuelos y padres. Cuando le pones el ojo a hechos históricos, parece que fuiste tú el que los provocó. Pero son otras personas. Aunque también dejaremos nuestra impronta.

–El grupo que liderás surgió en tiempos de la Movida Madrileña (primavera cultural post caída del franquismo), pero nunca se lo consideró parte. ¿Los excluyeron o vos confinaste a la banda?

–Revisando una colección de recortes de entrevistas que nos hicieron, recuperé uno en el que se nos relacionaba con el fin de la Movida. Decían que la habíamos acabado. Esa escena se caracterizó por no saber tocar y por ser liderada por pijos (chetos), mientras que nosotros éramos lo contrario, así que se nos recibió con cierta algarabía y alivio porque éramos el final de todo eso.

–Ilegales sobrevivió a todo, incluso a ustedes mismos. Tras tantas formaciones diferentes, incluidas las muertes de dos bajistas, sos es el único miembro que se mantuvo de forma estable. ¿Se trata de un proyecto unipersonal?

–Cuando uno de los componentes del grupo no puede asumir la dirección musical, por la razón que fuese, él mismo busca a su suplente. Willy Vijande (bajista de los primeros años de la banda) fue el que trajo a Alejandro Blanco (falleció en 2016), lo que habla de su generosidad. Después de ese fallecimiento, volvió a sustituirlo. Importa más el proyecto que las individualidades. Es así.