Los siete discos anteriores ya hicieron bastante para cimentar la impresión, y Las Lunas viene a agregar sus argumentos: cualquier alusión a la canción rock made in Argentina no puede prescindir de la mención a Estelares. El nuevo disco de la banda que asomó en la escena platense en el último lustro del siglo anterior es otra cabalgata para animar los corazones, encender el espíritu y hacer brotar esa clase de felicidad que solo pueden provocar las “melodías frescas, hermosas” de las que habla Moretti. Como sucede con grandes obras como Ardimos, Sistema Nervioso Central o Una temporada en el amor, este álbum es un vino que añeja con excelencia, que seduce a la primera escucha pero en cada repeat revela nuevas capas, otras formas de provocar la emoción.

Aun con ese raro efecto temporal, sin embargo, Las Lunas ofrece de sobrepique un puñado de clásicos instantáneos. Ahí está “Este misterio”, con ese aire al Virus más cancionero pero con inconfundible marca Estelar, piano y guitarra en delicado equilibrio para estallar en el estribillo que asegura que “entre la niebla ya se deja ver el sol”. Ahí aparece “Horneros cantantes”, montada en un ganchero riff de guitarra y un oscuro sonido Hammond que conduce a esa clase de canciones-Moretti que son pura emoción. O la lennoniana “Los cielos parlantes”, que en la mera enunciación de “bocinas, mil niños, hora escolar” dibuja toda una puesta en escena, hasta caer en la afirmación de que “el amor es mejor que esta soledad”. O “Ríos de lava”, otro título que sirve para identificar el ADN de Estelares, canciones que abren la ventana e inundan todo de luz. Y, claro, el ya acostumbrado cierre de serena épica en los discos de la banda, en este caso representado por la bellísima “Se rompe el pasto”, que se apoya en el piano de Germán Wiedemer, provoca por enésima vez las ganas de cantar, pone el moño, hace sentir que Las Lunas pasó como un suspiro y es necesario darle play de vuelta.

Y hay más, claro, porque cada quien elegirá engancharse por el lado brioso y juguetón de “Hecho un mono”; el brote plenamente rockero de “Montañas de amor”; el melancólico aporte de Pali Silvera en la hermosa “Tu partida”, o el pulso disco, invitación a mover la patita, de “Las lunas”. En su capacidad para transmitir melodías que se meten fácilmente bajo la piel, en la personalidad interpretativa de Manuel, en la siempre elegante guitarra de Víctor Bertamoni     –ese tipo capaz de clavarla en el ángulo con solo cuatro o cinco notas bien colocadas–, en la presencia estable del baterista Javier Miranda, el tecladista Eduardo Minervino y el guitarrista Guillermo Harrington; en los aportes de Sebastián Escofet, los Super Ratones y la sección de vientos, Estelares entrega otro disco para colocar con orgullo en una discografía que nunca defrauda. Y vuelve a subrayar el concepto: no, no se puede hablar de canción rock hecha en Argentina sin mencionarlos de inmediato.