El delirio puede ser el mejor lenguaje para entrar en la política y en la historia. Mucho más si se recurre a un símbolo tan campestre como la vaca que, a pesar de su lugar común, no deja de sufrir y contener demasiadas imágenes, de ser un nexo entre diferentes etapas temporales.

El grupo Mínimo se aventura en Que todas las vaquitas de Argentina griten Mu a un código que une el absurdo con un formato que recuerda al lejano Todo por dos pesos. Un poco porque las asociaciones se animan a una arbitrariedad extrema y ese azar que invade la escena resulta de una gran utilidad para conjugar mil momentos de la actualidad y del pasado en torno a una serie de devaneos que se vuelven permeables a una serie de situaciones conocidas.

Primero ocurrirá una destemplada guerra de Troya que se parece demasiado a un show televisivo donde un esclavo llamado Majul va a brindar su humor maléfico en esas musiquitas que entona con su voz como una suerte de telón de fondo. Emiliano Formia se muestra en todos los personajes que realiza a lo largo de la obra como un comediante original, que saca la risa de un cuerpo expresivo, sufriente y nervioso como un modo de señalar que en todo humor hay tensión, hay drama, un fulgor que podría decantar en tragedia.

Después vendrá la familia italiana, como una evocación de la inmigración asumida desde el esperpento. Allí, en ese mundo bastante salvaje donde todxs se besan en la boca y se tocan el paquete, las escuálidas vacas ya no sirven para sobrellevar la mishiadura. En Que todas las vaquitas de Argentina griten Mu el humor no siempre se sostiene en referencias concretas, lo que hace más difícil la interpretación. El grupo de actores más una actriz logran darle a cada escena el brillo de una técnica que siempre atraviesa el delirio y lo vuelve disfrutable desde la risa. 

Eugenio Tourn parece uno de esos capo cómicos que contienen el texto desde su histrionismo y Cristian Jensen juega el contrapunto como un payaso serio. Tanto Jensen como Formia entienden los roles femeninos alejados del estereotipo. El trabajo de Formia en el capítulo final, cuando debe interpretar a Fabiana Fever, una actriz en la mediana edad que ha quedado desactualizada en los procedimientos actorales, tiene una complejidad que va más allá de la risa y vuelve a su creación central en un contexto donde todo el elenco funciona de una manera bastante armoniosa y calculada, como un contraste necesario para mantener el delirio de la trama. 

Ximena Banús es la única mujer que encarna una comicidad minuciosa en su construcción de la abuela italiana y de la actriz adolescente. El cambio que realiza entre la actriz y el personaje en la escena de la filmación, donde logra una emoción casi realista en el medio de los devaneos de ese director cool que encarna Jensen, habla del humor como un mecanismo para pensar también a los personajes y los modos de actuación.

En un espacio barroco, los actores y la actriz portando su cabeza de vacas construyen una puesta que no le teme al desorden y al caos pero la intervención que realiza Juan Francisco Dasso desde la dirección apuesta a la capacidad de un elenco que despliega variados recursos y procedimientos para hacer que la risa desborde en anécdotas que parecen no tener relación entre sí pero que contienen esa ferocidad del fracaso. 

Que todas las vaquitas de Argentina griten Mu se presenta los jueves a las 21 en el Espacio Sísmico (Lavalleja 960, CABA).