Un hombre cree que le aumentarán su sueldo y lo dejan en la calle. Un pibe vende sangre para bancar la olla en casa. Una madre empuja el carrito y junta basura para sacar unos mangos. Mientras, un millonario se exhibe todo el día en una pantalla y ofrece un “Manotazo de ahogado” para las familias que están por caer fuera de lo que la sociedad llama “el sistema”. Si todas estas escenas le resultan familiares, puede deberse a dos motivos: usted ya vio Los Albornoz (delicias de una familia argentina) o tiene los ojos bien abiertos a la realidad. Es que la obra de Los Macocos, así de hilarante, grotesca y delirante, también es dramáticamente actual 18 años después de su puesta original. El grupo integrado por Martín Salazar, Daniel Casablanca, Marcelo Xicarts y Gabriel Wolf volverá a ponerla en escena en CPM Multiescena (Av. Corrientes 1764) hoy. En junio habrá dos funciones, los últimos dos viernes del mes a las 23. En julio las funciones serán a las 21 tanto viernes como sábados. Esta ocasión Los Albornoz cuentan con la dirección de Sebastián Irigo y la producción de Comodines. “Fue raro porque en verdad nunca habíamos tenido productores, pero no porque queríamos ser independientes y rechazábamos propuestas, sencillamente no sucedía. ¡No teníamos más remedio!”, cuenta Salazar.

En la entrevista con PáginaI12 aparece una dinámica entre los cuatro actores aceitada por casi 35 años de trabajo conjunto. Más allá de las pausas en su historial, están juntos desde 1985; si Salazar aparece como el locuaz y el primero en tomar la palabra, atrás aparece Casablanca agregando densidad a la reflexión, mientras Xicarts hace los comentarios justos para encauzar las ideas de sus compañeros y Wolf aporta precisiones de todo tipo. En el medio, las carcajadas que son mejores que llorar, porque la risa revitaliza.

“En realidad esta es la segunda reposición”, advierte Wolf. La primera, señala, fue en 2007, y Casablanca reconoce que en 2007 Los Albornoz no dialogaban tanto con la realidad. Salazar cuenta que esa primera experiencia sucedió durante un momento “crítico” para el grupo, mientras preparaban otro espectáculo y con todo escrito el productor interesado había abandonado el proyecto. “Habíamos pasado todo el año sin laburar, no teníamos un peso y fue más una cosa de repertorio, de poder hacer algo para pagar el puchero de fin de año”, recuerda. Esta vez la reposición también los encuentra preparando otro espectáculo, pero con mejor fortuna: una producción interesada y un teatro seguro. Además, reconocen, la situación social, política y económica pide a gritos la reposición de una obra crítica como Los Albornoz. “Este regreso tuvo varias etapas, porque empezamos por volver a trabajar juntos y consensuar qué queríamos hacer, pero también el contexto pide y hay que salir a decir estas cosas”, considera Wolf a su vez.

Xicarts reconoce que durante muchos años el espectáculo “había envejecido, perdido vigencia”. Una mejora generalizada de los índices sociales y económicos, y un modelo orientado a promover el consumo podían dar pie a críticas, pero dejaban poco margen a los objetivos naturales de Los Albornoz. “Hoy la verdad es que parece escrito puntualmente para esta crisis”, se asombra Casablanca. “Cuando nació la idea del espectáculo era apenas un sketch dentro de Macocrisis y era avanzado para la época, pero hoy es como si estuviera escrito para el presente”, reflexiona. Macocrisis es de 1995. Ese sketch evolucionó luego al espectáculo completo que se estrenó en 2001, en una nueva evolución de la crisis financiera argentina y que ahora retorna. Con retoques, anticipan los actores. “Hay algo del lenguaje inclusivo; Irigo, el director, nos ayudó a retocar, emprolijarnos, limpiar mucho el texto, cosa que ya veníamos trabajando con Marce de antes, buscándole nuevos enfoques por las contingencias sociales y tecnológicas”, cuenta Salazar.

Una de esas contingencias es la irrupción irrefrenable de las redes sociales y la hiperconexión desde los celulares. La obra original planteaba un caso extremo de reality show en que un hombre (un “rico y famoso” al estilo tapa de Gente) filmaba toda su vida. “Hoy todo el mundo se filma las 24 horas, pero en el 95 no. Cuando empezaron los realities nos parecían algo absurdo, ¡y siguen siéndolo! Pero ya son tan masivos que los tenemos más normalizados, en ese momento era una locura, ¿cómo que hay gente que duerme, se ducha y tiene cámaras filmándolos?”, plantea Salazar. Si la obra original tenía televisores por toda la sala y una cámara tomando la obra y el público, en la nueva puesta hay una única pantalla y la transmisión es desde un celular. “Ernesto Común” ahora es “Ernesto Network” y el resultado es un enorme diálogo con géneros televisivos de hoy y de “ayer”. Al reality show se le agrega el regreso de concursos televisivos con los que levantar unos mangos (mezcla de ¿Quién quiere ser millonario? con los llamados telefónicos de Susana Giménez); el celular en mano recuerda la hipermediatización de la vida cotidiana y la propuesta dramatúrgica misma de la estructura familiar en crisis rememora las grandes familias televisivas de antaño, como Los Campanelli: un género en retroceso en la TV local. Casablanca señala la versión local de Casado con hijos, que aún se repite como enlatado. Ante la consulta de este medio, los actores debaten. Consensúan en que la TV nacional ya no tiene la producción de antes, pero que en algunos programas a los que se accede por cable o plataformas digitales sigue apareciendo el recurso de romper la cuarta pared con el televidente y “comentarle” aspectos de la trama, como hacen ellos en el primer acto de Los Albornoz. 

Martín Salazar: –Lo de la familia disfuncional sigue vigente.

Marcelo Xicarts: –Bueno, pero si es por eso Sófocles vino antes. Se animó a más, arrancó fuerte.

M. S.: –“Un muchacho que se animó a más”, una versión de Edipo.

Daniel Casablanca: –¡Esto no puede estar pasando!

M. S.: –En Argentina siempre funcionó esa cosa de la familia y que entra un agente externo que rompe con eso. Tito Cossa tiene un montón de eso. Nosotros medio que afanamos esa cosa de estructura teatral tana.

D. C.: –Es el grotesco de Discépolo. El final del segundo acto, cuando el pibe pregunta por el papá que está muerto y grita “¡Vamos! ¡Papá Campeón!”.., esa mueca destruida, eso es re discepoleano. Y cuando lo hicimos ni lo pensamos.

Pese al tiempo transcurrido y la inevitable deriva social, la obra sigue vigente con apenas mínimas modificaciones. “No hay cambios tan grandes, ¿eh? El espectáculo era el mismo, apenas hay algunas cosas de texto porque cambian las épocas”, observa Casablanca. Lo que antes era surrealista, o parecía una exageración delirante, hoy es casi naturalista. “Lo que nos pasó, por ejemplo, es que nunca había sucedido como ahora que esté tan cara la comida, entonces los personajes viven comiendo menudos de pollo pasados y esas cosas”, agrega Xicarts. “Cuando estrenamos en 2001 el tema eran los cartoneros, porque en el 95 había una crisis espantosa pero no era tan común la miseria de ver una familia entera comiendo en la calle como en 2001, y que ahora volvió”, agrega Salazar. “Federico García Lorca ya decía allá por el veintipico que ‘suben el volumen de la radio para acallar el grillo de la conciencia’, y hoy pasa lo mismo con la tele, porque si sos un poquito consciente no sé, te largás a llorar, tenés que tirarte ahí mismo, ¿qué hacés? ¿La revolución? No podés caminar por la calle normal”, plantea, y observa que en cuatro cuadras vio no menos de diez personas durmiendo y comiendo en la calle, apenas pasados los cuatro días de lluvia constante.

Casablanca trae a colación el rol de los medios. “‘Y nadie miró pa’fuera porque estaban mirando la telenovela’”, recita a Blades. “Hay una cosa futurista que estamos viviendo en la que los grandes medios de comunicación incomunican, desinforman”, señala y Xicarts lo llama “la creación de una consciencia paralela”.

M. S.: –Siempre fue así, ya lo dijo el Ciudadano Kane, pero ahora más que nunca es vender una cosa por otra. Por ejemplo, una vez en la tapa del Clarín sacaron como una noticia el reality del día anterior, el Bailando. Es como poner en tapa de un diario qué pasó en una telenovela: “¡Y no era la hija!”, como si hubiera pasado de verdad y no ficción. ¡¿Me estás jodiendo?! ¿Me estás transmitiendo como algo de lo real algo que claramente es de la ficción? ¿Y me lo ponés en la tapa?

M. X.: –Al mismo tiempo hay cosas de la realidad que aparecen en Los Albornoz que son tan actuales. No sé, ahora está todo tan caro que la gente consume menos y entonces se exporta energía, y eso te lo venden como positivo. Pero acá te cagás de frío. No es que hay más. Se usa menos porque no lo podemos pagar. Y afuera lo venden más barato de lo que lo pagamos nosotros. ¡Una locura!

D. C.: –Nosotros le ponemos chiste a una realidad extrema que cuando la ves decís “esto no puede estar pasando”. Y pasa.

–Pero se supone que ese es el sentido del humor, ¿no?

D. C.: –Sí, pero es que si esto lo hacés realista no se puede, sería casi pornográfico.

M. X.: –¡No te viene a ver nadie!

D. C.: –El humor lo lleva a este lugar donde podés deglutir que si no te pasó, te puede pasar o le está pasando a alguien al lado tuyo. Me parece que el humor y la comunión del público con nosotros haciéndolo permite compartir lo que estamos viviendo, a dónde hemos llegado. Está bueno compartirlo porque si no lo que vivimos todo el tiempo es una queja, un llanto, y “uy, qué difícil, ¿viste el subte? Qué bajón”. Juntarse para reírse un poco de eso te pone por un momento la cabeza en otro lugar. No está mal reírse.

M. X.: –No, es más vital, incluso.

D. C.: –Además te acerca a una comprensión. Porque creo que en algún lugar lo que están haciendo es entristecernos. Porque servimos tristes.

M. X.: –Y... ¡ahorrás energía! (risas generales)

D. C.: –Claro, “¿a quién vas a votar? Y... si son todo lo mismo...”, te quieren así. Si te juntás, te burlás, te reís, se te mueve algo.

–El grotesco es una gran herramienta de la dramaturgia ante las crisis.

M. S.: –Creo que en ese sentido, otra cosa que nos pedían, es que tenemos algo de la vieja tradición teatral, algo en nuestra forma de actuación.

G. W.: –Es el estilo.

M. X.: –Un estilo que se perdió con las dictaduras. A nosotros nos marcaron como investigadores porque veníamos a reconectar con algo que se había cortado. Porque no sólo habían cortado la economía de la gente, sino las corrientes culturales populares.

D. C.: –Pero nosotros arrancamos de la desinformación. Lentamente fuimos llegando al surco. Nos dijeron “Pero ustedes hacen lo que hacía tal y tal”, “usan tal recurso”.

–¿Son más autoconscientes que cuando Los Albornoz salió originalmente?

M. X.: –Después de investigar tantos años sí, pero nunca fue un objetivo. Otros grupos de nuestra generación derivaron en otra cosa, como De la Guarda.

D. C.: –Para mí debe haber algo en el gen teatral del cómico. Cosa que también tiene que ver con lo que uno ha consumido, lo que nos hace gracia. Los Tres Chiflados nos encantan, pero si uno lee un poco sobre ellos ve que están ubicados en la década del ‘30, en La Gran Depresión, y aceptan todo lo que les pasa porque están muertos de hambre. “¿Ustedes son los doctores? Siiiii, somos los doctores”. 

M. X.: –Buster Keaton, Chaplin, todos con personajes muertos de hambre.

D. C.: –Es gente que trabaja el humor desde la crisis o la guerra. Y el país ahora, lamentablemente, nos da letra.