“Pero nos conocemos hace ochenta años, más o menos”, se sonríe Lidia Borda, sentada de cara a las nubes grises que amenazan con inundar Buenos Aires. El “pero” es apenas una coda simpática a la forma de recordar cómo y cuándo conoció a Dolores Solá, que está sentada en diagonal a ella. El acercamiento no fue a través de un encuentro puntual (un disco, una gira o un show), sino por escucharse y apreciarse mutuamente. Sí habían tenido ciertas experiencias previas, “pero” sólo a través de invitaciones recíprocas, o de eventos como La jaula abierta, espectáculo que compartieron con otras cantoras a comienzos de la década. Entonces, el de todos los jueves del mes es el debut de ambas “a solas” y juntas. O solas y de noche, si se le deja meter una pata al rock. “En general, el Tasso organiza shows en el que dos artistas comparten la noche. Medio recital uno, medio el otro, y por ahí un par de temas juntos al final, pero nosotras preferimos hacerlo juntas porque compartimos un criterio estético, una visión sobre el arte”, adentra Borda, de cara al próximo capítulo de Bruto corazón –así llaman a la juntada– en la casa musical de Defensa al 1500.

–¿Bajo qué lineamientos básicos transita específicamente este “debut” en dúo?

Dolores Solá: –En mi caso, siempre tuve ganas de hacer canciones románticas de los ‘70. Ese tipo de temas que parecían mersas en un momento, pero son buenísimos y eran cantados por grandes cantantes como Sandro, Roberto Carlos, Nicola Di Bari, y otros. Pero nos dimos cuenta que eran acompañados por grandes orquestas, tenían unos arreglos orquestales tremendos, y la verdad es que no podíamos encarar un proyecto así. Entonces, fuimos abriendo el juego y quedó un repertorio con muchas de esas canciones, más otras de Silvio Rodríguez, Joan Manuel Serrat, algo de fado y Violeta Parra.

Lidia Borda: –Cada una trajo su repertorio, pero además hay algo muy específico que son las canciones que hacemos a dúo. Estas tienen otros colores, como una cosa súper divertida, un poco más kitsch, digamos, que esas versiones que escuchábamos cuando éramos chicas, y nos parecían tremendas, re románticas, tristes y desgarradoras. Esas que hablaban del amor que se va y te hace llorar frente al espejo, con el rimel corriéndose por tu rostro.

–O “peores” aún, como la maravillosa versión que hace Borda de “Milonga triste” (Manzi), o Solá de “Confesión” (Discépolo).

D. S.: –Ah no... ¡Con esas no se jode!  

L. B.: –Cuando las cantás, te agarra la tristeza de verdad, sí. Yo me refiero a otras, como esas que hablan de que te vas a quedar sola y demás. 

D. S.: –Cuando una hace un repertorio en el que la convocatoria es el juego con el otro, el permiso, puede abordar más desprejuiciadamente los repertorios que decimos. Siento que me estoy dando permiso para cantar en italiano o francés. Por ejemplo, para cantar un lugar común como “Ne me quitte pas”, una canción que me gusta, pero que no podría cantar si estuviera presentando un show mío sola. En un concierto así es distinto, porque el tema me gusta a mí y le gusta a la gente. Es una canción preciosa y me voy a dar el gusto.

L. B.: –Porque la dinámica es precisamente rozar bordes que no son riesgosos como los que elegimos para nuestros propios repertorios, que son más intelectuales, con muchos arreglos y demás. En estos conciertos no pasa eso.

–Borda, ¿esto tiene algo que ver con lo que viene haciendo desde la edición del disco Caramelos Surtidos o la comparación es muy forzosa? 

L. B.: –Puede ser, aunque con Daniel Godfrid (el pianista que la acompaña en su trayecto solista) voy más al riesgo que decía antes, porque busco otro tipo de canciones. Estas son todas de amor, desamor, pasión... Ojo, las que hago con Dani en Caramelos también, pero hay tango, folklore, otras cosas. En cambio, con Lola, cuando fue lo de La jaula abierta, nos dijimos “vamos a hacer cualquier cosa, lo que se nos antoje, lo que se nos ocurra”. La jaula nos dejó como enseñanza el permiso de que una puede hacer lo que quiera, porque tiene una sola vida.

D. S.: –El simple hecho de estar juntas es de por sí más permisivo. Si no, una piensa mucho qué canción va a hacer, cuánto tiene que ver con la ideología propia o la de su grupo, y esas cosas. Esto, en cambio, es como jugar a ser otra cantante, si se quiere.

–¿Con una proyección discográfica o más “profesional”, o nada que ver?

D. S.: –No lo sabemos. Por ahora, se trata de darnos un permiso que mucha gente se da recién al final de su carrera. O que, en mi caso, no podría cantar con Acho (Estol), porque él tiene otra formación musical y hay canciones que mí me gustan y a él no. Entonces, para mí, que trabajo con Acho hace tanto tiempo, esto es otra cosa. Tiene más que ver con mi subjetividad.

–Con la subjetividad y, sobre todo, con la libertad...

L. B.: –Sí, porque es lo mismo que pasa cuando elegís un género, qué se yo. Cuando decís “canto tango”, te pone un límite, por más maravilloso que sea, porque todos los géneros te ponen un límite estilístico, temporal y poético. siento que éste es un momento en el que mucha gente está tratando de hacer lo que hacemos con Lola. A ver, cuando empecé mi carrera quería ser ecléctica. De hecho, el primer show que hice sola (No es falta de cariño) era parecido a esto: canciones de amor de distintas épocas y géneros. Había un tango, una canción de B.B. King, otra de los años ‘60, y así.

–Muy intrépida la decisión de largarse de esa manera...

L. B.: –Claro. Y por eso no pude desarrollarlo. Entonces elegí el tango. Pero la verdad es que siempre pensé en retomar este eclecticismo, porque además hay una necesidad vocal de extender los volúmenes, cambiar los matices, los colores.

–Sustentada por un plafón, por una trayectoria hecha que le da la posibilidad, ahora sí, de jugarse.

D. S.: –La tenés con el público, y la tenés con vos, porque tener poca experiencia para encarar géneros distintos es más difícil que siendo ya una cantante con un recorrido que te hacer ser más vos, y abordar un repertorio desde otro lugar. Quiero decir que al principio no sabés bien quién sos, como para saltar de un tango a un bolero o a una canción flamenca. Ahora sí tenés una consistencia, un piso.

Qué decir de ambas, sino que son dos de las mejores cantoras de música popular argentina en lo que va del siglo. Que las dos tienen un lazo fuerte con el tango (Solá, en parte a través de La Chicana y en parte a través de su trayecto solista, y Borda, mediante “casi” todos los discos publicados en solitario hasta la fecha) aunque tal vínculo no les impida poner sus voces al servicio de la música que venga. Que decir de ellas, sino que además creyeron y creen en una cultura nacional forjada lo más lejos posible del show business y de la trituradora de tickets, y lo más cerca posible de un compromiso con el arte, la pasión y la vida. “No me gusta nada esta era que se abre, vinculada al despotismo del dinero”, dice Solá. “A propósito de esto, quisiera decir algo”, interfiere Borda. “Es necesario que los que trabajamos con el Ministerio de Cultura anterior digamos que no estábamos mantenidos, porque había un montón de espacios y de programas en los que no se ganaba plata”, sostiene.

–¿Cuáles serían los casos?

L. B.: –Café Cultura, por ejemplo. Al comienzo, prácticamente era un programa en el que casi no se cobraba. Era muy austero, porque se basaba en hacer intercambios con lugares de provincias a los que no llegaba nada. He tocado en lugares chiquitos, en los que el intendente salía con un megáfono a invitar a la gente, te iba a buscar al aeropuerto con su auto, te llevaba a comer medialunas a la municipalidad, y después se iba a buscar a la gente para llevarla a los conciertos, de los que ésta salía llorando y súper agradecida por lo que había pasado. Esto hay que decirlo, para que no se tergiversen las cosas. También existían posibilidades más flexibles, en las que una se sentía más respaldada por una estructura, y una tranquilidad respecto de lo económico, pero esto no tiene nada que ver con eso de “ser mantenidos”.

–¿Qué creen que cambió con el gobierno actual, en este sentido?

D. S.: –Creo que aún no hemos empezado a ver los frutos de esta tragedia, a nivel creativo. Todavía no están los hijos de este tiempo. Lo que sí se nota es una orfandad muy grande, en la que cada uno va por su lado tratando de recoger los pedazos, y al mismo tiempo una orfandad en cuanto a proyectos. No hay un proyecto cultural que baje desde el Estado, al menos yo no lo percibo. También hay falta de trabajo para aquellos que no nos contrata el Estado, desesperación y una vuelta a la búsqueda.

–¿Qué tipo de búsqueda?

D. S.: –La de recoger un lenguaje que tiene que ver con la militancia de los ‘70, con la America en lucha de los ‘60, pero en un mundo completamente distinto.

L. B.: –Esto que dice Dolores, de ir hacia atrás para buscar un salvataje mental, ya pasó en los ‘90 con el tango de los años ‘20. Y esto que está ocurriendo en la heterogeneidad de los repertorios, nos ocurre más o menos a todos los que estamos buscando dónde carajo está la canción hoy, porque creo que la crisis de ésta es mundial, así como la reinstalación del neoliberalismo también lo es. Esto te pone en un contexto difícil, de cambio de valores.

–¿Qué tipo de valores? Porque hay varias aristas...

L. B.: –En mi caso, en la relación madre - hijo adolescente. Es algo que me da un poco de miedo. Trato de ver hacia dónde van los nuevos hábitos de los pibes, y qué quieren decir, pero veo que es algo que plantea un nuevo estado de soledad, y también nuevas preguntas existenciales. Creo que hay una crisis general en todo el mundo, y tiene que ver con un retorno del individualismo.

–Y su contracara, también, como dice Solá...

L. B.: –Eso que siempre contrarresta, sí. Que tiene que ver con la sensibilidad de cierta gente, que está tratando de entender qué está pasando y por qué. Y esto no es como un partido de truco en el que un día gana uno y otro día gana otro, ¿eh? No es que un día gana la izquierda, otro la derecha y ya está..

–Tal vez haya que manejar otras categorías políticas. En vez de la antítesis izquierda/derecha que se utiliza usualmente, pensar la realidad política y económica en términos de campo nacional (o latinoamericano) y campo neoliberal, al menos en los países del Tercer Mundo. 

D. S.: –Totalmente de acuerdo, sí. Volviendo a lo que decía Lidia, recuerdo que cuando nosotras éramos adolescentes aparecieron las discotecas. Era pleno gobierno militar y eran lugares en los que había muchísima gente que no se comunicaba entre sí. Se bailaba una música muy fuerte y no se bailaba lento, como sí pasaba en las boites. También aparecía la cocaína para consumo masivo de jóvenes y adolescente, y recuerdo haber escuchado que esto era parte de un plan que tendía al individualismo. Ahora veo algo que va camino a ser parecido.

L. B.: –Parece Bradbury (risas). 

D. S.:–Sí, lo vengo diciendo mucho últimamente, porque tengo la sensación de que estoy viviendo en la ciencia ficción que leí durante toda mi vida. Me estoy dando cuenta de que empecé a vivir ese control, ese lavado de cabeza tan evidente desde el poder mediático... Estoy es muy Bradbury, muy Clarke.

L. B.: –Muy Jauretche y El Eternauta, también. Ayer hablaba con una amiga justamente de eso. De una cosa rarísima. Hasta hace poco, me sentía parte de una sociedad que discutía cosas, que tendían a mejorar la realidad... Me sentía cómoda. Hoy, de repente, me siento ajena a esta sociedad, o a esta mayoría ficticia que está aceptando cosas resignadamente. La sensación que tengo es de extrañeza y de impotencia, porque además el mes que viene voy a tener que pagar 4 mil pesos de luz, por ejemplo. 

D. S.: –Pasa que uno no identifica el lenguaje y la conjunción del otro. Puedo entender que este proyecto político sea distinto al anterior, lo que quiero saber es cuál es y cómo es. Me gustaría descifrarlo, sentarme con un militante del Pro y que haya un lenguaje en común para entendernos, aunque fuéramos por distintos caminos. La verdad es que siento que me cortaron el lenguaje o al menos que lo redujeron a la mitad, porque del otro lado veo gente que vive en un universo que, la verdad, no comprendo. Esto lo digo del lado de esos ciudadanos entusiastas, no desde un gobierno que sabemos para dónde va. A ver, uno puede recriminarse no haber entendido la queja o la insatisfacción del otro, no estoy hablando de eso, sino de la existencia de una pasión, un discurso, una construcción, que no veo en el otro campo.

L. B.: –Está desapareciendo la sensibilidad social, sí. Y se está bajando una línea que embrutece el lenguaje a la vez que colabora con la superficialidad del ser humano, que permite acciones imposibles de manejar. Yo ya no miro televisión ni leo diarios. Me angustia.

–Qué suerte que puedan hacer catarsis a través del canto, entonces.

L. B.: –Que suerte, ¿no? Ayer hablaba con una escultura amiga y decíamos “nosotras estamos un poco salvadas porque en un punto algo podemos hacer a través del arte”.