Qué es un poema sino el nervio, la parte más afectada y a la vez más inicial de la literatura, donde los sentidos se condensan en pequeñas formaciones que arman un tren para partir al destino menos pensado. Selva ociosa forma parte de esta tradición donde la palabra se contorsiona para incomodar pero con nociones familiares, cotidianas, y ahí radica su secreto y su joya. No hay pretensiones magnánimas sino el deseo de la poeta de encontrar en esa bruma que es la vida urbana, trabajadora, con cuidados de niñes a cargo, algo de paz. Como si el mantra fuera el bálsamo pero no en modo meditación sino en corrida cotidiana donde la oración no es con el rosario sino con la computadora. ¿O acaso estos poemas fueron escritos en el vagón de un subte? ¿o son versos apurados en el banco de una plaza? Noe Vera siempre logra esa inquietud, ese estado de disconfort pero también de brindis, de un modo barroco, festivo, con las plumas y los diamantes.

“Selva” que suena a ley o a biodiversidad y “ocio” responde a otro tipo de naturaleza: el de la administración del deseo en el cada vez más reducido tiempo libre humano. Selva ociosa comporta un nudo de sentidos que se estallan y dejan su esquirla: oxigenan el aire como si quisieran equiparar poesía a pulmón del lenguaje. Porque hay en estos poemas una vida de mujer que vive en la ciudad, es madre, trabajadora, amiga, novia y crea con la materia de su cotidiano un paisaje denso y polifónico. “Quiero arraigar, hacer las cosas bien / dar la espalda a la emergencia / pero me cuelgo, dejo la ropa en baldes / la humedad aumenta su volumen y abraza” dice en Bloom where you are planted. Voces a modo de flora y fauna (“una vaquita roja me pierde en su trama”) que se organizan líricamente, que resultan de un trabajo de escritura poética como puede disponer con amor una mujer en su centro de mesa una frutera para decorar su casa (Frutera del destino).

“Usar la lengua / como mecha que prende”. Acá hay poemas que vienen a incendiar la obligatoria realidad” dice Gabriela Bejerman en la contratapa y de eso parece tratarse esta escritura como búsqueda de una verdad desalienada, del bienestar como alternativa a la rutina y al dictado de los compromisos, a las exigencias de la jefatura del trabajo doméstico y la interrupción de la cadena productiva. La poesía es fuegos artificiales y de eso también se trata esta selva sin reyes.

“Habrá otra forma de vivir que no sea una urgencia seguida de otra”, así empieza uno de los poemas y es una pregunta cuyo signo de interrogación aparece elidido. La idea queda transformada en afirmación, así tan simple: una elección de escritura nos muestra cómo hacer con palabras de un deseo una realidad.

Enamorarse de un robot, perder la cabeza, sonreírse una misma (antes que la fortuna), caminar acompañada como parte de un plan incierto y atolondrado pero salvador, brindar con leche de alpiste, emborracharse de hermandad, son programas que aparecen en el recorrido de este libro y conforman una suerte de paisajismo ambicioso. No se mete las manos en la tierra para darle nombre a un jardín sino a una selva, porque acá las citas a la poesía de Madariaga funcionan como semillas activadas en una bolsa que se usa para hacerlas brotar: “Ven a salvarme de las lianas del comercio” y así la poesía se define como fruto, como hija de otra poesía, que es su suelo fértil, su contemporánea, su antecesora, una de poderes refractarios. Y como hermana de “todo lo que crece libre”.

Selva ociosa

Caleta Olivia

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