Toto Castiñeiras, clown argentino del Cirque du Soleil desde hace ya 15 años, viene desarrollando, en paralelo a sus giras por el mundo, la búsqueda de un lenguaje propio. Orillera es el cuarto espectáculo que nace en este sentido, con actores a los que ya viene dirigiendo. Obra fragmentada en cuadros y en clave de “esperpento”, muestra los vínculos entre los habitantes de una ciudad costera. El cuerpo de los actores está en primer plano, como la temática de género, una de las favoritas del autor. “La obra está en el margen. Uno puede ir a la orilla del mar buscando una respuesta, pero el mar devuelve la misma pregunta. Eso me interesaba como metáfora”, dice a PáginaI12. Orillera (viernes a las 21 en el Centro Cultural 25 de Mayo, Avenida Triunvirato 4444) continúa la línea de Gurisa, tragedia gauchesca en la que personajes femeninos habitaban cuerpos masculinos, y Las de Barranco, obra de Gregorio de Laferrère “adelantada a su época” por tratar temas como el abuso y “la conveniencia de vivir en la apariencia”. El nuevo material reúne a actores de estas dos obras, quienes iluminan la escena con linternas y hacen música. Diferentes personajes se cruzan en la ciudad de Mar del Plata (de la que Castiñeiras es oriundo): por ejemplo, una madre soltera con tres hijos, primos que tienen sexo, una panadera, un joven brasileño que busca a su madre, un boxeador. A todos estos seres los une una característica: el habitar una zona de pregunta, una tensión vinculada a su identidad de género, a su identidad a secas, o al despliegue de su sexualidad. Incluso preguntas o tensiones en torno de los otros. Cierta confusión lo tiñe todo al comienzo. Castiñeiras lo sabe: no es fácil sumergirse en el caótico universo de Orillera. “Nunca me sentí solamente clown o actor, director o dramaturgo. Veo como una sola cosa a lo escénico. Incluso, empecé con lo visual: hice la carrera de realizador en artes visuales; estudié Bellas Artes. Y esa búsqueda la continúo. Hago un teatro que entra por el nervio óptico. Si lo dejás entrar, empezás a cuestionarte cosas”, define el clown de espectáculos como Quidam y Séptimo día. “Acá (en Buenos Aires) no estamos acostumbrados a ver un teatro del cuerpo, con predominio de lo visual y lo sonoro. Intervengo mucho al teatro. Para mí lo último que tiene que llegar es la palabra”, remarca el director de El susto, 1813. “La idea de Orillera era generar un nuevo trabajo con un poco más de actores en escena. Yo ya venía con la idea del actor-intérprete que es también iluminador y casi dramaturgo de su propio contenido. Me entusiasmaba la cantidad de gente porque armaba un soporte enorme a nivel visual, temático y emotivo. Un universo de muchos planetas, complejizado”, detalla. En Nün Teatro Bar, reestrenará Gurisa en octubre. Antes, en septiembre, en el mismo espacio, se podrá ver otro estreno suyo, Voraz y melancólico, sobre “lo animal que deviene del encuentro amoroso”.
–¿Por qué creés que, estando de gira, los temas que te surgen son bien argentinos?
–Es un teatro medio rioplatense el que hago. Me convoca. Desde la distancia, lo que extraño es esto. Si paso tres meses en Berlín, cuando vuelvo no extraño Berlín… Puedo volver pero no me imagino armando un trabajo allá. Acá me imagino armando la cuestión. Hay una comprensión de los temas que es acá. Y de lo que yo tengo ganas de contar y cómo podría contarlo. Así conecto con todo. Con mi identidad. Para mí el arte tiene que ver con la identidad, y yo encuentro que la identidad es acá.
–¿Por qué la temática de género es el eje de tus trabajos como director?
–Es mi tema. En mi vida orbita desde chico. Entonces todas mis obras siempre pasaron por ahí, por el género y la identidad. De hecho, yo soy Toto. En un momento decidí, orgánicamente, mágicamente, naturalmente, cambiarme el nombre. Dejé la estructura que tenía y esto nuevo me parece mucho más simple. Me funcionó mucho viajando. Recreé mi identidad a partir de mi nombre y de muchas cuestiones que tienen que ver con el género. Es una pregunta también, y como es una pregunta se vuelve mi lugar de creación. No me puedo definir todavía, el arte me está ayudando a ver qué es eso del género. Por eso puedo convocarlo y armar objeto. Me seduce mucho el cruce del actor, la actriz, que no importe. Me pasa con la edad, en Orillera se plantean mundos adolescentes con actores grandes… está todo cruzado.
–¿Y cómo hacés en el Cirque? ¿No te coloca en determinado molde?
–Me da libertad desde la abstracción, por eso lo hago. El clown es un ente abstracto, una energía, un género aparte. No es ni hombre ni mujer, no tiene sexualidad… al ser esa abstracción absoluta, me entusiasma, me vuelve creativo. En el circo no hay molde para mí. Yo armo el molde en que quiero trabajar. Me da vértigo y placer. Los números los armo yo. Lo que tiene el Cirque es que, en el momento en que, para Séptimo día, dije que necesitaba una pantalla de 10 metros para proyectar mi cara enorme, me dieron una de 2 mil millones de dólares para mi rutina. Es libertad en todo sentido. Después de trabajar 15 años, me dan permisos desde lo que yo creo que es lo escénico, la materia, el movimiento, el cuerpo en acción. El clown es un novelista, viene a contar la historia, convoca al público de manera diferente. Si hay teatro en el circo es a partir de los payasos. Lo otro es show, espectáculo.