Cuando abrieron el sobre con los datos reales del autor que había obtenido una mención, después de elegir cuatro novelas sobre unas 2500 obras, el jurado del Fondo Nacional de las Artes estaba absolutamente seguro de que se iba a revelar un chico: un joven parecido al narrador de La tela agujereada. Pero se encontraron con Blanca Lema, seguramente tan sonriente y cálida como en la charla con PáginaI12. “Lo mismo me pasó con Tupper Ware, la primera novela: los editores creían que el autor era un hombre joven, como el narrador”, se ríe ella en la entrevista. Es que, si un primer mérito tiene la construcción de esta novela, es la de lograr captar tan bien el verosímil, el lenguaje, los pensamientos y los sentimientos nunca expresados de Kurt, el millennial protagonista del libro editado por Mansalva.

“Lo hago a propósito: la construcción del verosímil como un narrador muy diferente a mí me alivia mucho, me permite descansar de mí misma. Por otro lado, soy muy observadora de los perfiles humanos, tengo cierta facilidad de meterme en la carne de los personajes”, sigue contando. “Hay que tener cuidado, porque llega un momento para un novelista en que los personajes te secuestran y te mandonean. ¡Te dicen qué tenés que escribir! No es al principio... y a veces los convencés de que sigan para donde vos querías”, vuelve a reír. Otra marca de La tela agujereada es que su trama es por momentos muy cinematográfica: la novela sigue como una cámara a Kurt, el protagonista incapaz de llorar, en apariencia tan seguro y desapegado, a su amigo Rolo, a un increíble Bruce Lee porteño, a la señora Chung, a Geisha y su transexualidad, por escenarios como el del Barrio Chino. Los años de trabajo publicitario y de innovación creativa de esta poeta y novelista, seguramente influyen en esa construcción del relato.

“En esta novela intento que el lector acceda a entrar como una langosta en un agua fría, a un lugar en apariencia calmo, simple. Y que después, cuando ya la cosa se pone dolorosa, densa, cuando ya no es tan divertido lo que me están contando sino que me está llevando a lugares a los que no hubiese aceptado llegar, ya está, ya estoy adentro. Como escritora, me gusta pensar en esa frase de Antonin Artaud, la literatura está para llevarte a ese lugar donde nunca hubieras accedido”, analiza Lema.

-El lenguaje de los jóvenes suele ser difícil de encontrar en la literatura, suele aparecer impostado. ¿Usted cómo lo capta? ¿Está rodeada de jóvenes?

-De vez en cuando tengo la suerte de tener alumnos y hacer grupos creativos con jóvenes. Lo que creo que se nota es que los quiero mucho, los admiro. En mis tres novelas (Contradanza, Tupper Ware y esta) hay una especie de homenaje y rescate a distintas generaciones jóvenes, que son muy vulnerables de ser malentendidas. Todas tienen que ver con los disfraces que se ponen los chicos para sobrevivir. Entonces, no es que esté rodeada de jóvenes, pero como cuando me los cruzo, mi actitud es de total admiración, absorbo mucho de ellos.

-En este caso, a Kurt en un principio dan ganas de zamarrearlo. ¿Cómo nació Kurt?

-(Risas) Trato que el narrador no sea querible al comienzo, que no sea perfecto sino humano. Hay un hecho puntual de un documental sobre un músico que vi -no voy a decir cuál para no influenciar la lectura, porque tampoco importa- que me llenó de dolor y de ternura. El comienzo, donde él es tan flaco que se pone tres pantalones para salir a la calle, pertenece a ese documental.

-Forma parte del mundo audiovisual. ¿Cómo se encuentra con la escritura?

-Me ha servido mucho pasar de ser poeta a novelista el hecho de tener el oficio de guionista por un lado, y además de haber filmado muchísimo. Filmar te da la comprensión de estructuras amplias, sobre todo el compaginar. Hacer encajar las imágenes, ser muy sintética, atarte a la tiranía del tiempo. Estos años de creativa publicitaria me ayudaron a que todas estas situaciones límite para comunicar me dejaran partir en la escrituras sabiendo desde el vamos adonde quiero llegar. Generalmente, un buen editor va del final al comienzo; eso me pasa también en las novelas: tengo un imput de adónde quiero llegar. La frase final de la novela, por ejemplo, estuvo siempre en mi corazón.

-¿Y en la construcción de los personajes, cómo trabaja?

-Solo escribo sobre lo que sé. Sé de cine, sé de militancia, estoy empezando a saber de lo que está brotando. Sé de los hijos de los militantes: el hijo que no quiere saber sobre lo que le pasó a su madre secuestrada de esta novela es muy real y muy frecuente. Están incluso los que llevan una vida personal bastante banal, superflua, muy distinta al imaginario que impregnó a sus padres. A Geisha también lo conozco. Conozco a Bruce Lee: es el personaje que te hace reír pero que cuando lo entendés, es tremendo. A todos ellos no los juzgo, intento comprenderlos. Los amo, necesitan protección.

-¿De dónde surgió el título?

-La tela agujereada es el título de una obra de teatro que escribí a los 14 años. Era muy surrealista, planteaba que nada existe, salvo los agujeros. Estaba destinada a entender el vacío. Pensé que era perfecta para hablar de lo que nos está pasando, no solo a nivel individual, sino sobre todo como comunidad extendida: esa membrana, esa placenta que nos protegía y que se va rasgando. Es un homenaje tardío a mi propia adolescencia, dolorosa y tierna.

-¿Se parece a Kurt aquella Blanca adolescente?

-Bueno, ¡yo también era muy flaca! Sufría por eso... y por algunas cosas más.