El Museo Nacional de Bellas Artes inauguró el sábado pasado la exposición Figari: mito y creación, en la que se exhibe una treintena de obras, entre óleos, acuarelas y dibujos, del gran artista uruguayo Pedro Figari (1861-1938), algunas de las cuales nunca habían sido exhibidas en nuestro país. Las obras pertenecen a las colecciones del Museo Nacional de Artes Visuales y el Museo Figari, ambos de Uruguay. La exposición está curada por Pablo Thiago Rocca, director del Museo Figari.

A modo de recordatorio de su itinerario de vida puede anotarse que Pedro Figari fue abogado, escritor, ensayista, teórico y hombre público; actividades que desarrolló con igual lucidez y alto nivel intelectual. Tuvo notoria participación en “el caso del alférez Almeida”, que fue una suerte de “affaire Dreyfuss” a la uruguaya. 

Sus escritos periodísticos contra la pena de muerte fueron un antecedente para la ley abolicionista uruguaya de 1907. En 1912 publicó en Montevideo el tratado Arte, estética, ideal, reeditado en París ocho años después.

Trabajó en el área de la enseñanza artística y dirigió durante un par de años la Escuela Nacional de Artes y Oficios, con el propósito de formar obreros artistas. Pero a causa de la desaprobación de su plan de reformas, renunció a la dirección de esa Escuela y se vino a vivir a Buenos Aires, donde afianza su carrera de pintor, a la que le dedica los últimos 17 años de su vida. Luego de vivir unos años en Buenos Aires se muda París. 

A partir de 1917 se dedica a una obra extraña, en la que con el pretexto de que pintar nubes y piedras privilegia la materialidad pictórica, las formas y colores, lo que hace pensar en pinturas abstractas con una paleta oscura y pinceladas densas. Dicha serie no forma parte de esta exposición.

Con la extraordinaria formación cultural que traía, Figari se incorpora inmediatamente a lo más avanzado de la producción cultural argentina. En Buenos Aires, con la vuelta de Borges, se introduce el ultraísmo y las vanguardias locales comienzan a ponerse en sintonía con las europeas.

Figari tenía una posición cercana a la de las vanguardias regionalistas, más allá de las disputas entre internacionalistas y nacionalistas. A través de su amigo Ricardo Güiraldes se suma a los colaboradores de las dos principales revistas de vanguardia locales, Proa y Martín Fierro. 

En Buenos Aires presenta dos exposiciones, en 1921 y 1924. Participa de una muestra grupal organizada por la revista Martín Fierro, junto con Pettoruti, Curatella Manes, Oliverio Girondo y Norah Borges. Pintaba sobre cartón, con colores contrastantes y formas serpenteantes, una poética y un estilo que consolida en esos años porteños: imágenes hechas de recuerdos de los que había sido testigo o le habían contado, acerca del Montevideo poscolonial: el candombe, los rituales africanos, las fiestas populares, los negros, los paisajes de llanura, los bailes, los paisanos. 

Como había sucedido en los casos de Cándido López o de Molina Campos, Figari construye una obra en base a recuerdos que reactualiza a partir de una lejanía que nunca se convierte en nostalgia. 

La influencia positivista fue perdiendo terreno a medida que avanzaban los terribles acontecimientos del mundo. Figari se sentía cerca de los modos de vida del gaucho, y deslumbrado por Don Segundo Sombra, comparte con Güiraldes esa visión de mundo. 

La gauchesca era un género que fascinaba al gran pintor e intelectual. Conocía muy bien a los autores uruguayos del género y pronto se familiarizó con la gauchesca argentina. 

La novela de Güiraldes tiene varios puntos de contacto con la obra de Figari, porque está construida a partir de la propia experiencia infantil del autor en un entorno rural. El paisano Don Segundo Sombra configura un arquetipo que a principios del siglo XX ya casi se había perdido. La distancia cultural está puesta en el refinamiento de la voz que enuncia el relato. La novela combina el arcaísmo del modo de vida narrado con la modernidad cosmopolita del que narra, y cuenta los ciclos de la vida gauchesca a través de la inmensidad del paisaje y las tareas rurales. En este sentido, el propio refinamiento de Figari es indiscutible. Su pintura se enlaza con lo más moderno de la pintura postimpresionista aunque toma caminos completamente diferentes y propios. La forma de trabajar de Figari era el boceto, etapa que casi siempre prefería a la de la obra terminada. Sus pinturas tienen por eso una base de dibujo algo abocetado y (para decirlo rápidamente), ‘deformado’. 

En su posterior etapa parisina también se integra a los círculos artísticos e intelectuales de avanzada. Por su estudio pasaron Paul Valéry, Jules Romain, James Joyce, Pierre Bonnard, Le Cobusier, Picasso y Léger, entre muchos otros, quienes admiraron la pintura rioplatense de Figari.

En 1930 su obra formó parte de una muestra de artistas latinoamericanos en París, junto con los argentinos Juan Del Prete y Raquel Forner, y los mexicanos Diego Rivera y José Clemente Orozco, entre otros.

Serie Vida primaria, de Figari, en el MNBA.

La exposición que se presenta en estos días y hasta mediados de septiembre en el MNBA se divide en ocho núcleos temáticos:

La leyenda rioplatina, donde reivindica a los habitantes que la historiografía había invisibilizado: el paisano pobre, el indio, los afrodescendientes, inscriptos en el paisaje pampeano, desde un evocación estética moderna.

El segundo núcleo, Nocturnos y crepúsculos, es una recreación del género romántico, que atraviesa etapas distantes de la obra de Figari, con su característica impronta de avanzada. 

En el núcleo que sigue, Corridas de toros y juegos, pone el ojo en diversos modos de la celebración popular.

Vida primaria (o serie de los Trogloditas), es un conjunto notable en el que evoca imaginativamente la vida en las cavernas.

El núcleo temático El otro mundo es un conjunto de imágenes que recrean la religiosidad popular y no a la iglesia ni su aspecto institucional, de los que fue un crítico tenaz.

Las pinturas agrupadas en el conjunto El bajo mundo reúnen parte de la serie que el artista dedicó a escenas de bailongos, cabarets, cafés, y de lo que el positivismo llamaba, en general, la “mala vida”.

La sección dedicada a los Crímenes ilustran el costado político y legal que Figari había conocido muy bien como abogado.

El último núcleo, Historia kiria, se trata de los dibujos incluidos en el libro homónimo, el último que publicó Figari en vida, en París (1930), para ilustrar su propia novela utópica. 

* Figari, mito y creación sigue hasta el 15 de septiembre en el Museo Nacional de Bellas Artes, Av. del Libertador 1473.