"Te felicito Guillo 'Cuando Subo' es maravilloso, vos viste Mariugenia lo que es eso", dijo Mauricio Macri, entre amigos, así como está escrito, sin despegar los nombres, en el andén de la estación Palermo, durante la inauguración del Viaducto San Martín mientras, a su lado, María Eugenia Vidal asentía y se forzaba por sonreir, y Guillermo Dietrich, que no es otro que Guillo, se asomaba del grupo, también sonriente, en un gesto de aparente agradecimiento al cumplido.

La comitiva de amigas y amigos rodeaba a Macri e intentaba aceitar el trabalenguas presidencial que lo llevaría, unos minutos después, a conectar el "maravilloso desarrollo" con el frío polar y la inseguridad.

Habían pasado ocho días desde que Sergio Zacariaz, había muerto involuntariamente en la vereda de una calle del centro porteño, pese a todos sus esfuerzos por persistir contra el tiempo, el frío y el miedo, envuelto en un pulover deshilachado y algunos cartones como abrigo.

Y de alguna manera le había puesto nombre a la ausencia.

Durante esos ocho días el gobierno apenas si se había referido a esa muerte que le resultaba absolutamente ajena. Tan ajena que la primera respuesta, después de dos días de silencio oficial (y alguna versión contradictoria en algunos medios), había sido que Sergio Zacariaz eligió morir en el frío.

Eligió. Desde esta perspectiva, tan libre es el mercado que da la oportunidad de competir por la propia muerte, y ahí sí que Zacariaz supo amasar fortunas y claras ventajas.

Y son muchas personas como él. Según el gobierno porteño, son 55 más que en 2018, 1146 este año. No queda claro que la administración haga demasiado por ellas. En realidad, lo que se dice hacer, hace, y se nota la preocupación por lograr efectos: por decir, a simple vista la filosofía bancaria tomó como caución los bancos de la plaza, al aplicar esos separadores de hierro pensados, porque se nota que hay energía puesta en pensar el uso de esos mismos bancos para lo que fueron hechos: sentarse y contemplar el verde de las plazas pintado sobre el cemento, y no elegir dormir, que para eso están las camas y los dormitorios. O la decisión de cerrar con llave durante la noche algunos cajeros para evitar que los Zacariaz se cubran del frío dentro y pongan en peligro las divisas.

No está claro si Zacariaz contaba dentro de los 1146 que oficialmente concentran las mayores capacidades volitivas sobre la muerte, o si formaba parte de un número no más amplio sino menos silenciado, las 5412 personas (entre las que contearon 870 niñes) que viven a la purita intemperie, o sea, a cielo abierto, según el censo realizado por las organizaciones sociales, la Defensoría porteña, la presidencia de la Auditoría General de la Ciudad, organizaciones cuyes integrantes se sienten tan cerca de una y cada una de esas personas a la intemperie, que les resulta casi imposible pensar sus propias vidas ajenas al despliegue de su amorosa energía hacia ellas.

La idea de ajenidad aparece en el grupo de amigos del Presidente, tanto como en los integrantes de las organizaciones sociales. Solo que los primeros intentan alejar a las personas en situación de calle hasta hacerlas presencias invisibles, la propia ausencia (si lo habrá sabido Zacariaz). Y los segundos se esfuerzan por visibilizarlas hasta la propia personificación, bah, no hacerlas sino ayudarlas a ser personas y personitas, que de eso se trata. Solo de eso y nada menos.

En eso estaba Macri, deambulando con su mensaje sobre el andén para llegar a decir en su felicitación a Guillo por el desarrollo "maravilloso" que significa la aplicación cuando descolgó la idea base de todo ese discurso, la idea de que el desarrollo fue pensado para "la gente de la provincia de Buenos Aires que tiene que tomar los colectivos todos los días para venir y la gente en la capital", para que esa gente gane su tiempo, "quince, veinte minutos" (no más, que sueldos y salarios se ganan con la lengua afuera), y se puedan ocupar en que el hijo vaya a la escuela con lo que merece de esos quince, veinte minutos, si es que la escuela no fue cerrada porque las pérdidas de gas derivan en explosiones, y cuando la gente reclama por esa seguridad ya pasa a pertenecer al grupo de los que el grupo de amigos busca ajenizar, invisibilizar a golpes policiales, o arrojados fuera del sistema.

Es la base de la charla que mantuvo Macri con su grupo de amigos durante la inauguración del Viaducto: el tiempo horario, el frío, y el miedo. Ganar esos 15, 20 minutos, que se pierden "esperando que venga (el colectivo) días de frío como los que tuvimos la semana pasada, ni que hablar los temas de inseguridad". Ni que hablar.

Y llegó, como su amigo Guillo, también a un desarrollo maravilloso sobre la esencia del "ser servidor público", del sentido de "estar en política", que consiste en "ayudar a otro argentino a poder desarrollarse, poder progresar".

Tan ajeno a las peripecias para evitar la inseguridad que carga en todo su sentido el frío, que no llega a comprender (o no le interesa en lo más mínimo) que "su" frío y el de sus amigos se mide con otro termómetro y se resuelve con dinero, en buena parte del Estado. Y que para las personas que duermen y viven en la calle, el frío no es un problema a resolver sino la representación de uno de los rostros de la inseguridad 24 horas por 24 horas que trae la calle, el remate de un proceso de ajenidad e invisibilización tan íntimamente vinculado a la inseguridad al punto que el riesgo concreto es la muerte.

Si lo sabría Zacariaz que se durmió muerto de frío. Y lo sabe cada uno de los que ni siquiera tienen acceso a subir a un colectivo.