Una maestra de ceremonias bien warrior y en tetas fue uno de los factores que hicieron del Tetazo en el Monumento a la Bandera una fiesta prolongada en Festival hasta la noche. El vozarrón de Lala Brillos –aunque no sólo– puso en su lugar a los hombres que fueron con la intención de mirar y, si podían, alargar la mano. “Tratemos de cuidarnos entre nosotras, de cuidar el lugar... Chicos, un poquito para atrás, que hoy la fiesta es nuestra. Este es un festival contra la policía de los cuerpos, no sean hijos de yuta”, clamó Lala desde el escenario. Una pollera negra daba el marco a sus tetas, de esas que el mercado considera vendedoras, y ella –desentendida del mandato– mostró con orgullo, enmarcadas en el pañuelo verde de la Campaña Nacional por el Derecho al Aborto Legal, Seguro y Gratuito.  

Su presencia fue una revelación para muchxs, generó empatía en las presentes, y una buena dosis de admiración masculina que Lala no elude. “Ese día cuando me fui pensé que era Bellota, Bombón y Burbuja de las chicas superpoderosas”, confesó después, cuando todavía los ecos del Tetazo llegaban a su muro de facebook en forma de elogios y también –aunque eludió leerlos– en forma de críticas feroces en los comentarios a las notas de los diarios. “También me sentí una diosa Monumental”, admitió con cierto desparpajo. Sí, recibió ofertas de chicas y chicos después del acto en tetas, y ella se ríe también de eso, porque “toda la movida fue una hermosa excusa para reclamar otras igualdades”. 

Lala sabía que salir en tetas era impactante, estuvo una noche casi sin dormir pensando que su hija y su hijo, adolescentes, su madre y hasta su novio estarían ahí, pero también supo que sería la primera mujer que condujera un acto así en el emblemático monumento nacional. Una especie de Virginia Bolten de la libertad de los cuerpos en el siglo XXI. Y se mandó con toda su potencia a esa acción colectiva que días después seguía reverberando como ceremonia libertaria. 

La presencia de Lala Brillos fue ineludible en el éxito de una manifestación que nació de un par de iniciativas espontáneas en Rosario y pronto se convirtió en contraseña antimachista, un antídoto al discurso del “no me representan” y la idea de un feminismo pasteurizado. Aportó que la Guardia Urbana Municipal llevara solo agentes femeninas para custodiar el patio Cívico, y que las militantes orgánicas las tuvieran de aliadas para alejar mirones. Fue determinante también que el movimiento de mujeres de Rosario esté organizado como si el Encuentro Nacional hubiera sido ayer mismo, con capacidad de movilización intacta. Por eso había más de 2000 personas ese día, aunque sólo cientos se animaran a “sacarse la camiseta del patriarcado”, otra de las consignas. 

Lala arengó desde el escenario toda la tarde, y reiteró el reclamo por la libertad a Milagro Sala (“Nos faltan las tetas libres de Milagro”). María Laura Lavizzini es su nombre, pero todo el mundo le dice Lala. Es actriz, actuó en tres óperas del teatro más tradicional de Rosario, y también es parte de la movida del rock rosarino. El año pasado estuvo en un programa en la Vórterix local y planea retomar este año. Es también militante de La Cámpora, y feminista terminada de forjar en el 2016. “Estuvimos todo el año laburando para el Encuentro Nacional de Mujeres, empezamos a recibir material y a abrir cabezas, para poder trasladar todo esto que el feminismo nos da, que es hermoso, para las mujeres y también para los hombres, porque el feminismo le quita tanta presión al hombre. Si lo pudiera ver así, sería algo brillante, lo viviríamos desde una respuesta y de una libertad divina”, se entusiasmó. 

Lala es, además, empleada en una estación de servicio de los arrabales de la ciudad, porque sin eso no podría criar a sus dos hijos adolescentes. Y como cuesta saber de dónde saca la energía para tanto, irrumpe su risa para hablar de la pasión que la anima. Una pasión feminista.