“Yo con mis amigos! Siempre me ayudan a superar lo más duro, están en las buenas y en las malas”. La frase es de una típica publicación de Instagram y acompaña una foto de tres amigos, bastante aclamados por las redes sociales. Los usuarios @lilmiquela, @bermudaisbae y @blawko22 reúnen juntos casi dos millones de seguidores, que comentan diariamente sus fotos, entrevistas y producciones audiovisuales, pero ellos no existen, son productos de la inteligencia artificial: influencers digitales creados a la medida del mercado.

Miquela Sousa, una supuesta joven de 19 años brasileño-estadounidense, ofrece la típica imagen de it girl, perteneciente a una clase media-alta, híper delgada y trendy, elegida por marcas como Prada, Adidas o Calvin Klein para promocionar sus productos. Desde su cuenta, se posiciona políticamente, interactúa con los usuarios y hasta lanzó una carrera musical. Creada en 2016, la autodefinida “robot” llegó a las tapas de las principales revistas de moda y redefinió los límites de la realidad en las redes sociales.

Para el investigador Leonardo Murolo, especialista en comunicación y en nuevas pantallas, Miquela es un producto de la convergencia digital, de la interactividad y de las nuevas reconfiguraciones sociales en los espacios digitales. Sin embargo, lo que puede sonar a ciencia ficción o genera la sensación de estar dentro de un capítulo de Black Mirror es en definitiva una “reinvención de prácticas de los medios tradicionales”.

El mercado identifica, ahora con muchas más herramientas tecnológicas, desde qué lugar son sus seguidores y se crea un perfil ideal para apuntar su branding, según sus gustos, intereses y franja etaria. A partir de allí, replica el star system de la tele, la radio y las películas: apela a figuras de espectáculo que atraen audiencia y son (casi) una garantía de éxito.

¿Pero qué mejor que monetizar esa fascinación del público con una identidad artificial que sea modélica y sea más redituable? La cuenta de Miquela está valuada en 126 millones de dólares.

Aunque dice tener 19 años, Miquela tiene en realidad tan sólo tres. Fue creada por computadora en 2016, como parte de un proyecto digital de la startup tecnológica Brud.

“El `influencer real` es fácil de replicar en términos de robot porque las audiencias generan empatía pero no lo pueden ver físicamente, como antes pasaba con la tele o el cine, entonces puede no existir y ese sujeto puede ser un robot”, explicó Murolo.

Aunque dice tener 19 años, Miquela tiene en realidad tan sólo tres. Fue creada por computadora en 2016, como parte de un proyecto digital de la startup tecnológica Brud, formada por Trevor McFedries y Sara Decou. “Miquela es tan real como Rihanna”, aseguran en el único documento de respuesta sobre la autenticidad de la influencer. La compañía obtuvo al menos 6 millones de inversionistas el año pasado, los mismos que grandes de Sillicon Valley como Sequoia Capital y Box Group, aportantes de Apple, Dropbox, Airbnb, Google y Paypal, entre otros.

A pesar de sus notorios rasgos digitales, durante mucho tiempo los usuarios dudaron sobre la identidad de Miquela, que recién fue develada el año pasado tras un supuesto “hackeo” de otra robot, Bermudaisbae, que la obligó a contar que era una conjunción de unos y ceros. Porque los robots también recrean peleas, algunas inclusive por su posicionamiento político: Miquela es una activista que apoya la lucha de Black Lives Matter y los derechos de los inmigrantes, mientras que Bermudaisbae representa a la típica chica conservadora pro Donald Trump. Hay toda una identidad que las rodea, completamente ficticia.

¿Pero cuál es la diferencia de la percepción que se tiene cuando se ve una película o una serie? Según explica Murolo, “hay un pacto de lectura que realizamos todos cuando nos investimos en el rol de audiencia, cuando vamos al cine a ver El Padrino y vemos a Al Pacino hacer de Don Corleone. Tenemos que asumirlo como real, porque allí también hay toda una vida creada”.

Los jóvenes, el público al que apuntan

No es casual que la mayor cantidad de interacciones de Miquela sea con jóvenes, que le comentan cuánto la quieren, lo hermosa y dulce que es. Según explicó Murolo, una investigación que desarrollaron en la UNQ sobre políticos argentinos reveló que el 70 por ciento de sus seguidores eran jóvenes. Las marcas lo saben, los jóvenes tienen otra relación con las redes sociales, muchos de ellos crecieron con ellas.

 

“Este es un tema que nos llama la atención a la generación posterior y desde ese lugar lo cuestionamos. Pero las marcas, que lo deben tener estudiado, saben que hablar desde un sujeto construido no le va a llamar la atención a una generación de jóvenes que cuando empezaron la escuela ya estaban cambiando de la Playstation a la Wii a la realidad virtual”, subrayó el investigador, quien detalló que los jóvenes son más reticentes a los discursos tecnofóbicos porque se preparan desde chicos para incorporar nuevas tecnologías.

Miquela habla como ellos y busca desesperadamente esa identificación. Aparte de ser una modelo virtual, Miquela también tiene una dulce voz artificial, con la que grabó canciones como Not Mine, que alcanzó el puesto número ocho en la lista de Spotify Viral. También realiza producciones audiovisuales, hasta llegó a entrevistas a artistas como Rosalía y J Balvin, de nuevo apelando a los gustos e intereses del público joven.

Ser y parecer, la perfección asociada a la irrealidad

“ Algunas personas son simplemente bellas”, “desearía ser robot”, “esas son mis metas”, esos son los comentarios que recibe Miquela. A pesar de que ella promueve un tipo de imagen irreal, inexistente, muchos anhelan ser tan deshumanizados como ella, vivir su vida. “Es muy típico de la posmodernidad, la cosa andrógina que da el robot, que no tiene tanto que ver con lo sexual sino con una apariencia no humana que nunca vas a poder lograr”, explicó a este diario la lingüista del Conicet Laura Pardo, quien detalló que en definitiva se trata de “un discurso multimodal basado sobre todo en lo visual”. “Crean esta fantasía y los jóvenes lo toman, no se puede ver una identificación porque es imposible pero sí hay una búsqueda de eso como deseo como pulsión”, problematizó Pardo.

Los estereotipos están muy presentes en el discurso que promueve Miquela, la joven que se la pasa tomando café, visitando celebridades y vistiendo ropa cara. “Por lo general son mujeres blancas de clase media alta que se muestran siempre muy asociadas a la idea de Lifestyle. No podes decir que sean caritativas o buenas porque el estereotipo es opuesto: apunta al consumismo”, opinó Pardo, especialista en identificar los modos en que los medios representan a los pobres.

Como sucede con otras estrategias de marketing, los robots vuelven invisible a la pobreza y genera a las personas con menos recursos nuevas expectativas de vida. “Los estereotipos funcionan tanto en la pobreza como en la riqueza, pero para los pobres satisfacer esas necesidades, tener determinadas marcas u objetos, es aún más lejano. Hace que todo para ellos sea inhallable, inconseguible y los lleva a una gran frustración”, sintetizó la lingüista.