Había que enfrentarlo de alguna manera porque ellos se habían ido un día y no habían vuelto más. ¿Desaparecidos en combate? ¿Eternos prisioneros de guerra? ¿Caídos en el mar? ¿Rescatados por los buques rusos? Ellas los buscaron vivos también, a pesar de la muerte. Recorrieron esperanzadas hospitales y centros de salud donde atendían a los heridos. Visitaron a videntes para conexiones espirituales. Escucharon cuidadosamente los testimonios de los sobrevivientes y tomaron la punta de un hilo para sobrevivir.

Muertes repentinas y violentas, que al igual a la de los desaparecidos del terrorismo de Estado, no tenían cuerpo, ni despedida, ni el ritual habitual. Muertes extraordinarias, que propusieron desafíos para su confrontación.

Había que atravesar el duelo. No sabían cómo hacerlo, pero lo tenían que hacer. Entonces hicieron de su calendario cotidiano un calendario para la muerte. La muerte en Malvinas. Viajaron a las Islas. Caminaron contra el viendo, cayeron rendidas en los montes y en las tumbas sin identificar. Se entumecieron con el frío, para entender: experimentar las islas para corporizar las pérdidas.

Altares que los comunicaban con sus hijos, exposiciones en los pueblos y ciudades, bustos en las plazas, relatos en las escuelas, huellas sagradas en los caminos de la argentina rural, placas en los rincones más templados de un país atravesado por la guerra y la violencia de la dictadura militar.

“Yo tengo a un héroe”, dice ella, al tiempo que cuelga una foto y un diploma en el ahora consagrado, muro de la habitación. Madres de la Patria, Madres del Destino, madres de la muerte injusta. Mujeres desheredadas una vez más en nuestra historia conflictiva. Desheredadas de la gestación cotidiana. Desheredadas del luto convencional. Mujeres que se enaltecen por el mismo gesto, reclamando por los juicios a los militares y por el derecho a la verdad.

Mujeres que dicen no al trabajo de los antropólogos para la identificación de los cuerpos que estaban sin localizar, en el cementerio. Mujeres que dudan, que temen, desconfían. Mujeres que sostienen sus marcos para que no se derrumbe la historia sobre sus pies. Mujeres que dicen si. Mujeres que vuelven a dejar el alma de sus cuerpos para el reencuentro esperado para el abrazo adeudado. Mujeres que esperan ansiosas. Mujeres que reciben los resultados del ADN. Mujeres con lágrimas en los ojos. Mujeres que gritan y brillan en la soledad. Mujeres que quieren abrazar las tumbas para abrazar los cuerpos.

Nos enteramos sobre los logros de los antropólogos y forenses en el marco de las identificaciones. Pero ellas son las que van. A 40 años de la guerra ellas se levantan una vez más. Ellas se visten, se peinan. Ellas viajan a las Islas. Ellas ponen las flores en el cementerio. Las luchadoras de un duelo conquistado.

 

(*) Antropóloga, Investigadora del CONICET, y de la Escuela de Antropología de la Universidad Academia de Humanismo Cristiano, Santiago de Chile.