Todo comienza con un cumpleaños. 90 años se festejan desde el nacimiento de la legendaria Anna Madrigal, casera del número 28 de la calle Barbary Lane, en San Francisco. El aniversario de Anna, celebrado con una fiesta en el corazón de la comunidad queer de California, es también la ocasión para reencuentros y regresos, para relevos y presentaciones. Ese personaje interpretado por Olympia Dukakis en una miniserie que despertó controversia desde su aparición en la cadena PBS a comienzos de los años 90, hoy completa su arco en la nueva Historias de San Francisco, estrenada apenas hace unas semanas en Netflix. Inspiradas en la serie de novelas del escritor Armistead Maupin, estas nuevas historias de San Francisco están ambientadas en el presente, en el que tanto la ciudad como la comunidad que la habita se han transformado. El desafío de la showrunner Lauren Morelli (Orange is the New Black) consiste en seguir la pista de esos personajes ya familiares, retratar a la comunidad LGBTQ desde sus nuevos rituales y configuraciones, y escenificar un espíritu festivo para hablar de amor y de sexo, de familia y comunidad.

DEL PASADO AL PRESENTE DE SAN FRANCISCO

La fiesta en Barbary Lane está pensada también como un reencuentro con los espectadores. No solo nos muestra la llegada de la hija pródiga Mary Ann Singleton (Laura Linney), quien había partido veinte años antes hacia Connecticut para perseguir su carrera profesional y su imaginado futuro, sino que nos introduce a los nuevos habitantes de ese santuario de libertad y amistades. Y junto a ellos nos enteramos de que ese pintoresco hogar de caminito de piedras y ventanas repartidas sigue albergando a las almas de siempre, entrelazadas en la búsqueda de un lugar en el que sentirse bienvenidas. Anna es algo más que una mamá gallina de infinitos pollitos que deambulan bajo su techo; es una mujer trans que ha atravesado tiempos difíciles, que es emblema de una ciudad histórica de resistencia y orgullo, que hoy guarda en su memoria el recorrido de todas las generaciones que han pasado por su vida y han dejado una huella.

El viaje en avión de Mary Ann desde la costa este está signado por sentimientos encontrados. La expectativa del regreso a casa se mezcla con el miedo a los juicios y los reproches de aquellos que no ve hace tanto tiempo. Su presente se encuentra en una extraña encrucijada: un matrimonio en crisis, una carrera periodística derivada en la presentación de comerciales de estrafalarias mantas con capucha, las dudas sobre su maternidad pasada, las deudas con aquella cofradía a la que parecía haber renunciado. Pero una vez que ingresa en la puerta número 28 de Barbary Lane, los viejos y nuevos inquilinos se hacen presentes ante sus ojos y los nuestros. Allí están su amigo Michael ‘Mouse’ Tolliver (Murray Bartlett) y su joven novio Ben (Charlie Barnett), quienes transitan su vida en pareja y las evidentes diferencias generacionales; Jake (Garcia) y Margot (May Hong), en plena adaptación a su nueva relación luego de la transición de Jake y los cambios en su cuerpo y sus deseos; los gemelos instagramers Ani (Ashley Park) y Jonathan (Christopher Larkin), adictos a performances y glitter; y Shawn (Ellen Page), aquella niña que crió como su hija durante dos años, que hoy guarda una secreta tristeza y varias cuentas pendientes bajo esa imagen cool y seductora que parece indestructible.

Morelli y el productor ejecutivo Alan Poul (Six Feet Under) deciden usar la reunión como espacio de convivencia de esas múltiples generaciones que allí se congregan para dar cuenta de los cambios que han modelado a San Francisco y a sus múltiples escenarios comunitarios a lo largo de veinte años. El uso de las entrevistas de Claire Duncan (Zosia Mamet), una documentalista que coquetea con Shawn al mismo tiempo que enhebra la historia de la ciudad, escondida en sus lugares emblemáticos y sus voces obligadas, permite definir el tono de esta nueva Historias de San Francisco, entre la evocación nostálgica de un pasado de lucha y la reflexión presente sobre ese legado político. Todos sus personajes enraizan sus historias con narrativas compartidas, como la de Michael y su convivencia con una enfermedad que se retrae y le abre las puertas a una libertad inesperada, o la de Mary Ann y esa maternidad con la que debe lidiar, entre temores y excusas, y la realidad de una hija que no deja de ser un misterio. La compleja noción de familia, con sus límites en permanente resignificación, y la del deseo como un territorio que trasciende límites y etiquetas, son las dos líneas por las que discurre la serie, consciente de su origen y con la voluntad de repensarlo en sintonía con los interrogantes contemporáneos.

LA CREACION DE ARMISTEAD MAUPIN

En una reciente nota publicada en Variety, el escritor Armisted Maupin realiza una interesante genealogía de su célebre creación a partir de una anécdota sobre su mentor, el escritor Christopher Isherwood. “Un biógrafo de Christopher Isherwood comentó una vez que los amigos del legendario escritor parecían hacerse cada vez más jóvenes a medida que él se hacía mayor. Había cierto desprecio en esa observación, y en su momento me irritó muchísimo, ya que yo había sido uno de esos amigos más jóvenes, una de esas almas afortunadas que, a finales de los años 70, se encontraban alrededor de la mesa de Isherwood en su pequeña casa sobre el cañón de Santa Mónica”.

Según Maupin, Isherwood se identificaba como queer mucho antes de que el término ganara aceptación en la comunidad de Hollywood. Tenés que llamarte así, le dijo una vez con una sonrisa maliciosa. “Avergüenza a nuestros enemigos”. Y alrededor de su mesa había más que conversaciones sobre libros, películas y sexo: había un profundo intercambio generacional, que incluía anécdotas con Somerset Maugham, Greta Garbo y E. M. Forster, y que delineó para ese joven sureño de antepasados confederados toda una narrativa queer que se remontaba un siglo atrás.
“El trabajo de mi vida, la serie de libros Historias de San Francisco, gira en torno a un grupo de habitantes de la ciudad –algunos queer, otros no- que forman una lógica familia bajo el ojo amoroso de su dueña Anna, una mujer trans. No es casualidad que los detalles de esa saga, la casera, la casa de Barbary Lane, el heterosexual ingenuo que se hace amigo de un joven gay, se puedan rastrear en Adiós a Berlín de Isherwood. No solo fue mi inspiración entonces, sino que además había visto Cabaret, que está basada en el libro, y me había dejado deslumbrado con su magia. La Sally Bowles de Isherwood era, a su manera, una especie de hermana mayor literaria para mi ingenua Mary Ann Singleton”.

Ese espíritu que Maupin definió en sus textos publicados en los 70 en el San Francisco Chronicle y luego editados como novelas- se impregnó también en las sucesivas miniseries que llegaron a la televisión en 1993, en 1998 y en 2001. La controversia que acompañó cada instancia a lo largo de estos 43 años –desde la reacción de los lectores del Chronicle que bregaban por la salvación del alma del autor de las llamas del infierno, hasta las protestan de diversas asociaciones frente a la cadena PBS por poner al aire un beso entre dos hombres- se conjugó con su permanencia en la memoria de sus seguidores y en el recuerdo de quienes se sintieron por primera vez representados.

LIVING LA VIDA QUEER

El camino de esta nueva adaptación a la pantalla llegó con un primer borrador de Michael Cunningham para Netflix, que extendía el universo de las primeras Historias de San Francisco al presente, siguiendo las vidas de los viejos personajes –Anna, Mary Ann, Michael- e incorporando nuevas generaciones al juego. Ahí aparecía la figura de Shawn, a la que finalmente dio vida Ellen Page, una joven queer que atiende la barra en un bar cooperativo y feminista, con performers y drag queens, enclave vital y representativo de las transformaciones del San Francisco contemporánea, que se llama Cuerpo Político. Lauren Morelli, quien se destacó en el equipo de guionistas de Orange is The New Black bajo el mando de Jenji Kohan –además de descubrir su sexualidad en el transcurso de esa serie y terminar casada con la actriz Samira Wiley-, se incorporó para delinear al personaje de Shawn y terminó al mando del proyecto como showrunner luego del alejamiento de Cunningham.

“¡Quedé tan sorprendida cuando leí los libros!”, contó Morelli hace unas semanas en una extensa entrevista con Vulture. “Era 1978 y Armistead Maupin escribía sobre gays que disfrutan de sus vidas, que se enamoran y tienen sexo, que no sufren como resultado de su sexualidad. Fue notable que esa historia siguiera vigente a lo largo de los años. Sin embargo, entonces el mundo era blanco y masculino, y lo que yo tenía que hacer era conseguir que la nueva serie represente el mundo que vemos hoy en día”.

El minucioso trabajo de Morelli y su equipo, todos guionistas queer, permite vislumbrar su cercanía con las experiencias de sus personajes, la vitalidad de las nuevas formas de parentesco en la comunidad, las tensiones entre las luchas del pasado y las preocupaciones del presente. Todas las elecciones para la conformación del elenco –incluso la decisión de elegir a una actriz trans, Jen Richards, para interpretar a la joven Anna Madrigal que asoma en algunos flashbacks- están en la misma sintonía. Pero ese clima amoroso y fascinado nunca es unitario, sino que la serie combina sus explosiones de placer y sensualidad con sinceras discusiones que plantean los límites de cualquier extendida armonía.

“Estaba cansada de ver historias sobre gente queer que sufre. Entiendo que tienen un lugar. Pero, ¿por qué no nos ponemos divertidos? Recuerdo que me resultó frustrante cuando en Carol [la película de Todd Haynes sobre el libro de Patricia Highsmith] las escenas de sexo eran muy dramáticas. Tal vez era el tono de esa película, pero el sexo también incluye alegría, risas y tonterías, y quería retratar algo de eso”.

Historias de San Francisco trata el amor y el sexo con libertad y colores, con una estética que explora la conquista del placer, el arribo del deseo, la empatía y la aceptación. Y ese gesto rompe los límites de toda ficción de gueto, deconstruye esa idea de que deben existir códigos exclusivos que nunca pueden ser del todo compartidos. El propio Maupin, hoy ya con 75 años, sintió que sus temores sobre cómo iban a funcionar aquellas historias en los tiempos modernos terminaron siendo infundados. La mirada de Morelli no solo ofrece un retrato complejo y con sensibilidad contemporánea, sino que actualiza aquel legado, recorre con memoria sus gestas históricas, y restituye el poder de aquellas voces a las que Maupin les dio inusual protagonismo.

 

El viaje de Mary Ann desde Ohio a San Francisco, en aquella juventud que hoy regresa insistente a su recuerdo, encuentra en esta travesía un nuevo salto a través del espejo. Como una eterna Alicia que explora las maravillas de Barbary Lane, mundo extraño y propio a la vez, la Mary Ann del presente recorre los pasos que había dejado en suspenso. Los hilos que la unen al pasado no son cadenas sino estrechos vínculos con una historia compartida, con los amigos que siguieron sus vidas, con esa familia cuyos lazos son todavía fecundos. Allí está Anna y los retazos de su pasado, presente en fotografías y misterios que aún deben resolverse. Y Shawn, cuya vulnerable orfandad asoma con timidez tras su aparente fortaleza, tras su conquistada seguridad. Tres generaciones en danza en una San Francisco que tiene tantas historias para contar.