Mauricio Macri y su canciller Jorge Faurie intentan un nuevo objetivo: estampar entre los votantes que la lucha argentina contra el terrorismo empezó un viernes 19 de julio de 2019 en Buenos Aires. De aquí a las PASO del 11 de agosto y las elecciones del 27 de octubre debería quedar clara, según el Gobierno, la imagen de una cumbre con representantes de otros países americanos y el liderazgo del jefe de la diplomacia norteamericana y ex jefe de la CIA Mike Pompeo.

Detrás de ese intento quedan dos hechos que el tiempo quizás juzgue como irresponsables.

El primer hecho, haber priorizado el enfoque “hemisférico” ante un hecho como el terrorismo. El adjetivo no es inocuo. Los Estados Unidos llaman al continente americano “hemisferio occidental”. Sería su propio hemisferio. El sitio lógico para el despliegue de su destino manifiesto, en línea con la anexión de territorio mexicano en el siglo XIX y el desembarco en varios países de América central en las primeras décadas del siglo XX.

El segundo hecho, haberse corrido del ámbito de la Organización de las Naciones Unidas en favor de hacer propias las prioridades de Washington.

El tema más importante no es en sí mismo Hezbolah, la organización política o político-militar libanesa que, dicho sea de paso, no encontró cobijo durante el ciclo kirchnerista o petista en los dos países más importantes de Sudamérica, la Argentina y Brasil.

La cuestión crucial, en cambio, es el cálculo de ventajas y desventajas de meter de cabeza a la Argentina en el conflicto de Medio Oriente cuando el país desde el regreso de la democracia ya había construido un consenso. La Argentina nunca dudó en el derecho a la existencia del Estado de Israel, país con el que Juan Perón inauguró relaciones, y la mayoría de los argentinos y sus partidos acordaron que también los palestinos tenían derecho a su Estado soberano. Por sobre ambos puntos de consenso sobrevolaba otro, más importante aún, que es la búsqueda de paz en Medio Oriente.

Tampoco la relación de la Argentina con Irán es la cuestión de fondo. Sí es un tema de fondo el alineamiento automático de la Argentina con la Casa Blanca. Las nuevas relaciones carnales se plasman mientras los Estados Unidos e Israel, cada uno a su modo porque el primero quiere la reducción del poder iraní y el segundo su pulverización, juegan sus fichas en el tablero de los grandes: el tablero estratégico militar.

De ahora en adelante, ¿cada movida estadounidense será buena para la Argentina? Y si, como lo muestra el caso de los vínculos entre los Estados Unidos y Corea del Norte, el resultado final termina siendo un nuevo status de convivencia entre Washington y Teherán, ¿quién resarcirá a la Argentina por haberse comportado como un Estado hemisférico y por haber perdido, cosa que nadie debería descartar, una diversificación de relaciones políticas con el Mercosur, con Europa, con China, con la India y con Rusia?

Está clara la ventaja de Macri. Mientras le sea útil a Washington, Donald Trump seguirá financiando su campaña electoral a través del Fondo Monetario Internacional. Pero en términos del interés nacional no hay ventajas ni siquiera económicas. A Vaca Muerta los capitales extranjeros, en primer lugar los norteamericanos, ingresaron en el odiado período populista. Y de Alpargatas los capitales extranjeros, en este caso brasileños, huyen en el amado capítulo liberal.

Los Estados tienen objetivos a largo plazo y anotan los cambios. Moscú preguntó primero qué quiso decir Miguel Angel Pichetto cuando definió a Rusia y China como “países complejos” junto con Irán y Venezuela. No hubo respuesta. Después le preguntó a la Cancillería si el gobierno argentino desmentiría las declaraciones de la líder cambiemita Elisa Carrió sobre un supuesto complot de CFK con los rusos en Cuba para que hombres de Vladimir Putin hackearan el sistema electoral. Tampoco hubo respuesta y entonces María Zajárova, la vocera de la Cancillería rusa, hizo una respuesta pública. Llamó a no creer en los “trucos políticos” y dijo que “jugar al carta rusa ya se convirtió en una herramienta política”. Agregó Zajárova: “Las relaciones entre nuestros países son a largo plazo y no coyunturales. Se distinguen por una continuidad que demuestra claramente que el desarrollo de vínculos buenos y constructivos beneficia a las principales fuerzas políticas y a los segmentos más amplios de la sociedad argentina”.

Naturalmente nadie en su sano juicio cambiaría el alineamiento automático de Macri con los Estados Unidos por otro con cualquier país del país del mundo, incluyendo a Estados complejos y no complejos. La inversa de lo que hizo Macri no es un antinorteamericanismo tonto sino la sensatez sin búsqueda de un protagonismo que a la Argentina no le cuadra por su talla.

La historia no tiene por qué repetirse pero algo muestra. El atentado a la embajada de Israel sucedió en 1992, durante otras relaciones carnales. El Presidente era Carlos Saúl Menem. El atentado a la AMIA fue en 1994. El Presidente era Carlos Saúl Menem. El Gobierno que no investigó o investigó mal, y por ello varios de sus funcionarios acaban de ser condenados por encubrimiento, fue el de Carlos Saúl Menem. Ese gobierno era el destino de las simpatías de Macri y el que tenía a Faurie como un diplomático de carrera, ya de rango alto, siempre entusiasmado con los supuestos beneficios del alineamiento automático. En política internacional la magia es éso: pura ilusión. O ilusionismo.

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