Donde estaban los indios y los gauchos, en esos campos eternos donde la línea del horizonte era lo único que se veía, empezaron a llegar europeos. Italianos, sobre todo, pero especialmente de Piamonte, cuando todavía era un reino de la gran península. Estaban construyendo la Pampa gringa. Pampa es una palabra quechua que significa “llanura sin árboles”. El artista argentino Marcelo Torretta (1962, Morteros, Córdoba) conserva en sus pinturas algo de la extrañeza sufrida por sus antepasados, y por él mismo, al habitar esa llanura desnuda. Entre el cielo y la tierra. La incertidumbre invade los cuadros como una cualidad de la belleza, generando en los espectadores un misterio perturbador, el de no poder distinguir entre el paisaje, la casa y los seres que por allí se mueven. La Pampa dinamita la paciencia, conformando un tiempo donde las velocidades y las escalas son tan versátiles como las tormentas. Las funciones se trastocan. “La italianidad es un conjunto de recuerdos e imágenes que forman parte de mi construcción” cuenta el artista, que vivió siete años en Italia.

“Cuando me fui a Italia en el 87, dije: algún día los voy a pintar a estos tipos. Esos gringos venidos de la pampa, esa llanura. Es muy fuerte culturalmente esa región. Mucha italianidad con un alto nivel teatral, de locura. Porque los tipos están en otro escenario. Venían de otra cultura, otra geografía y otro tipo de vida. Hubo entre ellos muchos suicidios. De golpe están en esa pampa desierta, ese lugar aterrador. Y me pregunté cómo pienso una identidad pictórica en un lugar que es la nada misma. Yo busco elementos que narren el carácter de esa gente. Entre otras cosas, bastante rusticidad. Por eso busqué mucho en algo del arte primitivo latinoamericano. Pero también en la pintura europea, cómo se acerca a esa mirada. Soy un pintor híbrido. No soy un puro. No sabes si sos italiano, si sos argentino. Sos y no sos.” cuenta Torretta. En su pintura ese contenido político está latente.

Paleta cálida pero no gélida. Lo que hiela la sangre es lo que sucede. La paleta es versátil, móvil. Como en el cuadro “Después del derrumbe” donde cientos de grises, celestes y azules construyen la situación. Se sobrevive como se puede. El absurdo suele ganar la batalla. Niño-hombre vestido con ropa militar, sonriente, con una cabeza de venado en sus manos, parado sobre una casa, en la que él no podría entrar nunca porque es más pequeña que su propio cuerpo. Donde sí entra, y le sobra, es en fondo. Un enorme cuadro, dentro del cuadro, enmarca al precioso y bizarro personaje. Parecen las montañas de Cézanne. Estas son, tal vez, las únicas instancias que no rozan el absurdo en las pinturas de Marcelo Torretta: la naturaleza y la pintura misma. Refugios para el ojo. Como en “Canción rota”, donde una mujer pinta su casa como a un juguete, mientras se pierde mirando un horizonte árido repleto de cielo cargado de nubes violetas y turquesas como avisos de tormenta. Seguro que hay viento, mucho viento. Pero no se nota. En los cuadros de Torretta pasa de todo, pero son momentos congelados. Hay algo que está por estallar, un juguete a punto de explotar, un torbellino por aparecer. La tensión es máxima. Pero fija. Dura. No hay tiempo. “Electricidad” y “Ternura dañada” son una muestra clara de eso. Inclusive el cuadro donde el artista pinta un reencuentro con sus propios fantasmas, el ataque es un juego, porque él sabe que también “Un renovado encuentro” es siempre un encuentro imposible.

Antes de viajar a Italia en el 87, Torretta trabajó con diarios --siguiendo algunas noticias que le llamaban la atención-- y también con el cómic y la publicidad. Fue esta última la que le “enseñó a pensar niveles de síntesis, ante tanto ruido visual, generar una imagen que logra frenarte.”

“Resplandor” es un cuadro donde se concentra esa mirada. Rosa y celeste bebé, amarillo limón que erigen un universo enorme de dominación perversa y encantadora. Es el poder de la imagen. El poder político de la imagen sobre los ciudadanos, el poder del pintor sobre el espectador, el poder de la arquitectura, nunca ingenua, nunca pensada sólo como morada. Torretta ofrece como un rico pastel un cuadro que es una denuncia, crítica tan voraz como sutil de los sistemas políticos, sociales y culturales en los que estamos todos inmersos. “Insomnio” nos lleva al mismo lugar. Y “Escaparate” lo recorta con humor pop.

Los personajes que habitan los cuadros están solos. Es un universo de personas solas. Metafísica posmoderna donde no hay sujeto ni vínculo posible. Hay soledad, hay distancia. “No hacía falta pintar explícitamente algo social, todo eso tiene que estar adentro de esos personajes sin que se vean. Esa es la política.” Y eso se ve. Y se siente. El vacío le gana a la estructura, a pesar de la insistencia del pintor en la presencia de casas y casitas. Todas las estructuras flotan en esta cartografía de la soledad: “Pienso en una cosa que flote, que flote en al aire, para ver cómo armas vos tu historia. No quiero que nada esté definido. La falta de relación...hay problemas de comunicación. Es una situación y el vacío está presente. También desde los títulos. Y el espectador la construye, la imagen y el sentido se construye entre varias miradas. Me interesa el vacío. Pretendo que el que está mirando pueda entrar ahí adentro y pueda armar su propio mundo. No hay nada definido. Si hay narrativa es pictórica. Al haber elementos figurativos inevitablemente vos como espectador construís tu propia narrativa. Pero no es una ilustración narrativa.Tiene que haber una abertura en la pintura”, cuenta el pintor.

En sus cuadros reinan las imposibilidades. Las escalas son absurdas: “Lo que me interesa en cuanto al imaginario es la otra gran parte que es el que mira la obra, el observador, cómo generar en la cabeza del que mira niveles de ficción. Me interesa expandir la pintura. Termino pensándola en términos abstractos. Todos los personajes que hay adentro son desencadenantes para ir a la pintura directamente, y que generen una tensión ahí, para ver a qué color me llevan. Las obras tienen niveles de ambiguedad en muchos sentidos. Es lo que me interesa: que no haya certezas.”

Pero como hacer una muestra no es colgar cuadros, el artista pensó la exposición- casi toda producción del 2019- para un espacio con paredes verde y alfombra bordeaux. Pensó la paleta en ese contexto, pensó “cómo hacen para flotar los cuadros dentro de ese entorno, de alguna forma... trabajo con lo que hay”.

En sus pinturas el cuerpo aparece como arquitectura, como hormigón. Deshumanizado como una ciudad y amoroso como un juguete, perversamente mimetizado con el paisaje. Los personajes son la urbe. En las pinturas de Torretta, el único que mira, es el espectador. Hay una dialéctica entre cercanía y lejanía propuesta, con escalas arbitrarias y velocidades modificadas. “Agua imprevista de un poema”, dice el artista como título en uno de sus cuadros. No sabemos si estamos cerca del estallido de la tormenta, el tornado, la bomba. Ni siquiera sabemos si le tenemos miedo. Casi que la esperamos encantados. Que estalle lo que tenga que estallar. Pero queremos estar ahí. Verla. Mirarla. Como espectadores terminamos hipnotizados. Dejamos que la melodía brille. Aún a riesgo de que nos mate.

 

La muestra de Marcelo Torretta se puede ver en Zurbarán, Cerrito 1522, de lunes a viernes de 10 a 21, y sábados de 10 a 13. Hasta el 15 de agosto