Durante su estadía en Argentina, Javier Auyero, profesor de sociología de la Universidad de Texas, visitó a su familia en Banfield y también recorrió el Conurbano. Desde la Universidad de Quilmes a la de San Martin y pasando por la de Lomas de Zamora donde se reencontró con los estudiantes que el año pasado tomaron el Seminario de Etnografía del Conurbano, una experiencia inédita, en la que alumnos y alumnas combinaron clases presenciales con la investigadora María Fernanda Berti, y encuentros virtuales con él.

Auyero se graduó en la Universidad de Buenos Aires y se trasladó a Estados Unidos para realizar sus estudios de posgrado. Sus áreas de trabajo son el estudio de la pobreza y la marginalidad a través de la etnografía, un método en el cual “el investigador se inserta lo más cercanamente posible al objeto que quiere estudiar para entender cómo y por qué los actores hacen lo que hacen”.

-¿Cómo manejarse para que la propia subjetividad no interfiera en la investigación?

-Esa es la tensión fundamental de la etnografía, que uno quiere acercarse lo más posible a fenómeno que quiere investigar, y al mismo tiempo construir cierta objetivación para entender por qué los actores hacen lo que hacen. En la etnografía uno registra voces, testimonios y acciones, pero no es sólo el registro sino comprender y eso requiere cierto distanciamiento. El esfuerzo de la etnografía es ponerse en lugar del otro, pensar qué haría yo como padre en un contexto como el que describimos en “La violencia en los márgenes”. Desde el primer texto que trabajé, que intentaba desarmar los estereotipos en torno al clientelismo como forma de manipular al pobre o ahora el narcotráfico, son temas que descolocan a uno como investigador. Pero lo que a mí me acerca a esos objetos es cierta indignación, no es sólo interés académico, es un intento de denuncia o de hacer visibles ciertos temas.

-La pobreza y la marginalidad tienen representaciones muy marcadas, ¿cómo se trabaja para desarmar esas construcciones?

-Hay que ser muy realistas en el impacto que uno pueda tener para derribar estos estereotipos. Mucha gente sigue creyendo hoy que el pobre es pobre porque no le gusta trabajar, y hemos escritos cientos y cientos de páginas en contra de esa idea. Nuestro trabajo como cientistas sociales es construir la evidencia que pueda desmontar esa idea. Cuando se habla de violencia en sectores populares se dicen un montón de generalidades y nosotros lo que quisimos, con qué éxito no sabemos, es derribar esos estereotipos.

-El sentido común tiende a asociar fácilmente violencia con pobreza…

-Yo sabía desde el comienzo, fue como un fantasma, que nos metíamos en un tema en el que pelear contra ese sentido común iba a ser la batalla principal. Lo que uno tiene que hacer es por cada acción que describe tratar de contextualizarlo y mostrarle al lector que en esas circunstancias probablemente actuaría igual.

-Uno de tus últimos trabajos es sobre la espera. ¿Qué significa la espera para los pobres?

-El tiempo está estratificado, uno sabe que la gente que más recursos tiene espera menos en general, por el médico, por los servicios... Espera menos cuando se relaciona con el Estado. Lo que argumento en “Pacientes del Estado” es que en esa relación entre pobre y Estado lo que se construye no es un ciudadano activo sino un paciente, hacer esperar se convierte en un mecanismo de dominación y control. La espera es la forma que tienen los más instituidos de experimentar el poder.

-También es común la idea de ausencia del Estado, sin embargo planteás que lo que hay que revisar es qué tipo de presencia tiene.

-Es difícil hablar de “el Estado”. No es un agente uniforme, homogéneo. Cuando escribí “La política de los pobres”, yo hablaba de abandono del Estado, en plena época del neoliberalismo, pero seguir hablando hoy de que el Estado se ha retirado de estas zonas del Conurbano no se sostiene desde ningún punto de vista empírico. Hoy en cualquier barrio hay un comedor, una escuela. Al mismo tiempo que tenemos esta presencia, también está la Policía, Gendarmería, entonces es una presencia de asistencia y punitiva.

-¿Qué es el “Estado ambivalente” del que hablás en tu próximo libro?

-Además de presencia brutalizadora, hay un Estado que convive con sectores de la criminalidad. Entonces tenés un Estado que no es el que aparece tirando un bunker, no es el de un programa social, sino que aparece en una relación con actores que él mismo está criminalizando. Ese mismo Estado que dice que no se puede comprar marihuana es el que después distribuye o regula la distribución de drogas en algunos lugares. Ese es el Estado ambivalente que hace dos cosas contradictorias: por un lado refuerza la ley y por el otro la viola, en el mismo territorio y con la misma población.

-En los últimos años se dieron casos paradigmáticos de gatillo fácil. ¿Hay una política que habilita este comportamiento?

-Creo que está cambiando la validación que el Estado hace a “bueno, hay que defenderse”. No sé con qué consistencia, pero hay cierta tolerancia frente a estos episodios. Hay un mensaje político, el Estado certifica eso.