Al momento de disponerse a reflexionar sobre las universidades públicas argentinas, debemos saber que el conjunto que conforma el sistema universitario público es de una gran diversidad y, por consiguiente, resulta conveniente concentrar el pensamiento sobre las cuestiones que reflejan aspectos comunes.

Esta aclaración previa es necesaria para no caer en la trampa de los números de las estadísticas. Para no caer en opiniones globales, generalistas y, generalmente, condicionadas por ideologías.

En verdad, existen un conjunto importante de razones, políticas y acciones, que comparten nuestras universidades. Son aquellas cuestiones centrales que justifican la alta valoración de la sociedad argentina.

La razón fundamental de tal valoración es externa a las propias universidades. Esta fundada en la convicción de nuestro pueblo sobre lo mejor del futuro. Y en ese futuro es trascendente la educación; y en estos tiempos, particularmente, la educación universitaria.

La generalización de este pensamiento, implica masividad. Que nuestro pueblo acceda a eso que comprende y desea, significa pensar, analizar y trabajar por la inclusión. Se terminó la época de las elites llegando a nuestras aulas. No más límites al ingreso como factor de ordenamiento social.

Es por eso que, desde adentro de nuestras universidades, priorizamos con absoluta jerarquía las políticas que ayuden a que la mayor cantidad de argentinos lleguen a nuestras aulas, permanezcan en ellas avanzando en sus carreras y se gradúen en el menor tiempo posible.

Se impone la revisión de muchos planes de estudio con elevado número de materias, con correlatividades excesivas, con normas académicas obstructivas y con trabajos finales, que se demoran y agregan poco.

Cuando en los primeros párrafos mencioné las distorsiones de los números estadísticos en los indicadores universitarios, lo hice, entre otros, por el caso de la duración real de la carrera entre alumnos que no trabajan y alumnos que trabajan.

Sería oportuno que el diseño del plan de estudios fuera diferente, dando por cierto que quien trabaja tardará un tiempo adicional en graduarse. Esto evitará conclusiones erróneas en los análisis de indicadores y minimizará cualquier sensación de desmérito en la comparación.

En el mismo sentido de la inclusión existen un conjunto de acciones y programas del Ministerio de Educación y de la SPU y de las propias universidades. Esto incluye las becas, los comedores y las residencias universitarias, la cobertura de salud y la actividad deportiva, entre las actividades más destacadas.

Estas cuestiones no entran en ningún indicador que, arbitrariamente, pretenda medir el denominado “costo por alumno”.

Además, las áreas de ciencia, técnica, arte, transferencia e innovación de nuestras universidades representan casi el 90 % del aporte científico del CONICET y otras instituciones provinciales similares.

Nuestro país no tiene otra apuesta de crecimiento que no esté basada en el aporte de la ciencia y la técnica para producir y agregar valor.

Sostener e incrementar el mercado interno es prioridad. Por el consumo que genera, el sostenimiento de quienes producen los bienes y, consecuentemente, la creación de puestos de trabajo. Generar empleo es un objetivo social y económicamente indispensable.

Pero necesitamos, además, generar excedentes exportables y cargarlos de valor agregado, para encontrar las divisas que no tenemos y terminar de sobrevivir de prestado.

Para llevar adelante estas políticas nuestras universidades son indispensables.

Este es, también, un acuerdo del conjunto.

La planificación en materia universitaria y de ciencia y tecnología debe estar presente para llevar adelante esta y otras ideas.

Otro tema más en el que, pese a nuestras diversidades, estamos todas las universidades de acuerdo.

En estos pocos puntos queda claro que las universidades públicas no somos una simple estadística agregada, ni un mero indicador.

Estamos inmersos en la sociedad, trabajamos para ayudar a resolver problemas y para mejorar la calidad de vida de nuestro pueblo. Definitivamente hemos derribado el muro de protección que antiguamente nos aislaba.

Por eso nuestro quehacer y nuestro hacer cotidiano resulta de un alto grado de complejidad. Nuestros “alumnos” no son solo ya los que cursan carreras de grado. Tenemos alumnos de posgrado, de jardines maternales, de jardines de infantes, de escuelas primarias y secundarias, de institutos terciarios, de adultos mayores, de diplomaturas, de cursos y talleres de oficios, de idiomas, y sigue….

Nos sentimos representantes del valor que nuestro pueblo le da a la educación y a la ciencia. Y del reconocimiento de nuestro trabajo con los actores de la sociedad.

Roberto Tassara: Rector de la Universidad del Centro de la Provincia de Buenos Aires.