Con el primero de los tres recitales dedicados a las sonatas para piano de Beethoven comenzó, en el rebautizado Auditorio Nacional del Centro Cultural Kirchner, una nueva edición del Festival Barenboim. Alta densidad social, ajetreo mediático y el clima de optimismo que genera lo seguro conformaron la sensación de gran evento en lo que lo mundano y lo artístico se encuentran. 

Daniel Barenboim es una de las grandes figuras de la música internacional, un artista de un magnetismo particular, convincente en su discurso y magnífico haciendo música. Además, su aura de exponente tardío de una raza en vías de extinción envuelve a un festival que sin dudas es un gran evento. Demasiado eventual, pero evento al fin: resulta difícil articular este festival con el contexto de la realidad musical del país, que con sus postergaciones atávicas y el escaso interés estatal, es muy distinta.

La noche dedicada a Beethoven y a algunas de sus sonatas, presentadas cronológicamente, fue un gran inicio para el festival. La primera parte del programa incluyó la Sonata en Do menor nº5 Op.10 nº1 y la Sonata en Si bemol mayor nº11 Op.22. Ligada todavía a la tradición del clasicismo, la primera, compuesta entre 1796 y 1797, adelanta algunas de las particularidades que caracterizarán el concepto de sonata de Beethoven. La segunda pone en juego un andamiaje formal más rico y sólida, con más ideas de desarrollo respecto a la primera. Con esas ideas, Baremboim planteó la propia, basada en la exaltación de los contrastes y el uso generoso del pedal.

Tras el intervalo, en el inicio de la segunda parte el pianista ofreció dos sonatas: la “Nº 19” y la “Nº20”, ambas del Op.49. Compuestas en el mismo período que las del "Op.10", pero publicadas en 1805 con el calificativo “fáciles”, estas sonatas constituyen piezas breves, articuladas en solo dos movimientos que por su aparente simplicidad suelen constituir trampas de trivialidad. En su concentrada ejecución, Barenboim exaltó el carácter casi epigramático de cada sonata y su lectura resultó de una lucidez estremecedora. Con un uso más mesurado del pedal, obtuvo sonoridades más claras y profundas, para redondear lo que por sutileza podría quedar entre lo mejor de la noche.

Por sobre la técnica del pianista siempre estuvo la idea, minuciosa y acabada. Cada gesto de Barenboim regresaba con sus diferencies y producía el efecto que sostiene la cuidadosa construcción del dramatismo. Los contrastes melódicos, rítmicos, de textura y de intensidad constituyeron las piezas de un juego que más definiciones proponía sorpresas. Nada era previsible en la ejecución de Barenboim. En los numerosos retornos de los temas, cifra expresiva de la sonata como forma de organización y de la dialéctica beethoveniana, el carácter que el pianista imprimió a la ejecución nunca resultó el mismo, dejando incompleta la sensación de retorno y remarcado el dramatismo.

Esa forma de inestabilidad virtuosa acentuaba la sensación de travesía que las sonatas de Beethoven insinúan y que el pianista tan claramente expresó hacia el final, en la Sonata en Fa menor nº23 Op.57, “Appasionata”. Tras la brillante exposición del primer movimiento y el sereno y claro “Andante con moto” central, el final titánico, con el intérprete al extremo de sus posibilidades físicas y técnicas en la martillante afirmación de la conclusión, despertó la ovación de sala. Gran final para Beethoven. Un final propio de Barenboim, artista profundamente arraigado en la tradición clásico-romántica que comienza con el genio de Bonn.

Ahí se acabó la música. No hubo bis, apenas la irrupción del titular del Sistema Federal de Medios y Contenidos Públicos, que financia el festival, Hernán Lombardi, para junto al artista repetir en público el descubrimiento de la placa que cambia el nombre de la sala que ahora se llamará Auditorio Nacional. Pocos aplausos y algún silbidito que llegó desde las ubicaciones altas para lo que fue casi un momento de stand up.

La serie de recitales dedicados a algunas de las sonatas de Beethoven se completará el viernes y el domingo. En la continuidad del Festival, Barenboim dirigirá también su West-Eastern Divan Orchestra, tendrá como invitados a notables de la música de estos tiempos, como Martha Argerich, Rolando Villazón y Anne-Sophie Mutter, además de animar charlas y conferencias.