Siempre atractiva y en su momento de avanzada, Ariadna en Naxos persiste como uno de los buenos ejemplos en los que drama y comedia funden sus expedientes para que la ópera como género siga hablando de lo mismo. Es decir, del amor y sus laberintos. Pero como toda obra maestra, no se agota en esa superficie. En el Teatro Colón se estrenó una nueva producción de la ópera de Richard Strauss con libreto de Hugo von Hofmannsthal. Sobre una precisa maquinaria de teatro en el teatro, la puesta en escena de Marcelo Lombardero y la dirección musical de Alejo Pérez, junto a un brillante elenco de cantantes, canalizaron hacia un mismo destino las formas de “lo diferente”.

En un gran salón burgués, el mayordomo, opulenta representación de la voluntad patronal, activa los preparativos de una gran fiesta. Hay un maestro de música, una compositora, una primadonna y un tenor. También un elenco de artistas de variedades. Cada uno se prepara para lo suyo. Pero el tiempo no alcanza, y lo que importan son los fuegos artificiales con que culminará la fiesta. Así que tendrán que representarse al mismo tiempo. Se mezclan entonces los traumas de lo alto y lo bajo, lo lindo y lo feo, los ricos y los otros. Y las necesidades de un evento mundano.

Sin aceptar la condición de cadáver exquisito que toda ópera de repertorio sugiere, Lombardero es de los puestistas que siempre logra decir algo nuevo. En este caso, además de adaptar lo que es casi una ópera de cámara al gran escenario del Colón, llevó a cabo acertadas actualizaciones. La primera, en el prólogo. El personaje masculino del compositor, al que Strauss originalmente dio voz de soprano, como referencia al rol del travestido habitual en el barroco, asume decididamente identidad femenina. En la importante presencia física y vocal de Jennifer Holloway, la elección resultó todo un acierto. Vibrante, con el desmesurado sentido dramático que la situación demandaba, la soprano estadounidense cerró el prólogo de manera contundente. “¿Este es vuestro mundo? ¡Dejadme morir de frío y hambre y quedar petrificado en el mío!”, repite la Compositora, personaje seguramente no inspirado en el propio Strauss.

Con una gruesa capa de kitsch-pop, Lombardero actualiza los saltimbancos de la comedia del arte del original, al tiempo que enfatiza el barroco de la ópera dramática. La gruta de Ariadna y la aparición de Baco que se eleva lo profundo del escenario, por ejemplo, serían en cualquier otro lugar el monumento al mal gusto. Pero acá funcionan maravillosamente. Lo bufo y lo dramático, lo trágico y lo cómico se tensan hasta ser parte de lo mismo. Las referencias del gusto están licuadas y el problema de cómo montar una ópera que plantea el original, se convierte en realidad en cómo terminarla.

El trabajo de los cantantes fue formidable, tanto los protagonistas cuanto el terceto de ninfas y el cuarteto de saltimbancos. Hernán Iturralde fue un compuesto Maestro de música y Ekaterina Lekhina asumió con gracia y desparpajo el personaje de Zerbinetta y su candor no se descompuso ni en la parte de los sobreagudos –otro chiste barroco de Strauss–; Carla Filipcic Holms fue una Ariadna sólida, creíble, trágica pero nunca patética. Gustavo López Manzitti fue categórico con su Baco, de agradable color de voz, sin forzaturas. El trabajo de Alejo Pérez al frente de la los solistas de la Orquesta Estable exaltó con delicadeza y gusto por el detalle una partitura que entre sus pliegues neoclásicos esconde notables hallazgos tímbricos. .

El final fue maravilloso. Tal como habían indicado por los aristocráticos dueños de casa al comienzo, todo debía terminar antes del gran momento de los fuegos artificiales. Así que con total tranquilidad los técnicos comenzaron a desarmar el escenario montado en salón cuando aún los amantes cantaban su reencuentro. “Deja que mis sufrimientos no sean en vano”, canta Ariadna que ya entregó parte del vestuario para que lo guarden. “Por tus sufrimientos soy poderoso”, repite Baco despojado del aura mítica de su indumentaria, como para ir terminando.

En el fondo del gran ventanal del salón ya los fuegos artificiales iluminan el cielo, adentro técnicos y artistas se caranchean los restos de la fiesta. La noche terminó y cada uno tuvo lo suyo: bien o mal la compositora terminó su obra, Ariadna reencontró el amor, Zerbinetta puso su extensa memoria afectiva al servicio de la desconsolada y Baco sentó cabeza. Los artistas tuvieron trabajo y los ricachones fuegos artificiales. Distintas formas de satisfacción, para el mismo final feliz.


Ariadna en Naxos

de Richard Strauss y Hugo von Hofmannsthal

Elenco: Carla Filipcic Holm ("Prima donna" y Ariadna), Gustavo López Manzitti ("Tenor" y Bachus), Jennifer Holloway (la Compositora), Ekaterina Lekhina (Zerbinetta), Hernán Iturralde (El Maestro de música), Luciano Garay (Arlequín), Iván García (Truffaldino) y Carlos Kaspar (Mayordomo). Santiago Martínez, Pablo Urban, Luciano Garay e Iván García (cuarteto de saltuinbanquis) y Laura Pisani, Florencia Machado y Victoria Gaeta (trío de ninfas).

Escenografía: Diego Silano

Vestuario: Luciana Gutman 

Iluminación: José Luis Fioruccio

Director musical: Alejo Pérez 

Director de escena: Marcelo Lombardero

Teatro Colón. Nuevas funciones este viernes y el domingo.