Si bien a través del periodismo de guerra se introdujo el concepto “grieta” en busca de un beneficio, que se consiguió; eso no alcanza para que su significación cale, cada vez más hondo, en nuestra sociedad.

Se presenta el fenómeno grieta como la consecuencia de dos posiciones antagónicas e irreconciliables. Pero su arraigo nos muestra que la relación causal es al revés. La grieta es, por un lado, la consecuencia de cómo se comporta la estructura simbólica de nuestra sociedad, y por otro, la causa de las posiciones irreconciliables y antagónicas.

Como todo análisis, no es una teoría general sino una interpretación de nuestras vivencias y fenómenos contingentes. Aclaramos que la extrapolación de los conceptos del campo psi hacia el campo social requiere una validación y acotación del fenómeno y de su interpretación.

A este fin diremos que la estructura del lenguaje atraviesa al humano en su condición natural. El resultado es un sujeto marcado, dividido, escindido. Esta división es la presencia de la estructura simbólica en el sujeto, que le permitirá desarrollarse.

Si la división no se produce en el sujeto, escindiéndolo, la presión de la estructura producirá, en otra dimensión, un efecto de agujero. La división que debería estar en el campo simbólico del sujeto será un quiebre en el campo de lo real. El delirio será un intento restituir el sentido.

Con esta sinopsis apretada queremos sentar la noción de como la estructura simbólica va produciendo marcas y divisiones. Extrapolamos esta noción y observamos que en la sociedad, la estructura simbólica actúa, para mejorar, sobre un resto de la operación de sublimación, que desarrollo a la civilización. Ese resto es lo que llamamos “poder”. Su portación produce una satisfacción que no es sin consecuencias trágicas para la sociedad, aunque a veces inevitables y para la cual no hay límites propios. Más, cuando siempre tiende a unificarse en un solo mando. Su límite se aporta desde otro lugar, al contrario de los animales que les alcanza con satisfacer la necesidad.

La solución que impone la estructura y que marca la trayectoria que ha tomado la civilización, para su desarrollo, es el acto de escisión del poder. Siempre debe ser y estar verdaderamente dividido, escindido, en la forma que esté presente, en cada lugar y época. Sean dioses, instituciones o grupos económicos, etc.

Por ello Monstequieu insistía que, en el Estado, debe estar escindido el poder de gobierno en: poder Ejecutivo, poder Legislativo y poder Judicial. Otras divisiones necesarias: el control del poder ejecutivo y entes reguladores en manos de una oposición, el limite al poder económico a través de leyes anti oligopólicas o antimonopólicas. Dentro de la Justicia la división del poder en Instancias. Así podemos sumar divisiones actuales y otras que serían necesarias como una Ley de Medios. Todo lo que evita la concentración y acumulación del poder. Gracias a estas divisiones se logra dinamizar y tramitar las dificultades y conflictos, que vayan surgiendo en el devenir social.

Si estas divisiones políticas, que pertenecen al campo de la superestructura de una sociedad, están subsumidas, por ejemplo en un poder económico, externo e interno, y si el poder político captura la independencia del poder judicial, la estructura de poder queda unificada para usufructo de una plutocracia. Este es el mecanismo fundante de la corrupción estructural y que da lugar a las otras formas.

Como dijimos, la presión de la estructura simbólica de la sociedad igual tenderá a poner su marca pero en un lugar ectópico. Así, la realidad cotidiana es la que queda escindida y la llamamos grieta. De ella brotan fantasmas y expresiones absurdas y contradictorias, con lógicas que llevan a contenidos delirantes: la culpa es de los pobres y de las adolescentes embarazadas.

La forma más usada, para anular la escisión del poder, es convertirla, en ser solo una declaración de principio. La población pierde los diques que funcionan como canalizador y catalizador de la conflictiva social y sus adversidades. A cambio, caemos en el agujero que implica la grieta, y del cual desconocemos su profundidad. Desde ahí se convoca a las pasiones más duras de lograr una coherencia y razonabilidad. Lo grave es que la grieta se vuelva el único operador que indique quien es quien.

Lo deseable por muchos es tener una real y verdadera división de poderes, aunque para muchos otros es pasar a la siguiente acción de la plutocracia: anular la grieta sometiendo el imaginario social, como en muchos países subdesarrollados. Para lograrlo hay que destruir todos los valores que representen un derecho a la dignidad.

La plutocracia cree que el bienestar de la mayoría de la población es un derroche porque la riqueza de las naciones es para la ganancia de los grupos económicos, ergo la población es la pobre, no ellos. La vida de un pueblo será por un derrame de la gracia de los plutócratas.

Estas características son las que han sido asumidas por las poblaciones cuyas conciencias, pasiones y poder han quedado subdesarrollados.

Hernán Guggiari es psicoanalista.