La economía de Brasil cayó 4,6 por ciento el año pasado, según el dato publicado por el Banco Central de ese país. Fue el segundo año consecutivo de retracción económica. Además, el nivel de actividad se deterioró 0,3 por ciento en diciembre frente al mes anterior y el cuarto trimestre cerró con una baja de 0,4 por ciento en relación al trimestre anterior. De este modo, no sólo queda en evidencia la profundidad de la crisis brasileña económica sino su continuidad, a contramano del discurso del Gobierno argentino.

Dos datos muestran a las claras la situación de Brasil: en 2015 la economía se redujo en un 3,8 por ciento. Sobre esa merma se montó la caída del 4,6 el año pasado. Uno de los sectores más golpeados es la industria manufacturera, que tiene mucho impacto en el empleo. Según la Confederación Nacional de la Industria (CNI), en 2016 la industria brasileña registró una caída del 12,1 por ciento en su facturación, mientras que cayeron un 7,6 por ciento las horas trabajadas y 7,5 por ciento la demanda de empleo. El nivel de actividad de la industria en 2015 ya estaba 8,5 por ciento por debajo del período inmediatamente anterior.

La crisis de Brasil guarda relación con un contexto internacional adverso por la moderación en el crecimiento de China y la incertidumbre europea. Pero además, el segundo gobierno de Dilma Rousseff comenzó con la aplicación de un plan económico de corte ortodoxo basado en el ajuste fiscal, política que redobló el actual mandatario Michel Temer. El recorte fiscal, en una economía dominada por el mercado interno, tuvo efectos nocivos sobre la actividad económica. Por otro lado, la propia crisis política que tuvo su epicentro en el golpe y destitución de Rousseff pero que todavía continúa, complica cualquier escenario económico.

El gobierno pretende recrear el clima de optimismo y anticipa que el PIB va a crecer este año hasta un 1 por ciento. Ese resultado, si llega a cumplirse, sería de poca relevancia frente al grado de caída acumulada. Pero ni siquiera la mejora está asegurada porque Temer y su ministro de Hacienda, Henrique Meirelles, insisten en que “poner orden en las cuentas públicas significa crear las condiciones para el crecimiento”. La teoría económica dice lo contrario: en una economía en recesión, la expansión fiscal permite el aumento de la actividad y la propia mejora de las cuentas públicas. El FMI, que suele simpatizar con los gobiernos pro-ajuste, es menos optimista, dice que Brasil crecerá 0,2 por ciento y advirtió en su último informe de perspectivas económicas que la situación para la región es peor de lo esperado a raíz de “una menor expectativa de recuperación a corto plazo en Argentina y Brasil tras cifras de crecimiento que defraudaron las expectativas en torno al segundo semestre de 2016”.

Ayer también se conocieron los datos sobre la evolución de la cuenta corriente del balance de pagos de Brasil. En enero, el déficit en ese segmento aumentó un 5,6 por ciento interanual hasta los 5085 millones de dólares. La salida de capitales que superó el saldo comercial positivo de 2504 millones de dólares.