Nacida Chloe Anthony Wofford en Ohio en 1931, Toni Morrison, también ganadora del Premio Pulitzer en 1988, sigue siendo la única mujer negra que ha recibido el Premio Nobel de Literatura en 1993. Su obra señaló el muro invisible de la segregación racial, heredada de la lógica de la esclavitud. En sus novelas, ensayos, dramaturgias, predomina la voluntad de nombrar la profunda desposesión de la que es objeto el esclavo desmembrado, alienado, atomizado. Más aun, ahonda en la doble discriminación que sufren las mujeres afrodescendientes en la sociedad estadounidense. Aunque jamás haya hecho referencia directa al color de la piel de sus personajes, fue dejando indicios de una extrema sutileza.

Pasó su infancia en el gueto de Lorain, un pueblo que vivía de la industria siderúrgica cerca de Cleveland. Creció con los relatos de su madre y de su abuela, que le hablaban con nostalgia de todo el folclore de los negros del Sur, de donde provenían, de los ritos y de las deidades. Su padre, soldador, no le tenía aprecio a los blancos. La relación del hombre con la lectura se resumía al conocimiento de la Biblia - la había leído más de cinco veces – la única lectura inculcada por el sistema segregacionista, pero que él había recorrido con orgullo y rabia, casi como un acto político.

Cuando era chica, le gustaba aquel universo familiar en un barrio poblado por migrantes que vivían contando historias, implicando a lxs niñxs en los relatos, pero no le interesaba demasiado aquella herencia. Cuando comenzó a escribir, de repente empezó a buscar en la literatura los rastros de un silencio que afectaba a su gente y empezó a querer llenar esa ausencia con su propia memoria y la de sus antepasadxs.

Realizó brillantes estudios de literatura, en los que trabajó sobre el suicidio en Faulkner y Virginia Woolf. En la obra de Woolf, le interesaba el uso del lenguaje, su economía, su depuración. En Faulkner, todo lo contrario, la proliferación, la repetición, y algo más profundo en relación con la representación literaria del racismo: “Nada puede compararse con la inmensa curiosidad y el profundo alivio que sentí cuando descubrí a Faulkner, y eso se debe principalmente a la forma en que aborda el tema de la raza. En ese momento, no había leído nada parecido en ningún otro escritor. Se las arregla para hablar de raza sin desprecio, sin burla y sin enojo.”

Lo que para ella conectaba a esos dos autores era la tristeza, la melancolía y el tratamiento del suicidio en su trabajo. Para Woolf, decía, era una manera de escapar, irreductiblemente suya y en la que mantuvo un cierto grado de control, mientras que para él era más bien un fracaso, una debilidad y una incapacidad de resiliencia. Conexiones y divergencias que desplegará a lo largo de su obra literaria, relacionadas con la tensión entre la capacidad de atravesar un profundo enajenamiento y la de recrearse.

En 1958, se casó con Harold Morrison. Tuvieron dos hijos y se divorciaron en 1964, tras lo cual, manteniendo Morrison como su seudónimo, empezó a trabajar como editora en Random House, donde publicará una antología de escritores negros, The Black Book (1973), y luego, a autorxs como Angela Davis. Su primera novela, Ojos azules (The Bluest Eye, 1970), describe la alienación de una niña de once años violada por su padre, que sueña con ser otra persona, con corresponder a los parámetros dominantes (blancos) de la belleza: Pecola Bredlove, convencida de su fealdad, reza con fervor para tener los ojos azules.

En novelas como Beloved (1987), Jazz (1992), Paradise (1997) las protagonistas son mujeres afroamericanas que viven la experiencia cotidiana, íntima y singular de una discriminación racial y sexual. Ante la soledad y el aislamiento, ¿qué les queda? Fijar su atención en una estrella, un rayo de luz, en el olor embriagador de un pavo asado en medio del campo, en objetos en apariencia insignificantes, pero que están vivos, las protegen de la locura y las inician a la dimensión de una transfiguración de cuerpo-objeto a cuerpo-sujeto.

Ahí donde la sociedad americana relega a las mujeres negras al territorio más periférico de la marginalidad, en una tensión violenta entre sus cuerpos y el cuerpo social, el lenguaje y los objetos cobran una vida propia y un poder casi animista. En relación a la desviación de cierto realismo mediante aquella vida propia de los objetos, la escritora rechazaba que se calificara su literatura como realismo mágico: una apelación que consideraba como una manera de “exotizar” un estilo que no fuera occidental.

Morrison explicó que a inicios de los 70, a raíz del movimiento afroamericano por los Derechos Civiles (1954-1968), se pensaba reconquistar una singularidad y escapar a un pasado demasiado duro de procesar. En cambio, ella tenía la intuición de que esto no sería posible ignorando sus propias raíces. Había que nombrar lo que definía como una historia que había sido borrada, distorsionada y reconstruida en un nivel “fantasmal” para evitar las verdades del pasado, de alguna manera tan degradantes que nadie podría dejarlas en suspenso.

Recuperar vestigios de memoria, reconfigurarla con objetos (que también son objetos de esclavitud) a menudo extraños, por ejemplo, un árbol que se metamorfoseará en hierro forjado, es también una forma de poner en juego la condición de “bien mueble corporal” de los esclavos. Para Toni Morrison, se trata de darles una sensualidad, un espesor, una tonalidad, armando una filosofía pragmática del pequeño objeto como potencia transfiguradora.

Bajo su pluma, la memoria ausente y fantasmagórica de lxs esclavxs y de sus descendientes existe en una lengua y una cartografía sonora, visual, irreductible: “Escribir un vasto fresco narrativo que incorporara todos los grados de la ficción, mezclando voces, combinando canciones, poesía, imágenes del lenguaje, demostrando estas riquezas, fue para mí la mejor manera de unirme a esta búsqueda de una identidad general. Si mi estilo pudiera capturar la música que sentía vibrar en mí, entonces podría corregir las injusticias que se le habían hecho al lenguaje y al poder de los negros.”

En Jazz, recrea esta vibración y el potencial de resiliencia que se revela en una armonía, para la protagonista, entre liberación del cuerpo y liberación de la palabra: “Este lenguaje en el que he estado inmersa toda mi vida, quería encontrar un equilibrio entre la forma literaria y el uso vivido, mientras mantenía su "vapor", como decimos nosotros, o su soplo, si se quiere, este color tan especial donde el encantamiento y la vida cotidiana, la visión y la vida pragmática se entremezclan. La belleza de la lengua, sin embargo, tenía que respetar la fidelidad. Además del brillo, también hay cierto descuido aparente o desenvoltura. Tenemos que inventar, hacer este lado de la "improvisación" que tiene el jazz.”

Mediante aquella explosión de los sentidos, se libera el grito de la mujer doblemente esclavizada y que lleva marcadas en la memoria de su piel las secuelas de la violencia racista. Una posible reconciliación con su cuerpo se abre con un juego de voces que le permite gozar y librarse de un esencialismo falocrático. En Paradise, las mujeres que han decidido vivir juntas en un lugar que llaman el convento, se reapropian de su cuerpo a través de una danza bajo la lluvia -una lluvia que las lava o purifica de los efectos de la dominación y segregación mortíferos a los que sus cuerpos han sido sometidos.

En su rechazo a lo que la crítica literaria calificaba en su obra de realismo mágico, estaba la afirmación de un panteón africano, al que no quería definir a partir de categorías occidentales como el realismo: “La mitología negra me parece tan importante -si no más- que la Historia con H mayúscula, que fue construida desde el punto de vista del conquistador. Los recuerdos de mi infancia están llenos de estas historias con una "h" minúscula.”

Toni Morrison afirmaba no tener necesidad de documentar una tradición oral, ni quería situarla en una perspectiva de integración a una epistemología occidental. Usaba su memoria para hilvanar un hilo que no se dirigía a los blancos como centro de interlocución: “Nunca he escrito pensando en la necesidad de hacerme entender por los blancos. Todo tenía que venir de adentro”.

Desde adentro, desde el centro mismo del lenguaje, denunciaba algo similar a lo que el poeta Paul Celan había emprendido en su radical desarticulación de la lengua alemana después del nazismo. Ante el lenguaje que mata y perfora la memoria, las operaciones que la literatura, la poesía, pueden efectuar, conforman el lugar de una posible transfiguración. Al recibir el prestigioso premio sueco, Toni Morrison declaraba: “El lenguaje de la opresión es mucho más que la violencia; es la violencia misma; es mucho más que los límites del conocimiento; limita el conocimiento mismo”.