Las mentiras siempre han sido consideradas como herramientas necesarias y legítimas, no sólo del oficio del político o del demagogo, sino también del oficio del hombre de Estado. ¿Por qué esto es así? ¿Y qué significado tiene, por una parte, en cuanto a la naturaleza y la dignidad del ámbito político, y por otra en lo que se refiere a la naturaleza y la dignidad de la verdad y de la buena fe?

Hannah Arendt

I. Introducción. 

Considero a los once principios de la propaganda nazi formulados por Joseph Goebbels como un síntoma privilegiado del lazo social en la actualidad, como paradigma de la corrupción de la palabra.

Concebirlo como síntoma implica un modo de goce a la altura de un rechazo de la dimensión de lo imposible.

¿Pero cómo es posible tomarlo como paradigma actual, si la época vive la pulsión de un modo diverso?

II. La época. 

La época, ya muy alejada del modo de acumulación capitalista según la fórmula fordista, en su modalidad de la regulación de la producción de bienes igual ganancias, opera exclusivamente sobre el circuito de dinero sobre dinero.

El poder es global y financiero.

Es tal la catástrofe global humanitaria que lo pulsional, desgarrado de cómo lo formuló Lacan en su discurso capitalista, produce un empuje al orden patriarcal y falocéntrico, como lo afirma Jesus Santiago, referente de Zadig Brasil.

III. El mal

Sabemos, a partir de Lacan, de la conjunción de Kant con Sade, de tal modo que podemos leer en el testimonio de Eichmann en Jerusalén la particular interpretación del imperativo kantiano, a pesar de confesar que era un gran lector de la Crítica de la razón práctica. Según lo que nos transmitió Arendt, Eichmann había actuado de acuerdo al imperativo categórico.

Todo hace pensar que para él, el Führer seguía viviendo después del suicidio y de la capitulación de Alemania, ya que asesina a cientos de judíos posteriormente. “Es la forclusión de todo deseo, de toda modalidad que pueda provenir del amor”, según la expresión de J. A. Miller en Lakant.

IV. Etienne de La Boétie

Nacido en 1530, escribe alrededor de sus 20 años el texto “Discurso de la servidumbre voluntaria”. La gran pregunta de La Boétie es por qué grandes poblaciones se someten voluntariamente a un pequeño grupo de amos, a los cuales fácilmente podrían vencer. A su vez, cómo es posible que generaciones y generaciones repitan semejante abolición de su dignidad humana. “No es acaso en extremo deplorable que no obstante haber tantos ejemplos claros y ser el peligro tan real, nadie quiera aprender de esas tristes experiencias, y tantos continúen acercándose al tirano por propia voluntad, y que no haya uno siquiera que tenga el coraje y la capacidad de decirle al león que se hacía el enfermo: ‘iría con gusto a verte a tu guarida, si no fuese que veo demasiadas huellas que van hacia a ti, pero ninguna que vuelva’”. ¡¡El goce oscuro del sacrificio!!

V. Religión y religiosidad

Postulo y argumento que la corrupción de la palabra, en esta actualidad que es un sueño que producimos todos juntos como afirma Miller, es un efecto directo de los modos de presentarse lo religioso en nuestra actualidad.

Cuestión, en principio muy paradojal.

Contamos con el Dios del sacrificio y la religiosidad como terapia laica.

En América Latina, las iglesias evangélicas y las técnicas de bienestar, ambas importadas de Estados unidos.

J. A. Miller postula en Un esfuerzo de poesía, que asistimos a la reinstalación del Dios del sacrificio. Paradójicamente, la formulación de la plusvalía por parte de Marx marcó para Nietzsche el final de la cesión sacrificial de Dios.

Esto parecía que había velado suficientemente la grieta estructural con el llamado socialismo real, pero su final y la presencia de los fundamentalismos develan la presencia de lo real. Por eso lo religioso se presenta como lo que puede tomar a su cargo lo real, mediante el sentido.

De ahí que Miller va a formular el retorno sensacional del discurso del amo, del régimen del Edipo sacrificial. Hasta llega a decir, del retorno de la estructura edípica, como un intento de restaurar el orden patriarcal y falocéntrico, cuando todo parecía indicar la apertura del campo del no todo.

La corrupción de la palabra es bajo el modo goebbeliano, como Ravi Shankar, como los trolls y los mediáticos pastores, que atentan cada uno a su modo contra la dignidad del campo del bien decir, mediante el simulacro, como uso deliberado de la mentira, que no nombra la dignidad de la verdad mentirosa, sino la canallada como goce oscuro.

Si el inconsciente es la política, nuestra operación va en contra de la identificación, conmoviendo los semblantes y denunciando los simulacros.

Osvaldo L. Delgado es psicoanalista. Texto presentado en la Conversación de la Segunda Jornada Zadig Argentina.