Su relación con el fútbol comenzó a los 8 años, en su Estados Unidos natal. “Allá es muy aceptado que la mujer juegue al fútbol. Acá es un deporte históricamente para varones”, compara Gabriela Garton, en referencia a Argentina, su actual hogar y al que volvió hace unas semanas después de participar del Mundial de Fútbol Femenino de Francia como arquera suplente de la Selección nacional. Pero, además de ser deportista, tiene otra faceta: es socióloga y becaria del CONICET.

Graduada de la licenciada en Estudios Hispanos con enfoque en Letras por la Rice University de Houston, Texas, decidió seguir jugando en Argentina, tal vez guiada por la sangre materna, que es oriunda de estos pagos. Comenzó en River y se chocó con una situación de precariedad muy distinta a la que estaba acostumbrada. Así fue como se decidió a estudiar algo que le diera “las herramientas para analizar lo que estaba viviendo como jugadora” y lo que vivían sus compañeras, le cuenta al Suplemento Universidad. Eso devino en una maestría en Sociología de la Cultura en la Universidad Nacional de San Martín y una beca del CONICET para doctorarse en Ciencias Sociales en la Universidad de Buenos Aires. El tema de su tesis no podía ser otro: la realidad de las jugadoras de fútbol en Argentina, a través de un enfoque cualitativo y etnográfico que publicó en su primer libro, Guerreras. Fútbol, mujeres y poder. Y todo esto, con la ventaja de observar desde adentro: “Ser jugadora me abrió las puertas a una mirada más íntima del fútbol femenino”, remarca.

-¿Por qué se te ocurrió empezar a investigar sobre el fútbol femenino argentino?

-Tuve mi primer contacto con el fútbol femenino en Argentina cuando realicé una prueba con la Selección, en 2011. Todavía no estaba naturalizada y no pude jugar en ese momento. Llegué al predio de la AFA y me sorprendió todo: la ropa que usaban las chicas era viejísima, no era de ellas y la tenían que devolver; el viático que pagaban era de 50 pesos por día, en ese momento; y en los clubes no cobraban nada, porque el fútbol femenino era amateur. Cuando llegué a River en 2013 me encontré con todo lo que ellas habían descrito, y al vivirlo ya me daba cuenta de que algo estaba mal. Nos sacaban de la cancha porque cualquier categoría masculina -incluyendo a la escuelita- tenía prioridad sobre nosotras para usarla. La calidad de las canchas donde jugábamos era pésima. Mis compañeras contaban las dificultades que tenían para empezar a jugar de chiquitas: no tenían el espacio, sus papás decían que “no” porque era un deporte de varones; no tenían equipos femeninos para incorporarse hasta que fueran más grandes. No hay categorías formativas para mujeres en Argentina, hasta ahora.

-¿Cuáles fueron las diferencias que viste respecto a Estados Unidos?

-Es totalmente lo opuesto. Yo arranqué jugando allá a los 8 años. Me incorporé a un equipo de nenas que jugaban en una liga de diez equipos más con nenas de nuestra edad. Para seguir jugando, tenía categorías para todas las edades. Después, hay jugadoras que pueden llegar a ser becadas en la universidad para jugar: allá tenés la posibilidad de seguir estudiando y jugando. En Argentina son pocas las que pueden hacer ese equilibrio por un tema de horarios, y ninguna de las dos instituciones se acomoda para que la jugadora lo pueda hacer. Allá es muy aceptado que la mujer juegue al fútbol. Es uno de los deportes más populares para las mujeres. Acá es un deporte históricamente para varones, así que es una lucha también cultural.

-¿Cuáles fueron los descubrimientos que lograste con tu investigación?

-Esta exclusión de la mujer del fútbol ha sido un proceso histórico, y que el fútbol haya sido un espacio sumamente importante para la sociabilidad de los varones en Argentina hizo que el ingreso de las mujeres a ese ámbito fuera muy difícil. En temas de infraestructura, en la liga femenina de AFA, que fue más mi enfoque (en particular, UAI Urquiza), se podían ver estos temas de amateurismo y el roce con el fútbol profesional. Ahora se dio un paso hacia una semiprofesionalización, porque no son contratos como para un plantel completo, y es solamente la primera división, pero antes de esto en UAI Urquiza ya había muchas jugadoras que vivían -o sobrevivían- del fútbol, en una situación bastante precaria porque no tenían contratos, así que en cualquier momento el club las podía dejar libres, y ellas si se querían ir del club tampoco tenían garantizado poder irse.

-¿Qué efectos esperás que tenga tu investigación?

-Lo que espero es abrir la puerta para futuras investigaciones. Es un puntapié, porque es la primera tesis de posgrado en Humanidades sobre fútbol femenino. Espero que sea la primera de muchas. También hago un repaso histórico del fútbol femenino en el país, como para dar inicio a los estudios del fútbol femenino en las Ciencias Sociales. Obviamente, también quisiera ver cambios concretos en el fútbol femenino: tratar de mejorar estas situaciones de precariedad que viven las jugadoras y que haya más difusión; visibilizar más la práctica para que la gente entienda la realidad de las jugadoras y las diferencias que existen con el fútbol más conocido, el de hombres.