Hace un mes, el general Mark A. Milley afirmó que China será el principal rival de Estados Unidos para ‎los próximos 50-100 años. Lo hizo ante el Comité de Servicios Armados del Senado por ser el candidato de Trump como ‎próximo jefe del Estado Mayor Conjunto de Estados Unidos, el oficial militar de mayor rango de las Fuerzas Armadas y principal asesor militar del Presidente. Milley fue cuidadoso en definir a China no como ‘enemigo’ sino como ‘competidor’, porque “el término ‘enemigo’ significa ‘estar en guerra’ y “queremos paz, no guerra, con China”. Concluyó afirmando que “algún historiador en 2119 va a mirar hacia atrás en este siglo y escribir un libro y el tema central de la historia será la relación entre Estados Unidos y China”.

Sin embargo, calificar de ‘rival’ puede no ser suficiente para evitar romper la paz si continúa agravándose la guerra comercial entre ambos. Si en lugar de avanzar 100 años a 2119 se retrocediera un siglo, las palabras vertidas por el entonces Presidente de Estados Unidos Woodrow Wilson, el 5 de septiembre de 1919, al fin de la Primera Guerra Mundial, podrían servir de guía para las posibles consecuencias de una guerra comercial intensificada:

“Si cada nación va a ser nuestro rival (…) si decimos: ‘[E]stamos en este mundo para vivir solos y obtener lo que podamos de él a través de cualquier manera egoísta’ (…) ¿qué habremos obtenido? ¿Paz? Pero, mis conciudadanos, ¿hay algún hombre aquí o alguna mujer, déjenme decir hasta hay algún niño aquí, que no sabe que la semilla de la guerra en el mundo moderno es la rivalidad industrial y comercial?”

Wilson batallaba para que su país apoyara su proyecto de Liga de las Naciones que consideraba traería paz al mundo en base a su perspectiva liberal. No sería el caso; el Senado se lo negaría. No obstante, después de la segunda guerra mundial cobraría existencia como Naciones Unidas. Sería el inicio de lo que se entiende que fue la propuesta del Orden Liberal que EE.UU. ofrecería al mundo en contraposición al proyecto soviético. La caída de la URSS en 1991 marcaría el triunfo y la consagración del modelo liberal. Pero EE.UU. continuó procurando ‘rival-enemigo’: “la desaparición de la Unión Soviética dejó un gran agujero. La ‘guerra contra el terror’ fue un reemplazo inadecuado. Pero China cumple todos los requisitos” sostuvo, el 4 de junio pasado Martin Wolf, en su artículo “El inminente conflicto de 100 años entre Estados Unidos y China” en el Financial Times.

En estos momentos es su actual presidente Donald Trump el que es percibido como quien más está desmantelando ese orden liberal que hace tres décadas festejara su triunfo. Contra el alerta de Wilson, Trump procura reformar el mundo atropellando cualquier obstáculo a su egoísta cruzada cuyo único contenido es “América Primero”. Mientras la visibilidad mayor a la oposición a esta pretensión es el conflicto económico-comercial con China, el trasfondo geopolítico más profundo contiene también a Rusia como rival del país norteamericano.

Recientemente The Economist destacó que China y Rusia vienen profundizando lazos en su rivalidad en común contra EE.UU. El presente encuentro de estas dos naciones cuya rivalidad entre sí resultó clave para el fin de la Unión Soviética, luego de que Richard Nixon y Mao retomaron relaciones en 1971, es producto de lo que entiende Peter Conradi, entre varios autores, es el surgimiento de una nueva Guerra Fría. Por eso afirma: “Así como Estados Unidos se convulsionó con la pregunta de ‘¿Quién perdió a China?’ después de la victoria del presidente Mao sobre los nacionalistas en 1949, ahora debemos preguntarnos: ‘¿Quién perdió a Rusia?’”.

The Economist afirma que “hay diferencias cruciales entre el resentimiento de hoy y el combate mortal del pasado. Una es que la guerra fría fue una lucha sobre cuál modelo representaba el futuro para el mundo. La confrontación de hoy rechaza la idea de cualquier futuro singular. Rusia y China justifican su autoritarismo en base de la diferencia civilizatoria. No afirman que sus valores son universales; no aceptan los valores occidentales como tales”. Efectivamente, China y Rusia no sostienen que sus civilizaciones son portadoras de valores universales de la humanidad, sino solamente propios. Pero bajo esta postura, cuestionan que los valores de la civilización occidental lo sean. Así, en sus visiones, la calificación de The Economist de denominar sus sociedades de ‘autoritarias’ constituye un acto hipócrita occidental para imponerse sobre ellos. Por ejemplo, luego de la última matanza provocada por quien se identificó como parte de la supremacía blanca, China Radio International afirmó:

“Estados Unidos ha utilizado durante mucho tiempo los derechos humanos como un medio de presionar a otros países. Siempre que no esté satisfecho con algún país, publicará un informe de derechos humanos de ese país. Sin embargo, debe reflexionar sobre su propia situación de derechos humanos antes de criticar a otros países. Para muchos estadounidenses no blancos, el ‘sueño americano’ es en realidad una ‘pesadilla estadounidense’, ya que la supremacía blanca y la incitación al odio se han vuelto tan rampantes en el país”.

Por su parte, en abril, Russia Today objetó a Time su nota “El otro complot de Rusia” afirmando que “aparentemente trata sobre la construcción que hace Rusia de un ‘imperio de estados amorales’ en todo el mundo, pero en verdad esta común diatriba es en realidad una propaganda audaz para la política exterior de Estados Unidos y sus guerras para cambiar regímenes”. Más recientemente, denunció a la prensa occidental por su xenofobia, mencionando un “artículo reciente del New York Times que afirmaba que la corrupción está en el ‘ADN’ ruso y que compartir ‘no es la forma rusa’. Antes de eso, estaba James Clapper, ex Director de Inteligencia Nacional de EE. UU., diciéndole a NBC que los rusos están ‘impulsados genéticamente’ para mentir y engañar”.

La cuestión de ‘haber perdido Rusia’ hace referencia a que, tras la URSS, Boris Yeltsin inició un enamoramiento con Occidente liderado por su Canciller Andrey Kozyrev. Rusia pasó a adoptar instituciones occidentales y recomendaciones del FMI y de EE.UU. para convertirse en una ‘economía de mercado’. Pero también pensaba que sería incluida en sus pactos internacionales, como OTAN y la Unión Europea. Habiendo experimentado sucesivos rechazos, el mismo Kozyrev anunciaría el fin de la luna-de-miel con occidente. Tras la crisis de 1998, su sucesor Andrei Primakov, retoma una visión geopolítica en la política externa y anuncia el interés de acercarse a China e India. Para ese año, en el que entra políticamente en escena Vladimir Putin, el PBI ruso se había reducido al 71% del de 1992. Su tasa de mortalidad se disparó y redujo su población en 6 millones de personas en 10 años, la mitad debajo de la línea de pobreza. Rusia pasó a considerar que, más allá de sus deseos, occidente no tenía interés en incorporarla, y asumió una postura anti-occidental. La expansión de la Unión Europea y de la OTAN, incorporando países que eran de la Unión Soviética mientras se la excluía, pasó a ser entendido como un plan occidental de asfixiarla.

Para The Economist, la fortaleza de la alianza sino-ruso es puesta en duda por causa de los históricos deseos rusos, iniciados por Pedro ‘El Grande’ en el siglo XVII, en pertenecer al mundo occidental, a diferencia de China. Queda, así, en observar el ímpetu de esta identificación no-occidental entre ambos. Principalmente porque, como la publicación destaca, existe una gran diferencia de poder económico en favor de China. Además, el proyecto chino de la ‘Nueva Ruta de la Seda’ extiende su zona de influencia sobre Asia central que The Economist denomina ‘tradicional patio trasero ruso’.

Por eso apuesta a que ese carácter subalterno, ‘socio junior’, tarde o temprano empujará otra vez a Rusia a mirar hacia el oeste. En ese momento afirma que quien sea presidente de Estados Unidos deberá emular lo que hizo Nixon en 1971, cuando retomó las relaciones con Mao, quebradas desde su Revolución Comunista en 1949, y viajó a Pekín, dando un golpe fundamental a la URSS. En este caso, dice The Economist, el presidente de EE.UU. debería viajar a Moscú...

Sería la repetición de una jugada geopolítica que fue triunfal pero que en nada estuvo relacionada con valores liberales civilizatorios. No obstante, sí sería un paso lógico de parte quien está viendo cada vez más, no como rival, sino como ‘enemigo’ a China dentro del comercio liberal en la opinión de Wolf. Por eso concluye: “La ideología de China no es una amenaza para la democracia liberal como lo fue la Unión Soviética. Los demagogos de derecha son mucho más peligrosos”.

*Profesor de la Universidad Federal de Rio Grande do Sul, Brasil. @Argentreotros