“Siempre dejar de pensar es caer inevitablemente en la estupidez?”, se pregunta el gran ironista Marcos Mayer en uno de los textos que integran Las cosas del pensar (800 Golpes Editorial), en el que cavila sobre la celebración de la ausencia de la inteligencia en la reciente publicidad argentina. Este interrogante es la chispa que ilumina la conexión con Homero Simpson, “el tonto por antonomasia de la tele”, para continuar el camino de las asociaciones con otro indagador fascinado de la tontería: Gustave Flaubert, en el libro inconcluso Bouvard y Pécuchet, la historia de dos hombres grises de provincia que deciden recorrer los saberes científicos y creencias de su tiempo. “El rostro imperturbable de Buster Keaton se parece a la tozudez de los protagonistas de Flaubert. Esa perseverancia es la que les permite descubrir la estupidez ajena sin renunciar del todo a la propia. Son como estallidos de una imagen ante el espejo, pequeñas fracturas de nuestra condición que le brindan cierta nobleza a nuestra propia estupidez. Podemos así sentir piedad por nuestra condición y por aquella que compartimos. Lo que nos incorpora a ese grupo de los tontos no es, como pretenden los mensajes publicitarios del consumo indiferenciado, lo que le metemos al cuerpo sino el momento en que nos olvidamos de él, lo dejamos que se mueva por sí mismo, que sea autónomo”, plantea el escritor, traductor y periodista. 

Mayer ensaya ideas y las asocia con la desfachatez que le aporta la ironía a la hora de agitar los pensamientos para ensanchar el horizonte de interpretaciones en vez de clausurar los sentidos posibles. Las cosas del pensar son como ventanas que se van abriendo a distintas experiencias por las que circulan Charly García, Joan Manuel Serrat, Fito Páez, Keith Jarret, Philip Roth, Francis Scott Fitzgerald y hasta el humor de Alberto Olmedo y Diego Capusotto. “Beber llena el mundo de animación, a veces melancólica y otras, festiva. Las cosas se mueven a nuestro alrededor. Lo ha cantado Tom Waits como sólo un borracho vocacional puede hacerlo: ‘El piano ha estado tomando, no yo’, dice mientras cuenta que todas las cosas que pueblan el bar tienen voluntad propia, incluso su canción. La movilidad aparece también en el fantasma del delirium tremens, esa fiesta de la alucinación que convoca Horacio Quiroga en uno de sus mejores cuentos, ‘Los destiladores de naranja’. Eso sí, mientras Waits disfruta de esa perpetua condición de outsider, Quiroga cree en los destinos fatales y es tan moralista como sólo podía serlo su época”, compara el escritor en “Tal como se bebe”.

“Traté de que estos textos, para bien o para mal, fueran lo más parecido posible a mi vida, en la que conviven la literatura, la música y el humor. Otra cosa que intento hacer es mantenerme en estado de descubrimiento porque muchos de los textos surgieron de alguna lectura casual o de un disparador, como el mal trance de escuchar a Fito Paéz cantando ópera”, confiesa el autor de La Tecla Populista, Artistas Criminales y Partidos al medio, entre otros títulos, en la entrevista con PáginaI12.

–¿Por qué en la mayoría de los textos apela a la ironía?

–En la vida real, si se puede decir así, yo también soy muy jodón e irónico, más que cuando escribo. Yo discuto mucho con eso de que el humor es una elaboración distinta de la angustia para hacerla más soportable. El humor es otra forma de decir las cosas. Yo creo que Capusotto está hablando mejor y más certeramente de lo que pasa ahora sin ninguna referencia concreta que los miles de análisis que se hacen, incluido el mío. Odio la seriedad después de haber trabajado con Ernesto Sabato (risas). 

–¿Qué odia de la seriedad?

–Esa cosa de sobreactuación, de darse demasiada importancia. Serio es (Mauricio) Macri bailando en la Casa Rosada, por más que se supone que ese es un momento de joda. El problema de Macri y su gabinete no es sólo que no lean libros, sino que creen que no hay que saber. Y están orgullosos de su brutalidad. Macri es alevoso porque exhibe su ignorancia como un valor.

–Los textos de “Las cosas del pensar” están escritos contra el pensamiento dicotómico, ¿no?

–Sí, totalmente. No es algo deliberado, me sale así. Uno viene de experiencias personales y sociales en las que vivía en un mundo dicotómico: estructura y superestructura; vanguardia y retaguardia. Uno se da cuenta de que el humor de (Jorge) Corona es racista, sexista, pero hay un momento en el que también te reís. Hay cierta homofobia en Capusotto y (Pedro) Saborido muy velada con la cual uno estaría teóricamente en desacuerdo. El humor es un escenario donde pueden aparecer las cosas no resueltas. Todos nos hacemos los progres, pero los chistes de gays siguen corriendo de aquí y para allá. Y los chistes machistas también. Yo creo que parte del error del kirchnerismo fue pensar que todos éramos progres. El gran paso que dan Saborido y Capusotto es que no hay humillación, no hay ejercicio de poder de uno sobre otro. En cambio, el humor de Olmedo y (Jorge) Porcel consistía en gastar al otro. La burla al otro viene de la cultura de la oligarquía argentina, de 1880 a esta parte. Lo que hacen Capusotto y Saborido por primera vez es el humor de la democracia.

–De la lectura de “Las cosas del pensar” se desprende claramente que hay un déficit en el pensamiento de izquierda que tiene que ver con cierta falta de sentido del humor, ¿no?

–No hay que vivir subidos a un banquito; de última, nada es demasiado importante. Muchos de los intelectuales argentinos creen que su función en la vida es estar indignados; están subidos a un banquito para decir lo que está bien y lo que está mal. El humor abre la posibilidad de pensar. Yo trato de dialogar en los textos del libro, aunque fracase en esa conversación. Lo divertido es conversar, no la conclusión a la que llegaste. Yo estoy seguro de que Groucho Marx se divertía mucho haciendo sus películas. Y Buster Keaton, a pesar de que no se le movía un músculo, también. ¿Quién es mejor compositor: (John) Lennon o (Paul) Mc Cartney? No vamos a llegar nunca a una conclusión. Lo divertido es conversar, chicanear y tratar de derribar al adversario con buenos argumentos.