Le decían No Sweat, “el que no transpira”. Brad Warner tenía veinte años y era bajista en una banda punkita de pueblo. Corrían los ochenta, la era Reagan transcurría como un suplicio y se respiraban vahos de restauración conservadora. Un fin de semana, surgió la posibilidad de presentarse en un tugurio al costado de la ruta. Cuando llegó junto a sus amigos, Brad se dio cuenta de que el público estaba compuesto por motoqueros y vaqueros alcoholizados que no mostraban ningún aprecio por las vanguardias musicales. A los tres temas, los chicos tuvieron que salir corriendo para salvar sus lampiños traseros. Pero ese momento ya no existe. En cambio, el que relata la anécdota es ahora un monje que escribe libros sobre zen. Zen y rock: una combinación explosiva.

 

“En su nacimiento, el punk tenía mucho en común con el zen. No era solo el fetiche por las cabezas rapadas y la ropa negra. La actitud de no aceptar ciegamente a la sociedad es un aspecto importante de las enseñanzas budistas” relata Brad. Luego agrega: “cuando era adolescente me parecía que la música y la cultura de mi generación apestaban. Todos los rockeros parecían obsesionados con el dinero. El arte no decía nada verdadero. Frente a eso, los primeros punks buscaban algo real”.

La masificación absorbió a muchos punks en la moda y las poses. Warner atribuye esa domesticación a que no fueron lo suficientemente lejos. “Cuestionaban la sociedad y el gobierno, sí, pero no se cuestionaban a ellos mismos. No veían cómo ellos se estaban volviendo parte de la sociedad que tanto criticaban”. Y ahí, como el reflejo de la luna en un estanque, apareció el zen en la vida de Brad. El muchacho descubrió esta rama del budismo —que pone en cuestión toda estructura—, y con el tiempo pasó del frenesí de los conciertos al silencio del dojo. El contraste era inmenso. “Cuando conocí el zen, encontré que sus practicantes no solo cuestionaban la sociedad, sino que miraban profundamente dentro de ellos. No aceptaban ninguna de idea ‘normal’ sobre la vida. ¡Eran más punks que los punks!”.

—Publicó varias obras sobre el zen. ¿Cómo se hace para practicarlo?

—Muy simple. Mi segundo libro, que vino después de Hardcore Zen, se titula Sentate y callate. Esas son casi todas las instrucciones. La gente a veces llama al zazen un tipo de meditación (nota del r.: se refiere al acto de sentarse). Pero en la mayor parte de los métodos de meditación hay alguna meta. Estás intentando volverte más pacífico, más espiritual, o estás tratando de tener alguna experiencia especial llamada “iluminación”. Cuando hacés zazen, en cambio, no hay meta. Solo te sentás tranquilamente con la espalda derecha y los ojos abiertos y experimentás lo que sea, sin expectativas. Cuando hacés esto por mucho tiempo las cosas se vuelven nítidas. Vos y el mundo se vuelven más nítidos. Y te das cuenta de que la manera “normal” con que la mayoría de la gente percibe lo que le rodea está completamente equivocada.

No todo fue tan directo. En otro bucle del tiempo, Warner trabajaba metido en un disfraz de monstruo tipo Godzilla. Estar ahí, caracterizado como reptil y destrozando maquetas de edificios, había sido uno de los sueños de Brad, que en su infancia se empachó con series de TV japonesas. Finalmente lo había conseguido: vivía en Japón y deambulaba por un estudio de tele sumergido de cabeza en la industria de las ficciones niponas. Genial, salvo por el hediondo olor del traje —que antes habían usado otros cien actores— y el mal humor del equipo de grabación, que juzgaba su interpretación como más bien pésima. El empleo soñado se estaba convirtiendo en una tortura.

Hoy ese momento tampoco existe. Pero le sirvió a Warner para sentir en carne propia que los humanos nunca tienen suficiente. Desean algo: si lo consiguen, ya están pensando en la próxima angustia. Si no lo consiguen, quedan atados al anhelo insatisfecho como un pez a un ancla. El infierno es vivir encerrado en la disyuntiva, como lo sabe cualquiera que intente mantenerse a flote en una sociedad capitalista.

El zen intenta salir del atolladero. Hoy hay multinacionales que ofrecen a los empleados supuestos cursos de mindfullness: dicen que así suben la productividad y evitan que sus CEOs se arrojen de los rascacielos al comprobar que la vida no tiene sentido. Para Warner esta fiebre “meditadora” tiene un lado positivo, aun si el contexto inicial es muy cuestionable. Así como en el Japón medieval los samurái hacían zen porque les podía ser útil para focalizarse en las batallas, numerosos ejecutivos contemporáneos se concentran usando técnicas similares. Sin embargo ahí viene lo interesante. “El problema para los samuráis fue que algunos de los que practicaban zen también comenzaron a intuir que la violencia no era buena. Muchos dejaron de ser guerreros y se volvieron monjes. Creo que lo mismo va a ocurrir con las formas de meditación que se están enseñando por estos días en las empresas. Al principio les va a parecer que funciona. Pasado un tiempo, los que tomen la práctica de una forma seria comenzarán a cuestionar la mera idea de ‘productividad’. ¡A lo mejor las compañías se terminan arrepintiendo de lo que han comenzado!”.

Warner se sienta en silencio todos los días durante aproximadamente una hora. A partir de su deriva desde el rock hacia el zen —pasando por los disfraces de monstruos apocalípticos— ha escrito varios libros, protagonizó un documental y publica periódicamente en el blog Hardcore Zen y en su cuenta de Youtube. Peregrino de lo ilimitado, no cortó con el pogo y las distorsiones. Todavía se presenta cada tanto con la banda Zero Defex, el grupo de punk con el que arrancó allá por 1982.

El océano de la paradoja

“Práctica de lo indecible”, “pensamiento del no-pensamiento”, “océano de la paradoja”. El zen ha sido descripto de mil maneras y de ninguna. A lo largo de los siglos, se desarrolló a través de dos vertientes principales: Rinzai y Soto. En la tradición Rinzai, generalmente se les dan a los practicantes preguntas o historias extrañas —llamadas koans— que los maestros proponen responder. Eso ha dado pie a una literatura única, que hizo mucho por la difusión del budismo.

Brad Warner pertenece a la escuela Soto. “Nosotros estudiamos los koans a veces, pero no intentamos darles una respuesta”, matiza. Su koan favorito se llama El zorro de Hyakujo. Pese a la aparente simpleza, el relato es tan desconcertante que conviene leerlo paso a paso. Ahí va:

· Un maestro zen se encuentra con un anciano.

· El anciano le confiesa que a pesar de las apariencias, él —el anciano— es en realidad un zorro salvaje.

· Luego, el anciano/zorro le explica al maestro que en otra vida él también fue maestro zen, pero un día un estudiante le preguntó si los maestros estaban sujetos a las leyes de la causa y el efecto. Entonces el anciano/zorro dijo “no”; y por haber dicho “no” reencarnó durante quinientas vidas como el zorro salvaje que ahora es.

· Así que el anciano/zorro le pide al maestro zen que le dé una mejor respuesta y de esta forma lo libere. El maestro zen le dice: “la ley de causa y efecto es tan clara como el mediodía”. Entonces el anciano se libera de ser un zorro salvaje.

“¡Qué historia bizarrísima! —observa Warner—. Por supuesto, nunca ocurrió. Lo aclaro porque algunos creen que hay que tomarla al pie de la letra. No. Es una metáfora sobre las causas y los efectos. Es muy importante para mí, porque mi maestro zen favorito es Dogen, que vivió hace ochocientos años. Dogen escribió dos ensayos sobre este koan… y en cada uno de ellos da una interpretación que contradice a la otra”.

Fragmento de "Hardcore Zen"

"En momentos de balance y claridad, podemos ver que lo que llamamos ‘yo’ no pertenece a nosotros en absoluto. Es algo del universo. Es el universo. Sujeto y objeto son lo mismo. Nishijima dice: ‘mi personalidad se extiende por todo el universo’. Ese algo, esa cosa que a veces llamamos ‘yo’ y otras veces llamamos ‘todos y todo lo demás’ equivale al presente. Pensamos que tenemos nuestra propia mente. No es así. Participamos en una mente que incluye a toda la creación. Este exacto momento es eterno. Siempre está allí. No ha nacido y no puede morir. Y no reencarna.

Tampoco mantiene creencias u opiniones a favor o en contra de nada en absoluto.

Sí, claro: vos preferís The Pogues a los Backstreet Boys, pero el universo no. Debería, desde luego, pero el cosmos los incluye y los abraza equitativamente".