La vida despliega un cúmulo de perplejidades que parpadean entre la luminosidad del hallazgo y las sombras de la revelación. Laura Hernández, una profesora de español que también trabaja como traductora, recibe un mensaje desde Calmell (Girona), donde aparecieron unos papeles de su padre, “abundante correspondencia” y una novela inédita del escritor Celso Hernández. “¿De qué manera podían haber ido a parar algunos papeles de mi padre a un pueblito de la Costa Brava? Era muy improbable. Por otra parte, él nunca había escrito novelas, por fuerza me tendría que haber enterado. Debía tratarse de un error, pensé complacida, y debo haber sonreído porque los errores siempre me producen curiosidad, la estupidez, la torpeza de donde nacen o su fabulosa génesis, la suma de circunstancias fortuitas que lo fundan y que a su vez desencadenarán nuevos errores en un vértigo de Big Bang”, confiesa la narradora de No te quiero más (Alfaguara), de Inés Fernández Moreno, una novela que desacraliza la importancia pública asignada a los manuscritos de escritores y explora la intensa relación entre un padre y una hija.

El destino de Fernández Moreno es la escritura literaria. Aunque haya intentado “burlar” a través del trabajo publicitario y de marketing esa herencia recibida como hija de César Fernández Moreno, el autor de Argentino hasta la muerte, y nieta de Baldomero, conocido por el emblemático poema “Sesenta balcones y ninguna flor”. Su última novela parte de una anécdota autobiográfica. “Me escribió un funcionario de un ayuntamiento de la Costa Brava para decirme que habían aparecido unos papeles de mi padre. Yo me quedé asombrada, incluso pensé que se trataba de un error. Pero no: había una historia detrás de eso que era bastante novelesca –recuerda la escritora en la entrevista con Página/12-. Cuando mi viejo se fue con una beca del Fondo Nacional de las Artes a París, conoció a una joven pintora con la que tuvo un enamoramiento. Cuando él volvió a Buenos Aires, empezó a escribirse con ella. Esta joven pintora se casó con un pintor catalán, el Ferrán de la novela, que le dejó su fondo personal al ayuntamiento cuando murió. Entre esos papeles estaban los de su mujer y las cartas de mi viejo, los poemas y la misteriosa novelita inédita”.

Como sucede en No te quiero más, Inés viajó a Barcelona para encontrarse con Muriel, su hermana francesa, y viajar juntas al pueblo a buscar las cartas. “Ese viaje despertó desde recuerdos hasta angustias y preguntas del tipo: ¿es lícito que yo lea estas cartas? ¿qué me voy a encontrar? De la sexualidad de los padres mejor ni enterarse. Entre esas cartas había una foto mía con mi viejo en Mar del Plata a los doce años. Todo fue muy sorprendente y emotivo y pensé que con el tiempo se podría transformar en algo literario”, confiesa Fernández Moreno, autora de los libros de cuentos La vida en la cornisa (1993), Un amor de agua (1997), Hombres como médanos (2003), Mármara (2009) y Malos sentimientos (2015); y de las novelas La última vez que maté a mi madre (1999), La profesora de español (2005) y El cielo no existe (2013), por la que recibió el Premio Sor Juana Inés de la Cruz.

--La narradora dice que esa novela inédita es muy mala. ¿Es así?

--Es un horror, de un mal gusto espantoso (risas). Y estaba escrita en un lenguaje como centroamericano. No tenía nada que ver con mi viejo. Era un malentendido.

--La hipótesis que se trabaja en “No te quiero más” es que esa novela no era de Celso Hernández/ César Fernández Moreno, ¿no?

--No te quepa la menor duda de que no era de él. En la tapa de Nevermore decía: “N.d.C”, que podía ser “novela de Carlitos”… “de Concepción”. La “C” era la misma letra con la que empezaba el nombre de esta mujer, con lo cual mi primera conjetura fue que era de ella. Pero después encontré una carta de ella, entre las cartas de mi viejo, que estaba muy bien escrita y que no tenía nada que ver con la escritura de esa novela. A partir de mis conjeturas arrancó la parte más ficcional de la novela. Al principio la trabajé como una “crónica” que sigue más o menos los hechos, aunque hay personajes y situaciones que fueron inventadas por mí. Lo autobiográfico fue el disparador de la novela, disparador que me permitió también acordarme mucho de mi viejo durante el tiempo de la escritura. Ese trasfondo emocional salió a la superficie.

--La protagonista de la novela está atravesando un momento crítico en la relación con su pareja, cuando recibe la noticia de la aparición de esos papeles. ¿Te interesó trabajar un paralelismo entre la vida cotidiana y sus fisuras y un acontecimiento extraordinario o impensado?

--Sí, pero no fue deliberado. Yo quería contar la historia de qué había pasado con los papeles del padre. Pero al mismo tiempo a este personaje tenía que darle un trabajo y una familia. Entonces tomé algunos puntos que se vinculan con lo autobiográfico y armé ese telón de fondo de ese matrimonio. ¿Por qué una crisis matrimonial? No sé, no lo pensé mucho. No había una intención de plantar a una mujer en su crisis matrimonial, simplemente la ayudaba a meterse más en el otro mundo. La ayudaba a dejar su propio mundo cotidiano, que era incómodo.

--En la vida cotidiana de Laura aparece la lucha que tiene contra la falta de espacio en su biblioteca y cómo decide deshacerse de varios tomos de la enciclopedia Espasa Calpe. ¿Buscaste desacralizar la veneración por los libros?

--Si. No tenía dónde meter los libros. Yo intentaba vender la Espasa Calpe y sacármela de encima, pero nadie quería una Espasa Calpe del año 40. Entonces me dije: “hay que romper con la veneración a los libros”; es verdad que tiré unos cuantos tomos. Me divertía verme llevando subrepticiamente algunos tomos de la Espasa Calpe hasta el contenedor.

--Lo paradójico es que a la par que Laura se desprende de esos tomos está subyugada por los papeles inéditos del padre. ¿Cómo explicás esta paradoja?

--Hay una oposición entre las cartas, la traducción del libro sobre los superhéroes, los mailes que recibe y que escribe y la novelita horrorosa; son como distintas escalas de lo literario o de la escritura: la que es valiosa y la que se va degradando. Uno se aproxima a las cosas, pero es muy difícil saber cómo sucedieron los hechos. Cuando uno escribe siempre está moviéndose en una especie de pista jabonosa.

--De un tiempo a esta parte, quizá en los últimos diez años, se está generando un fervor muy especial en torno a lo que se podría llamar los “papeles de escritores”, textos inéditos o inconclusos, las cartas. ¿Te parece válido publicar todo, hasta lo que se escribe en una servilleta?

--No sé si este fervor es nuevo… Además de esto que pasó con mi viejo, se puso en contacto conmigo una familia que tenía poesía inédita de mi abuelo Baldomero… ¡Basta de estos escritores y sus historias con mujeres! pensé. No sé qué pasa en esta época en particular en relación con la tecnología, pero estos papeles, las cartas, tienen una impronta de mayor intimidad y de mayor cercanía que no la encontrás en su trabajo literario más elaborado. En muchos casos los escritores son personajes muy atractivos en su vida íntima, por lo menos los que conocí. Mi viejo era muy interesante por lo que decía y las observaciones que hacía en su vida cotidiana. Mi viejo me regaló una Underwood y me enseñó a escribir a máquina, me hacía pasarle cosas a máquina para que yo aprendiera. De hecho cuando empecé a escribir en computadora le pegaba a las teclas como si estuviera escribiendo en una máquina. En esto de los papeles de escritores -además de la cercanía y la mayor intimidad- debe haber nostalgia de otro tiempo. Una vez lo escuché a Guillermo Saccomanno diciendo que cuando corregías y tachabas con la equis te daba más tiempo a pensar, mientras que el ritmo de escritura de la computadora te lleva a otra velocidad. Hay una falta de correspondencia entre una necesidad de lentitud y de elaboración de ideas y de sentimientos y la velocidad a la que te impulsa la computadora. En esa recuperación de papeles está esa impronta más humana y reflexiva, donde aparece la mano y el cuerpo, ¿no? Pero tal vez lo humano esté cambiando y ya estemos ingresando en la generación de lo transhumano.

--¿De qué modo impacta la velocidad tecnológica en la escritura literaria?

--Cuando leés Guerra y paz, aparece un campo de batalla, cómo avanzan los cañones, los muertos que caen, los uniformes; toda esa masa descriptiva era posible porque no existía el cine, no existía la cultura de la imagen que hay ahora. Hoy nadie es tan descriptivo cuando escribe. Las tecnologías modifican la forma de escribir. (Marcel) Proust se pasa dos páginas escribiendo cómo era el sombrero de Charles Swann. ¿Ahora quién lo haría? Lo haría si hay intención deliberada de experimentar literariamente. Nadie escribiría naturalmente así, ni soportaría una descripción tan extensa y barroca. Uno escribe también teniendo en cuenta la enciclopedia visual que tiene el lector en la cabeza. Lo que tiene el lector en la cabeza hoy no es lo mismo que tenía hace doscientos años.

--¿Qué vas a hacer con esos materiales de tu padre y tu abuelo que aparecieron? ¿Los vas a publicar?

--No, las cartas son más personales y tendrían que ser particularmente bellas, con algo extraordinario que valga la pena. Publicar todo, hasta el último requechito, no. Lo principal ya está. En el caso de los poemas inéditos que le escribió mi abuelo a una mujer, una directora de escuela que vivía en La Plata, tendría que ocuparme. Pero estos poemas no cambian nada. No tengo una cosa de veneración ni con mi abuelo ni con mi viejo. Ahora va a salir en Ediciones del Dock una reedición de Argentino hasta la muerte. Hubiera sido imposible pensar un libro mío en librerías y al mismo tiempo la reedición de un libro de mi viejo. Me encanta esta complicidad literaria y amorosa paterno-filial.

--¿La escritura se hereda?

--Sí, aunque resistí todo lo que pude. Una vez le hice un reportaje a Griselda Gambaro y me contaba que la familia era recontra humilde, que no había un solo libro en la casa y que ella tenía una pasión por el conocimiento y la lectura y se iba todos los días a la biblioteca municipal para leer. Yo la escuchaba fascinada porque ella se construyó a sí misma de la nada. Yo no me construí a mí misma de la nada. Yo vengo de todo ese caldo literario y me resistí… Al final, ¿qué le voy a hacer? Lo mío también es escribir. ¿Qué peso, qué verdad tiene eso para mí? ¿Tiene el mismo peso y verdad que tuvo para quien de la nada se hizo escritora? Es diferente, es una manera de incluirte distinta. Siempre tengo la inseguridad o la sospecha de ser una especie de epígono de la cosa literaria familiar.

--Pero te tomaste con humor esa herencia, ¿no?

--Sí, es verdad, pero el humor estaba también en la familia. Mi viejo tenía el espíritu “cachador”, que es una palabra vieja, y Baldomero también. El humor es mi forma de estar plantada en el mundo, por más que pueda tener una mirada escéptica y melancólica. El humor es un pilar en mi vida.