Sentada sobre una carretilla que ha visto mejores días, la niña sostiene la mirada a cámara. Una mirada enigmática en la que, acaso, pueda leerse resignación. Los pies, sucios, apenas cubiertos por chanclas, se apoyan en punta sobre el suelo cochambroso que se extiende, mientras -de fondo- columnas de humo invaden un cielo ennegrecido. Un día más en Agbogbloshie, uno de los vertederos ilegales de chatarra electrónica más grandes del mundo y, por consecuencia, uno de los lugares más contaminados del globo (por encima, destacan voces en tema, de nombres como Chernóbil), amén de residuos que provienen mayormente de Estados Unidos, Europa, China. “Las tierras enfermas, las aguas envenenadas, el aire dañino”, suele explicarse, marcan el moribundo pulso de este punto del centro de Accra, capital de Ghana, donde esta joven muchachita retratada labura de sol a sombra. Se llama Rashida, y junto a otras chicuelas del área, llevan bolsas de agua en sus carretillas, que venden por 1 cedi ghanés (algo así como 10 pesos argentinos) a personas que prenden fuego la e-basura y necesitan luego extinguirlo, para así extraer los metales valiosos de los equipos (cobre, hierro, aluminio) pos quema. Un rebusque peligrosísimo, expuestos -como están- a sustancias hiperdañinas que, según estudios diversos, dejan huella en su sangre.

“Las regulaciones de salud y de seguridad, así como una atención médica adecuada, son inexistentes en Agbogbloshie, donde tanto adultos como adolescentes y niños están constantemente expuestos a humos venenosos y emisiones tóxicas”, dice una febril Carolina Rapezzi, fotógrafa italiana con residencia en Londres, cuya obra a menudo aborda tópicos sociales, políticos y medioambientales. Rapezzi es, precisamente, la autora de Rashida, como bautizó a la imagen en cuestión, en honor a su modelo. Conmovedora foto que muy recientemente ha ganado el primer puesto de la categoría Single Imagen de los prestigiosos Art Photography Awards, que entrega la publicación especializada Lens Culture con la expresa intención de destacar la obra de “artistas visionarios que están empujando los límites del medio a través de la experimentación y la innovación”.

Rashida es parte de un proyecto llamado Burning Dreams, que explora la situación de los jóvenes en este vertedero, donde han recalado niñas y niños que han emigrado a Accra desde el norte de Ghana buscando un futuro mejor. Pero la falta de educación y de dinero, las circunstancias familiares desafortunadas, la urgencia por un ingreso rápido, los ha llevado a trabajar en este depósito”, cuenta Rapezzi, que actualmente trabaja en las peligrosas consecuencias del consumismo tecnológico y el devenir de los desechos electrónicos en África Occidental. Y que antaño se inclinase por otros temas peliagudos; porque, como enumera raudamente, “he cubierto el desalojo de los refugiados de la Jungla de Calais, las protestas políticas en Londres después del referéndum del Brexit, las celebraciones del centenario de la Revolución Rusa”.

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