Dos formas son habituales para juzgar un comportamiento que de entrada es considerado negativo, ya sea de una persona cualquiera, ya de un político o de una entidad, empresa o gobierno; no se aplican a comportamientos positivos, a menos que se lo mire humorísticamente. Una es la idea de culpa, la otra la del error: son bien diferentes, es lo primero que se puede decir: la culpa se relaciona con lo “hecho” que no tiene vuelta, ni siquiera el reconocimiento lo cambia, ni siquiera el arrepentimiento, como lo proponen, casi ingenuamente, todas las iglesias; el que se arrepiente del hecho en cuestión, clama, llora y, después de arrepentirse, lo que hizo continúa, impávido, al igual que la culpa. El error supone que quien lo cometió podría haber hecho algo diferente y si bien puede tener consecuencias tolera una corrección, en suma una reparación, así las consecuencias del error perduren. La culpa, en consecuencia, es sólida, el error es líquido o gaseoso.

Por supuesto, culpa y error no son las únicas maneras de juzgar, o sea de situarse frente a lo otro --la más frecuente es la comprensión, el análisis y la benevolencia--, pero ahora, viendo un poco a mi alrededor y considerando el actual juego discursivo, macrismo (o Cambiemos) y kirchnerismo (u oposición), intento entrar por ese lado. Pienso que recurrir a esos conceptos que, como se podrá ver, no son del todo antagónicos, puede servir para moverse con algo más de soltura en la selva de conflictos que le dan una característica especial al momento actual, después de más de tres años de gobierno por lo menos confusos cuando no oscuros y peligrosos.

Y yendo a esos términos, lo primero que se puede señalar como reserva metodológica, siempre que se los acepte como punto de partida, es que apelar a esos conceptos y aplicarlos depende del lugar desde donde se aplican: una cosa es hablar de culpa o de error desde un púlpito, otra desde un juzgado, otra desde una familia, otra desde un periódico. Puedo dar un par de ejemplos simples como para empezar y para que se vea adónde voy: así, desde un lugar llamado macrismo se culpabiliza al señor Lázaro Báez por haberse enriquecido gracias a los favores que le hizo el gobierno de CFK y, de paso, a CFK por haberlo favorecido; simétricamente, se considera un error haber recuperado YPF, Aerolíneas, las jubilaciones, haberse resistido a los fondos buitre, haberle pagado al Club de París y haberle negado entrada al FMI. Simétricamente, también, para la oposición, el macrismo es culpable de haber arruinado la economía del país y haber llevado a la desprotección y al hambre a millones de inocentes ciudadanos y es un error la existencia entera de Elisa Carrió. Dicho así, y detenido en los ejemplos, tienta, como un fantasma moral, optar: ¿quién tiene más razón? Para mí la oposición, pero eso es menos importante que razonar sobre esos términos.

Por de pronto, no concluyen en esto las posibilidades de considerar ambos términos; así, puede haber un paso de uno a otro, un error puede conducir a una culpa: un conductor de un auto que por error mata a una persona no se salva de una culpabilidad, atenuada o pesada pero culpa al fin; el macrismo estima --la pesada herencia-- que el error de haber querido aumentar los impuestos a las exportaciones de minerales resultó ser un condenable crimen, o sea motivo de una culpa. Son innumerables las situaciones en que de un error se pasa a una culpa y no vale la pena enumerarlas pero no resisto la tentación de recordar que si devaluar la moneda al día siguiente de asumir el gobierno pudo ser considerado un error por apresuramiento en la medida en que los mismos que devaluaron se enriquecieron del día a la noche se convirtió en una culpa de la que en algún momento tendrán que hacerse cargo quienes cometieron ese crimen.

Lo contrario no ocurre, a lo sumo es un argumento poco consistente, muy frecuente en el lenguaje de la mafia, “tenía la intención de matar a equis pero se cruzó zeta y resultó muerto, fue un error”. Pero más interesante que las múltiples relaciones entre culpa y error es detenerse en estas palabras y tratar de encontrarles el alcance.

Veamos la culpa. Hay por lo menos tres campos en los que funciona: el jurídico es quizás el más corriente y entraña un castigo: un delito determina una culpa y da lugar a una pena, que está prevista en un código interpretable por un juez; en ese circuito el concepto funciona perfectamente; el psicoanalítico es más específico y difícil de comprender, pareciera que es inherente al hecho de estar vivo o, inclusive, lo entiende como original y originante y con el que hay que convivir sin que implique otro castigo que el de soportarlo y padecer su inminencia. Quizás ilustre esta dimensión la famosa queja de Segismundo, el personaje de La vida es sueño, de Calderón de la Barca: “¿Qué delito cometí contra vosotros naciendo?” El tercero es el que estoy intentando discernir y tiene relación con lo político y cómo se puede juzgar lo que le es atinente considerando que lo político es una zona de decisiones que tienen consecuencias y afectan, de una manera u otra, a la colectividad, amplia --el país entero-- y restringida --los individuos.

En este aspecto, quien toma decisiones políticas destinadas a un objetivo ajeno al bien común y cuyo alcance es tan criminal como la de un asesinato individual --un sujeto A que se beneficia asesinando a un sujeto B--, por ejemplo un gobierno cuyas medidas conducen al hambre de la población, comete un delito y, por lo tanto, debe ser declarado culpable y, por fin, penado. Pero puede haber un matiz: no es menos culpable un gobierno que, apoyado en determinada estrategia, se ve llevado a tomar medidas que, sucesivamente, van añadiendo a su culpa, hasta llegar a un extremo: la espectacular huida de De la Rúa a fines del 2001 es un buen ejemplo, está ocurriendo con la persistencia de Macri en seguir perjudicando al país y a su gente. También puede cargar con una culpa quien procediendo con torpeza o ineptitud hace daño y no puede retroceder.

En cuanto al error se diría que está como agazapado, esperando el momento de saltar con la sinuosa intención de alterar un equilibrio aprovechándose de situaciones o contingencias: se sabe que en momentos de confusión se cometen errores, de leves a graves, cuando eso ocurre es perturbador o molesto pero más serio es lo que sucede cuando se cree que se está logrando un acierto cuando se está cometiendo un error. De este modo, los errores pueden clasificarse en cuanto a su emergencia: errores por ignorancia, por contingencia, por arrogancia, por convicción ideológica, etcétera. El campo es inmenso, el error vigila y aprovecha una pausa en la atención, individual o colectiva, para producirse. ¿No se observa, acaso, una falta de atención en los residentes en la calle Corrientes y de la ciudad entera que no reaccionan cuando a todas vistas se está cometiendo el error de transformarla quitándole todo su carácter?

La relación entre ambos términos permite interpretar conductas pero más importante o interesante que eso es la posibilidad de hacerlo en el plano más general del interés de una sociedad. Se diría que en épocas de dictadura, frecuentes en los países de América Latina y en particular en el nuestro, la historia se nos muestra rica en violaciones a la ley y crímenes de diverso tipo; en algunos casos, debilitadas o impotentes, tales dictaduras dan lugar al establecimiento de culpas que, en ocasiones, son objeto de juicio y de castigo, como ocurrió en este país; no se trata en estos casos de errores que, en cambio, son frecuentes en épocas estables aunque, desde luego, ambos conceptos pueden cruzarse, como lo hemos afirmado precedentemente, los límites son imprecisos.

Así, si la política económica y social del engendro autodesignado “Cambiemos”, como si fuera un imperativo que se dirige a los propios enunciadores, está plagada de errores que no brotan caprichosamente sino que son subproductos de aparatos conceptuales, sus resultados pueden ser, o son, criminales y, por lo tanto, la idea de error para juzgarlos resulta benevolente, más adecuada es la de culpa, como única manera de recuperar un equilibrio que esas conductas pusieron en riesgo.

¿Llego a alguna parte con este razonamiento? ¿Sirve buscar conceptos para comprender una situación que se nos escapa porque al parecer está sostenida tanto por un grupo depredador por el momento implacable como por un sector de la población a la que los razonamientos y las categorías les son ajenas? No lo sé pero sé que hay que insistir, pensar cuesta, sin duda, y cuesta pagar por esa tan particular mercancía pero cuando se lo hace se produce un cambio, una luz se prende y bien vale la pena.