El título y la presentación de Fosse/Verdon operan como una declaración de principios. En su apertura, los dos apellidos se lucen en una marquesina que podría competir con la de la película All That Jazz (Bob Fosse; 1979). Esta es una de esas historias al estilo Hitchcock/Reville o Fellini/Masina, con la particularidad de que la mitad de esta dupla ya tuvo un autorretrato descarnado en la película mencionada más arriba. La miniserie, entonces, busca balancear las cosas al exponer el vínculo creativo y romántico de sus dos protagonistas: el icónico artista y quien fuera su esposa, musa y consejera. La biopic, producida por la hija de ambos, consta de ocho episodios y recibió siete nominaciones a los premios Emmy. Va por Fox Premium Series los miércoles a las 22.10 y está disponible en su plataforma Fox Play.

El episodio inicial abre con una escena elocuente. El coreógrafo (interpretado por Sam Rockwell) está en pleno rodaje de Sweet Charity -su debut para la gran pantalla como realizador-. Hay mujeres dominantes, las luces encandilan, los cuerpos transpiran purpurina y el baile es pura provocación. “Inhala. Una y otra vez. ¿Ya te sentís mejor?”, le dice Gwen Verdon (Michelle Williams) a un productor bastante inquieto por la líbido plasmada en escena. Queda claro que su esposa conoce muy bien los demonios de su marido. En otro momento, Fosse le pide recomendaciones por teléfono para el vestuario de Cabaret. Su opus 1 en el cine fue un fracaso de taquilla y teme fallar de nuevo. Ella está en casa cuidando a Nicole. Él en un hotel de Berlín con su amante al lado de la cama.

La de Fosse y Verdon era una relación compleja y es en lo resquicios de intimidad -alcoba, ensayos y habitaciones de hotel- donde aparece lo mejor de ambas perfomances actorales. Michelle Williams se luce como la mujer que, pese a ser considerada un ícono de Broadway, vivía a la sombra de su esposo. Lo de Rockwell es hipnótico. Si Fosse lo hubiera conocido, el protagónico de All That Jazz  hubiese sido suyo. Su personificación imanta con el cigarrillo en los labios y la cadencia borrachina. Es el genio seductor y cascarrabias que tras bambalinas compite con sus fantasmas. Solo falta añadirle Vivaldi, gotas en los ojos y la ingesta permanente de barbitúricos para hacer olvidar a Roy Scheider en aquel film.

Obviamente Fosse/Verdon le da mucho espacio a los hechos más conocidos –e invariables- de este tipo de relatos. El talento y ego desmedido del coreógrafo, el sacrificio, la luz propia y la abnegación de Verdon, la rutina de infidelidades y excesos por parte del hombre, las idas y vueltas de un vínculo que cambiarían el género del musical. Aunque no haya tanta sorpresa en el guion, la gracia es acceder al backstage de sus apuestas teatrales emblemáticas (The Pajama Game, Chicago, Pippin) y cinematográficas. Para eludir los estereotipos, la propuesta elude la cronología clásica y apuesta por una estructura rizomática. La raíz es justamente el final, una cuenta regresiva que enseña a la pareja a punto de salir de un hotel para la reposición de Sweet Charity hacia 1987. Una y otra vez se vuelve a ese momento, con pasajes oníricos en los que Fosse parece un poco como Scrooge repasando su biografía. Otra travesura de la puesta es la de usar los ensayos de sus obras para entablar un diálogo con lo que sucedía en la cotidianeidad. Por medio de montajes en paralelo, la realidad se mezcla con las canciones hasta no saber bien donde comienza una y termina la otra. Es como dice la canción y farfulla el mismo Fosse: “La vida es un cabaret, viejo”.