Agosto de 2019 quedará en la memoria de las grandes crisis argentinas. En 31 días ocurrieron eventos que resumen buena parte de la historia económica del país. Devaluación abrupta. Corrida cambiaria. Salida de depósitos. Default selectivo de la deuda. Riesgo país arriba de 2500 puntos. Desplome de la bolsa. Salto de la inflación. Límite para girar divisas al exterior. Control de cambios. Vuelta del mercado paralelo del dólar. No faltó nada

El modelo del libre mercado fue aplastado en las urnas por su falta de sensibilidad social y el desequilibrio financiero acumulado en los últimos años terminó de explotar en pocas semanas. Las opciones que le quedaron al Gobierno en términos económicos fueron tres. Dejar subir el dólar. Terminar de rifar las reservas. Poner controles cambiarios. 

La primera semana después de las elecciones los funcionarios probaron la primera opción. El tipo de cambio saltó más de 25 por ciento en un día y superó los 60 pesos. El riesgo de terminar con una espiral de precios y devaluación llevó a un cambio de estrategia.

La segunda y la tercera semana empezaron las ventas fuertes de reservas. Se ofrecieron a ritmos de 300 millones de dólares por día. El dólar se mantuvo en torno de 60 pesos pero la opción fue insostenible por otro motivo: los dólares en el Central no alcanzaban para continuar con ese ritmo de intervenciones hasta octubre. 

La respuesta de gran parte de ahorristas e inversores fue previsible. Empezaron a retirar depósitos ante la incertidumbre y el despilfarro de dólares de la autoridad monetaria. El equipo económico en un principio intentó garantizar las divisas pateando el pago de deuda en dólares de corto plazo a 180 días pero terminó aceptando que no era suficiente. 

El último domingo de agosto pasaron a la tercera opción: el regreso del control cambiario. La amenaza de la hiperinflación fue más fuerte que la ideología. La medida tiene un doble efecto. El primero es recuperar oferta de divisas a partir de obligar a los exportadores a ingresar en un plazo corto de tiempo los dólares de sus ventas. La segunda es limitar la demanda de dólares y evitar continuar malgastando reservas para frenar el tipo de cambio. 

El regreso de los controles cambiarios es mucho más que una medida económica. Se trata de la revancha para las estrategias de desarrollo y el final de un modelo rentista (libre movilidad de capitales, endeudamiento irracional y bicicleta financiera). Esta historia tiene como principal antihéroe al ex presidente del Banco Central Federico Sturzenegger. Es injusto no decirlo. Fue responsable de instaurar un ciclo de altas tasas de interés en pesos, eliminar el control de cambios y autorizar la libre entrada y salida de dólares de la economía. Estas decisiones –aplicadas a imagen y semejanza de lo que había leído en libros de Harvard- fueron la ruina para el mercado interno. No consideró los conflictos estructurales que hace décadas impactan en las economías Latinoamericanas. 

El balance de la economía -en los últimos tres años y medio sin regulaciones cambiarias- sólo puede mostrar nuevos problemas. Se pidieron 100 mil millones de dólares en deuda externa. No se hicieron obras de infraestructura. No se creció ni se incentivaron sectores estratégicos. Se duplicó la inflación. No se resolvió el desorden fiscal. Se incrementó tanto la desocupación como la pobreza. Se perdió capacidad de compra. 

El panorama no es totalmente pesimista. El anuncio de este fin de semana rompió un modelo rentista y abre las puertas para diseñar una estrategia de desarrollo enfocada en la economía real. La nueva configuración macro tiene otro sabor. Se empezó a organizar la entrada y salida de divisas de la economía. Los exportadores tienen que liquidar en un corto plazo sus ventas. Los capitales especulativos no pueden llegar y retirarse en el día. La compra de dólares es potestad de los pequeños ahorristas. Se trata de regulaciones que tienen espacio para afinarse y complementarse con otras normativas importantes como las retenciones al complejo agropecuario. La economía tiene otra vez los instrumentos importantes para embolsar rentas y distribuirlas con la prioridad puesta en el bienestar.