El paraíso soñado por muchos lectores puede ser vivir en una biblioteca o en una librería. A la mirada romántica que destila el perfil imaginado de la librera o el librero como alguien que lee todo el tiempo, la indómita realidad desmantela algunos mitos. Las cifras todavía no se actualizaron, pero según el último informe de la CAL (Cámara Argentina del Libro), 35 pequeñas librerías cerraron en todo el país, otras 30 librerías cerraron sucursales o fueron absorbidas por cadenas y hay unas 80 librerías que están en crisis y con problemas en la cadena de pagos. ¿Quién no fantaseó, aunque sea alguna vez, con tener una librería? Los sueños pueden transformarse en pesadillas en un país con una inflación por las nubes y un empobrecimiento cada vez más brutal. El fenómeno de las librerías en casa no coincide exactamente con esta crisis. Empezó tímidamente hace una década, cuando Nurit Kasztelan puso la primera librería en casa por el barrio de Villa Crespo. Desde entonces fueron apareciendo Los libros del Vendaval (Colegiales), La Vaca Mariposa (Plaza Italia) -en pausa por esta crisis (ver aparte)- y la más reciente El gato con lentes (Belgrano). Ninguna de las librerías que visitó Página/12 podría pagar el alquiler de un local a la calle. Más de una reconoce que de haberse aventurado a tener una librería convencional ya la habrían cerrado.

De hippie a librera

En Villa Crespo, sobre la calle Malabia entre Lerma y Jufré, está la librería Mi casa, de la poeta y editora Nurit Kasztelan, la primera de las librerías en casa, especializada en poesía y narrativa latinoamericana contemporánea. A las once de la mañana la luz del sol se derrama por el living donde Amelia, una gata persa colorada y mimosa, aprovecha esos pacíficos rayos que iluminan sus pupilas contraídas. Después de desperezarse y saludar a las visitas, con la cola altiva moviéndose con una elegancia aristocrática, vuelve a recostarse en su sillón preferido. “Yo venía de una crisis personal. Soy licenciada en Economía y trabajé cuatro años en el Estado, pero no me gustaba tener jefe y cumplir con un horario. Leía tres libros por semana mínimo, vivía comprando libros, y sentía que para lo único que quería la plata era para leer y para comprar más libros –recuerda Kasztelan-. Yo organizaba un ciclo de lectura de poesía, La manzana en el gusano, y los editores y amigos me fueron dejando libros”.

Nurit dice que al principio era “la hippie con bolsa” que vendía libros. “Esto funciona porque los argentinos somos creativos y nos animamos a generar nuestras propias normas. Yo no había pensado en las reglas, no pensé si estaba bien o si estaba mal. Quería libros, vendo libros. Lo hago en mi casa porque tengo una casa grande, porque no quiero pagar alquiler, porque quiero trabajar pocas horas y tener tiempo para leer. Me fui armando mis propias reglas”. La epifanía para Nurit llegó de la mano de una frase que leyó en la novela La pasión según G.H. de Clarice Lispector: “A la organización no se le opone la desorganización sino una forma nueva”. El cimbronazo de la frase fue el empujón que necesitó para renunciar en septiembre de 2009 a ese trabajo como economista para encontrar la forma de la librería en casa. “Tenía que desorganizarme, ir siendo permeable a lo que me pasaba y atravesar cierta angustia. No es que entonces dije quiero una librería en mi casa, como ahora que ya existen varias. Se fue dando y al principio a algunos les caía mal. Varios amigos libreros me decían: ‘no pagás un local’; ‘esto que estás haciendo está mal’”. Cuando nació Mi casa, los libros de las editoriales independientes apenas circulaban. “Esta librería tiene sentido por el tipo de material que tengo y por el tipo de lectora que soy. Hace diez años yo era la única que traía libros de editoriales chilenas como Alquimia o La Pollera, que entonces no se conseguían en ningún lado”, aclara Nurit.

--¿Cuántos libros tenés?

--El sistema lo sabe, yo no.

Nurit se fija en la computadora, en la base de datos organizada por géneros y editoriales, y revela el número: 9329 libros. “Tuve más”, agrega esta librera que se maneja con cita previa. Al principio le compraban libros sus amigos poetas y escritores. Después empezaron a aparecer críticos, académicos y traductores del exterior. Una vez la bibliotecaria del Iowa Programme le compró la mitad de los libros que tenía entonces, más de tres mil. Aunque le ofrecieron un local a la calle, a Nurit no le interesa. “Yo no quiero ser solo librera. Soy librera porque soy adicta a los libros, soy una lectora compulsiva y voraz. Pero también soy editora y me gusta darle brillo al otro, descubrir un autor. La literatura es un sistema y yo estoy entregada en todas sus formas: desde la escritura, la edición, la venta y las clases con mis alumnos”.

La editora de Excursiones –que acaba de lanzar los Diálogos de Liliana Porter y Ana Tiscornia- precisa cómo siente la crisis económica. “Mucha gente me dice que ya no me puede comprar más libros. Otros si antes compraban diez, ahora compran uno. Como tengo menos ventas, escribo más. Podría estar angustiada y llorando, pero me viene bien la coyuntura para escribir. Si tuviese que pagar un sueldo, la ecuación no me cerraría. Te podría decir que odio el gobierno actual, que el libro se ha convertido en un bien de lujo que no se puede comprar. Pero no me gusta la visión negativa del mundo; la queja sola no sirve. Ante lo negativo trato de reinventarme y adaptarme. Es un desastre lo que está pasando porque además la gente con mayor poder adquisitivo no compra libros. No le interesa. A quienes les interesan los libros que yo tengo por la crisis no me los pueden comprar”. A Nurit le gusta deconstruir creencias muy arraigadas. “El mito romántico del librero que está todo el día leyendo no es así: estás todo el día cargando libros, ordenándolos y reponiéndolos –enumera la poeta, editora y librera-. De romántico no tiene nada; es muy agotador”.

Sentidos bien abiertos

La bibliotecaria Silvia Aristimuño no puede concebir la vida sin libros. Tenía doce años y ya había devorado libros de Fiodor Dostoievski y Victor Hugo. En 2011, cuatro años antes de jubilarse como bibliotecaria del Instituto River Plate, decidió crear Los libros del vendaval, especializada en libros álbum, que funciona en el living de su casa en Colegiales (Enrique Martínez 836). A Bagual, un gato negro azabache heredado de los hijos de Silvia, que ya no viven más con ella, le encanta usar los libros como almohada. “La única manera de poder concretar el proyecto era poniendo la librería en mi casa”, cuenta Aristimuño que conoció los libros álbum como bibliotecaria. “Hice un curso muy corto en la escuela de libreros que ofrecía la Universidad de Tres de Febrero, antes de empezar con el proyecto. Ahí nos recomendaron, a los que teníamos ganas de tener una librería, focalizar en un nicho para no salir a competir con una librería general. Haciendo un trabajo de investigación para ese curso, hace unos diez años, me metí en el tema del libro álbum y me di cuenta de que acá no había mucho todavía: los títulos de los que yo tenía noticias no estaban y no había distribuidores”. La librería tiene unos 500 títulos de editoriales nacionales como Limonero y Niño, también de editoriales del exterior como Kalandraka, Océano Travesía, Libros del Zorro Rojo y A la orilla del viento de Fondo de Cultura Económica, entre otras. Compran muchas familias, mamás y papás, para sus hijos; y docentes de todos los niveles. Aunque es también con visita pautada, como en el Facebook publicó la dirección de la librería, a veces la gente cae espontáneamente y le toca el timbre.

“Me acuerdo que una vez vino un chico de una revista a hacerme una entrevista y me preguntó: ¿le abrís a cualquiera? Sí, yo no tengo problemas. Antes vivía con mis cuatro hijos varones y había mucho movimiento. Pero la verdad es que no soy temerosa”, confiesa Silvia. La librera recomienda algunos clásicos como Donde viven los monstruos, del estadounidense Maurice Sendak (1928-2012), que suele ser considerado el primer libro álbum, publicado por primera vez en 1963; Los misterios del señor Burdick, del autor e ilustrador estadounidense Chris Van Allsburg, editado por Fondo de Cultura Económica. “Un libro álbum es un libro donde predominan las imágenes y el texto escrito, que actúan de manera interrelacionada y no se pueden separar –explica la librera-. Texto escrito, nos gusta decir, porque la imagen para nosotros también es un texto de otra manera. El libro álbum abre sentidos, esa es otra maravilla: cada persona le va a encontrar algo diferente, ya sea por su edad, por sus lecturas, por sus recuerdos, por su experiencia de vida; hay capas de significados y una lectura diferente, incluso desde lo formal: no se lee de izquierda a derecha ni de arriba hacia abajo, sino que la lectura de la imagen empieza por cualquier parte y en cualquier sentido. Hay quienes dicen que el libro álbum es aquel que nace como libro integral de un solo autor, pero no siempre es así porque se trabaja mucho en parejas autor-ilustrador y salen cosas realmente muy buenas”.

Silvia reconoce la “caída en picada” de las ventas. “Los libros importados están carísimos para los bolsillos flacos de hoy en día; pero a veces se juntan varios y hacen un regalo que es más perdurable que una remera. La venta bajó un montón, entre un 30 y 40 por ciento menos. Si yo hubiera tenido que pagar alquiler, ya estaría pensando en cerrar. La verdad que el panorama es duro”.

Hermandad secreta

Enzo –el bebé de seis meses de Alejandra Chiesa- le toca la cola-plumero a Zucchini, el gato blanco y colorado que ronronea en el living de un departamento del barrio de Belgrano, sobre la calle Congreso, entre Cabildo y Vuelta de Obligado. Politóloga y locutora del informativo en la AM 750, Alejandra siempre tuvo la fantasía de tener una librería, hasta que en mayo del año pasado la concretó al crear El gato con lentes, la más reciente de las librerías en casa. “Me acuerdo la bronca que me daba ir a librerías comerciales y encontrarme con vendedores y no con libreros –cuenta Alejandra-. Yo quería alguna recomendación o preguntar sobre algún libro y me encontraba con vendedores. Desde ese enojo y las ganas de otro tipo de librerías empecé a buscar y me encontré con otros espacios muchos más amables, algunas librerías en casa como Tierra de Libros, en Olivos, que los conocí por unos espectáculos de narración. Y también a La Ladrona de Libros, en Monte Castro, que fui a visitarla y le compré un par de veces. Ahí empecé a fantasear: ¿Por qué no tener una librería en casa? El objetivo tuvo que ver con generar una experiencia más humana y más personalizada”.

El gato con lentes no está especializada en un género; tiene un menú variado de novelas, cuentos, poesía, infantiles y espiritualidad, y trabaja a pedido. La librería funciona con cita previa, de lunes a sábado. Alejandra suele recomendar libros en su Instagram, títulos como Subterránea, de Luciana Baca, publicado por Peces de Ciudad. “Hice varios envíos al interior, lo que me pareció una locura, a Tucumán, Chaco, Río Negro y Mendoza. No sé si tendrá que ver con que hay varios libros que no llegan allá o si es por el contacto más humano y las ganas de comprarle a un emprendimiento. Yo trato de tener libros más accesibles, entre 390 y 500 pesos, aunque hay otros como las novedades de las grandes editoriales que ya rondan los 1000 pesos. Los libros subieron mucho después de las PASO –confirma la librera y locutora-. Yo no sé si esto lo saben todos, pero el precio de los libros no los ponemos los libreros, sino las editoriales”.

La apuesta de Alejandra es que la librería crezca más. En un mes bueno llega a ganar apenas el 20 por ciento de su sueldo como locutora. “En el contexto del país y de la industria del libro, que viene muy mal desde el año pasado, no fui a pérdida. Mi primer miedo era me voy a quedar con un montón de libros, no los voy a vender, pero los voy a leer. Inicialmente empecé con una inversión de diez mil pesos y una vez que vendía libros iba comprando otros. Algunas editoriales me dan los libros en consignación, otras me piden una compra en firme para darme después en consignación”, comenta la librera y locutora que en su pequeño catálogo tiene libros de Limonero, Lúdico, Riderchail, Maten al mensajero, Peces de Ciudad, La parte maldita, Godot, Sigilo, Gourmet musical y La bestia equilátera, entre otras. “El gato representa para mí serenidad y sabiduría. Si bien los gatos son bastante solitarios, también tienen una cosa de compañía. El gato tiene mala prensa: se piensa que son independientes y que no te dan bola y no es así –advierte-. Quizá la lectura tiene que ver con tener un espacio propio, pero a la vez después compartirlo. Cortázar tenía gatos, Borges también. Hay una frase que me gustó mucho cuando leí La insoportable levedad del ser que dice que cuando Teresa ve a Tomás con un libro ella piensa que el libro es la contraseña de una hermandad secreta. Para mí hay algo de eso en los libros, en la lectura. Cuando encontrás a otra persona que le gusta lo mismo, se genera cierta hermandad”.

 

 

Crisis en casa también

 

 

La crisis económica afectó también a algunas librerías en casa. Adriana Morán Sarmiento cuenta que La Vaca Mariposa, que empezó en 2010 en un departamento en Plaza Italia, está “en pausa” por la situación del país. “Es probable que nos mudemos a fin de año. En un nuevo espacio y con otras expectativas de país, volveremos a abrir La Vaca Mariposa”, promete la librera. También cerró A cien metros de la orilla, una librería en casa que funcionaba en San Telmo, en Defensa al 900, en la casa de Natalia Romero. La ladrona de libros, de Elizabeth Graviotto, funciona en su departamento en Monte Castro, sobre la calle Lascano 4300, desde 2017. Quienes visitan a Elizabeth también se encontrarán con un gato: BenitoPepito. En Olivos funciona Tierra de Libros, que también trabaja en la promoción de la lectura, hace presentaciones de libros y ofrece talleres.