Hamlet demora su aparición, acurrucado en su rincón, con lentes oscuros y el cuerpo ovillado. El contexto podrido hiede de a poco. El letargo termina, que salga de la cáscara, que accione, que sea. Allí la cuestión. Y de qué manera. Porque el Hamlet que articula la dirección de Ricardo Arias, en la tarea conjunta que desempeñan Felipe Haidar, Gustavo Guirado, Micael Genre-Bert, Sofía Sánchez y Claudia Schujman, junto a la asistencia de Eva Ricart, arroja a Hamlet y espectadores a lo inesperado. Aun a sabiendas de cómo deviene el argumento shakespereano, nada hay que advierta sobre las sorpresas por venir, enmascaradas en referencias cruzadas, discursos encontrados, semánticas parecidas y reflejos distintos.

"La escritura de Shakespeare es esto, capas sobre capas. De algún modo, abordarlo implica poder enfrentar esa complejidad. Con los cinco actores ya he trabajado, con algunos de ellos muchísimo, como es el caso de Gustavo y de Claudia. Tenemos una relación que nos posibilita todo esto, y eso es algo que juega a favor, así como la relación dentro del elenco también es algo clave. Somos conscientes de lo que implicaba meterse con esto", explica Arias sobre Hamlet, en cartel los domingos, hasta fines de noviembre, a las 19 en Espacio Bravo (Catamarca 3624).

La obra roza las tres horas, con una cadencia sostenida en la actuación y en su ausencia simulada. Cuando Guirado dice ser Guirado, ¿quién es? ¿El rey usurpador disfrazado de actor, o el actor vuelto personaje de sí mismo? Todavía más complejo cuando algunos de ellos se desdoblen en otros, durante réplicas que auscultan la maestría del texto origen, de resonancia siempre actual.

"Una de las pautas que yo me puse fue la de no responder a lo que podría llegar a ser un estilo o una modalidad, porque si uno puede pensar un teatro actual, que ha transitado por todas las formas de actuación -que ya deconstruyó la máscara, con un actor que se ofrenda, que representa, que dice bien un texto-, lo que traté fue de que todas esas distintas formas estuviesen, hasta formas muy populares como la bufonada y el gag. Creo que eso da cuenta de cómo es mi visión de Shakespeare, y mi visión acerca del teatro", agrega Arias.

-Una visión que debiste compartir con la que ya poseían los propios actores.

-Te digo la verdad, de parte de todos hubo grandes aportes, fue recíproco. Me sorprendieron. Yo aceptaba, pero otras veces debían convencerme, así como les proponía cosas que ellos resistían y debía convencerlos. Eso es lo más lindo del proceso, siempre digo que es lo que más disfruto. Si hay algo que me gusta es todo lo que sucede durante los meses en los cuales uno hace una propuesta, los otros la aceptan, y se lleva adelante. El trabajo diario, la progresión, el desarrollo, y cómo va tomando forma. El montaje de la obra y el trabajo sobre los personajes fue eso, un ida y vuelta constante, hasta último momento.

-¿Hasta dónde tenías previsto que Hamlet fuese lo que finalmente es?

-No pude tener previsto nada. Gustavo (Guirado) siempre dice, y yo lo repito, que hacemos la obra para saber cuál es. No tenía idea de lo que iba a ser. Muchísimas de las cosas que resolví no sabía cómo las iba a hacer, como el problema que nos generó la escena de los actores: ¿cómo resolver esta cosa de teatro dentro del teatro? Y en realidad hicimos una doble vuelta, no solamente hicimos el teatro dentro del teatro, sino a su vez lo real dentro del teatro. Deconstruimos la teatralidad. Creo que eso fue un hallazgo, y lo siento de ese modo porque no tenía idea de cómo hacerlo. Lo que había trabajado mucho fue sobre un texto base, una especie de adaptación de la obra para cinco actores, pero después eso se reescribió casi completamente. Los actores pusieron lo suyo y así fuimos articulando y montando.

-Se nota, de parte de ellos, una entrega total.

-Me pone contento poder saber que hicimos nuestro trabajo del modo más riguroso que pudimos, y también en un tiempo que nos permitió hacer lo que hicimos del modo como lo hicimos, más aún cuando al teatro rosarino se lo mide demasiado con la vara del "profesionalismo", juzgándonos como parte de un teatro siempre degradado frente al teatro porteño. Así que me pone contento, porque es lo que nosotros hacemos. A veces no me gusta que pongan "versión de Ricardo Arias" porque no lo siento mío, lo siento nuestro, del elenco y de la gente con la que trabajo, porque lo profesional no tiene que ver con la persona o el dinero, sino con el rigor con el que hacés tu trabajo. Y yo le dedico la vida a esto, es lo único que hago.

-Y Shakespeare, inevitablemente, dice sobre el momento que toca.

-Fue muy difícil, porque es fácil caer en la chabacanería o banalidad. Tuve y tengo miedo porque hay muchísimas cosas, desde las pistolas Taser hasta el "mirá cómo me ponés" que Polonio le dice a Ofelia, que surgieron durante los ensayos y te obligan a preguntarte qué hacer. Por otro lado, hay algo muy fuerte en el lugar de Ofelia, y es clave, en relación a lo que tiene que ver con el lugar de la mujer. El de Gertrudis es distinto, porque la monarquía es otra historia, pero Ofelia es una cortesana, y en este caso es el lugar tremendo que le toca a la mujer.

Las luces caen y con ellas el silencio. Oscuro, inevitable. El horizonte último. Hamlet se debate consigo, le espera ese momento íntimo. Que toca profundo. Gracias a una tarea que responde, al decir de Ricardo Arias, "a una tradición de gente que viene laburando de un modo incesante durante muchísimos años. Es en el teatro rosarino en lo que pienso".