Cerca de siete millones de tunecinos votan por segunda vez en democracia a su presidente, en el inicio de un mes electoral clave para su joven y frágil transición, desde la caída de la dictadura en 2011. Se presentan 24 candidatos en una elección en la que se espera un final incierto y abierto. Debido a la repentina muerte del presidente Beji Caid Essebsi en funciones en julio pasado los comicios tuvieron que adelantarse, dejando un caos en el calendario electoral: las elecciones legislativas serán dentro de tres semanas.

A esta primera vuelta concurren candidatos de un variopinto perfil ideológico. Sólo compiten dos mujeres, la abogada Abir Moussi, defensora de los nostálgicos de la dictadura, y la ex ministra de Turismo, Salma Elloumi, vinculada a la oligarquía tradicional. Sin embargo, solo cinco de los candidatos parecen tener opciones claras de acceder a una segunda vuelta, que se celebraría antes del 13 de octubre si ninguno de los candidatos consigue más del 50 por ciento de los sufragios en la elección de este domingo.

Si bien las encuentras oficiales no están permitas por la ley, algunas filtradas por institutos extranjeros conceden la mayoría a un controvertido magnate populista de la televisión: Nabil Karoui. El candidato se encuentra actualmente en prisión por un presunto delito de evasión y blanqueo de capitales. En las últimas horas la Corte de Casación tunecina se declaró "incompetente" para abordar el caso de Karoui, rechazó su recurso para salir de la cárcel, por lo que no podrá ir a votar. Antiguo colaborador del partido en el poder Nidaa Tunis y del fallecido presidente Essebsi, el multimillonario ganó apoyo en la población gracias a sus visitas a las zonas rurales y más desfavorecidas, donde mezcló un discurso antisistema y repartió medicamentos frente a las cámaras de su canal de televisión. Sin embargo, genera dudas por varios motivos: tiene una escasa capacidad de movilización, ya que no cuenta con estructura de partido; pasó buena parte de la campaña en la cárcel; y centró su discurso en la denuncia de una supuesta conspiración del poder en su contra.

Entretanto, la primera fuerza en el Parlamento y ganadora de las elecciones municipales de 2018, el partido conservador islámico Ennahda presenta por primera vez candidato a la presidencia. Su elegido es el abogado y jurista Abdelfatah Mouro, uno de los fundadores del movimiento en la década de los setenta y actual presidente del Parlamento.

La sorpresa podría provenir del candidato independiente Kaïes Said, un jurista de prestigio, favorable a la pena de muerte y en contra de los homosexuales, que encontró repercusión entre los más jóvenes. Colocado en un discreto séptimo lugar en las encuestas previas al inicio de la campaña, algunas lo ubican en la segunda posición, que le daría acceso a la segunda vuelta. Por su parte, el primer ministro del país, el liberal Youssef Chahed, afirmó el jueves en la radio que solamente contaban tres partidos, el suyo, el de Nabil Karoui y el islamista Ennahdha. "El resto no existe", aseguró.

En este contexto, expertos coinciden en que la crisis económica -principal preocupación de los tunecinos- y la forma en la que se comporte el voto joven serán las claves para un resultado incierto y apretado, que seguramente va a influir en las legislativas de octubre, de las que saldrá el nuevo Parlamento y Gobierno. La vuelta a la democracia tras la revolución en 2011 trajo libertad de expresión pero no prosperidad económica y la población está preocupada sobre todo por el desempleo, los bajos salarios y la inflación.

Para complicar más el escenario político tunecino, mientras esta campaña presidencial termina otra se inicia el próximo viernes, ante las legislativas del 6 de octubre. El calendario inicial preveía la presidencial en diciembre, tras las legislativas, pero la muerte del presidente Caid Essebsi en julio trastocó los plazos. Por ello, los tunecinos votarán por sus diputados entre las dos vueltas de la elección presidencial.

Túnez vivió en 2011 una revolución que provocó la caída de la dictadura de Zine el Abidine ben Alí y desde entonces siguió por la vía democrática, con la celebración de varias elecciones. La ruptura del 2011 trajo libertad de expresión pero no prosperidad económica y la población está preocupada sobre todo por el desempleo, los bajos salarios y la inflación. Las prerrogativas del presidente siguen estando limitadas porque la constitución de 2014, que quería pasar página de décadas de poder personal, da el protagonismo al parlamento.