Dentro del aluvión informativo que provocaron durante el fin de semana la final del Mundial de básquet en China y el debut de Diego Maradona como DT de Gimnasia y Esgrima La Plata, pasó inadvertido que el pugilismo argentino consagró un nuevo campeón del mundo. El sábado por la tarde en el Music Halle de Berlín, el bonaerense Jeremías Ponce venció por puntos en 12 rounds al alemán Rico Mueller y conquistó el título de los superlivianos (63,500 kg de límite) en la versión de la IBO, la Organización Internacional de Boxeo, la quinta entidad en importancia entre las que rigen la actividad a nivel mundial.

Ponce tiene 23 años y está invicto en 25 peleas, con 16 triunfos antes del límite. Pero más allá de que vale mucho un triunfo en el exterior en épocas en las que, por lo general, los boxeadores compatriotas pierden feo cuando salen del país, su corona no será oficialmente reconocida. La Federación Argentina sólo homologa los campeonatos mundiales del Consejo, la Asociación, la Organización y la Federación Internacional: los cuatro organismos a los que se halla afiliada. Razón por la cual a priori no debería incluirse a Ponce en el listado glorioso de campeones que inauguró Pascual Pérez en 1954.

Que quede claro: no se trata de restarle méritos a la consagración de Ponce. Ni de negar el acierto de su experto preparador y manager, Alberto Zacarías, de enfocar su carrera en Europa y de desechar los ofrecimientos para llevarlo ya mismo a los Estados Unidos. En todo caso, la corona superwelter de la IBO le servirá a Ponce para cobrar mejores bolsas en sus próximas presentaciones y para seguir ganando roce internacional sin correr demasiados riesgos, no más que eso.

En la actualidad, no hay grandísimos campeones entre los superwelters. El invicto californiano José Carlos Ramírez (CMB y OMB) y los también invictos Regis Prograis (AMB) y Josh Taylor (FIB) no parecen inaccesibles. Pero, por ahora, todos parecen estar un paso por encima de Ponce quien seguirá rodando por los rings europeos a la espera de que llegue la hora de ir por los títulos que realmente vale la pena ganar.