Al fin los millennials heredaron la Tierra pero, a pesar de sufrir la infinita apatía del sistema, están repitiendo el mismo patrón de vida que les enseñó sobre la imposibilidad adquisitiva y la extrema flexibilización laboral. Es quizá esta herida de decepción lo que hace que voces como las de la activista centennial Greta Thunberg le recuerde a la generación anterior que su misión era cambiar el planeta. Ayer, la adolescente sueca de 16 años recibió en Washington el premio Embajadora de Conciencia de Amnistía Internacional , junto al movimiento estudiantil contra el cambio climático Viernes para el Futuro. “El activismo funciona”, resolvió Thunberg al recibir esa distinción.

Su aparición en 2018 en torno de la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático ya había demostrado que hay pocas cosas a las que el mundo le tenga más miedo que a una niña con dos trenzas despeinadas, decidida a diseccionar su audiencia. Después de todo, ella debería ser todo lo que es vulnerable e inocente y, sin embargo, existe y piensa más allá de la idea canónica de lo que debería ser una adolescente sueca de 16 años. O de 15, como tenía cuando se impuso ante Naciones Unidas y habló del consumo verde y la concientización global .  

En esa intervención, Greta se revelaba a la idea de “no quejarse de nada porque lo tiene todo” como persona del primer mundo. Los adultos de la conferencia la miraban entre enternecidos y aburridos, espectadores de una generación que no saben cómo sofocar. Después de todo, la bestia empática milénica, que generó artistas eclécticos, sólo ansía un pasado mejor e inexistente mientras compra nostalgia, pero... ¿quiénes son estos centénicos? ¿No se supone que son criaturas ultra digitales?

En la conferencia, Greta Thunberg pintaba con metáforas un futuro posible: “En el año 2078 celebraré mi cumpleaños número 75. Si tengo hijos, tal vez pasen ese día conmigo y tal vez hablemos de ustedes. Tal vez me pregunten porqué no hicieron nada aún cuando había tiempo de actuar. Ustedes dicen que aman a sus hijos por sobre todo y aún así les están robando su futuro frente a sus ojos”.

No llevó mucho tiempo para que los cyber trolls sacaran una radiografía de su vida y la utilizaran para descartar todo por lo que ella pelea. En seguida se burlaron de la depresión que le habían diagnosticado a los 8 años, además de síndrome de Asperger y autismo. Con un revés, Greta les respondió que eso es su superpoder: “Sin mi diagnóstico no podría haber hecho esto, porque probablemente habría hecho lo que todo el mundo, habría seguido con todo sin pensar demasiado. Ahora pienso demasiado en todo y no puedo dejar pasar las cosas, porque me importan y están grabadas en mi cabeza”.

Esa pregnancia se hizo verbo cuando comenzó todo y se sentó frente al Parlamento Sueco, con un cartel que decìa “Skolstrej för klimate” (Huelga Estudiantil por el Clima), a principios del año pasado. Inspirada por la viralización de la Marcha por Nuestras Vidas de los estudiantes estadounidenses que reclamaban por una reforma en el estatuto de control de armas, Thunberg repartió volantes con esta frase: “Estoy haciendo esto porque ustedes, los adultos, se están cagando en mi futuro”. Después de todo, la niña Thunberg había sufrido el verano más caluroso de hacía 262 años y entendía que había que reducir las emisiones de carbono, tal lo pautado en el acuerdo climático de París.

 

La violencia que Hollywood quiere seguir vendiendo a través del cine sobre la Segunda Guerra Mundial quedó más que vieja. La nueva idea de peligro climático fue la que la inspiró a escribir un ensayo para un diario sueco: “Quiero sentirme segura. ¿Cómo puedo hacerlo si estamos viviendo la mayor crisis de la historia humana?”. La historia de la activista teen se viralizó en Facebook y aunque su huelga se transformó en el paro de los viernes, muchos estudiantes alrededor del mundo siguieron su ejemplo. Para diciembre del año pasado, más de 270 ciudades se habían contagiado de Greta. En este mayo, ya participaban más de un millón de jóvenes, desde más de 100 países.

El “efecto Thunberg” es una identidad generacional, además de un código que deja pasmado al planeta. ¿Cómo entender a una chica que prefiere viajar 15 días en un yate con paneles solares para cruzar el Atlántico? ¿No es que todos quienes viajan a la Cumbre de la ONU sobre la Acción Climática lo hacen en un avión que tarda ocho horas en llegar a Nueva York?

El planeta adulto no lo entiende. Un titular de la BBC dictamina: “Greta Thunberg: por qué puede ser contraproducente depositar las esperanzas en la lucha contra el cambio climático en la joven sueca”. La mayoría del artículo se ocupa de hablar de lo escalofriante que parece ser hablar con ella, lo polarizante de su posición y el sangrado económico que le causa a las aerolíneas. El corresponsal de medio ambiente del diario intentó decodificar su discurso preguntando por qué ataca sin ofrecer alternativas: “Nuestra responsabilidad como adolescentes es exigir que otros tomen su responsabilidad y hagan algo. Exigir soluciones, no proveerlas”. Porque claro, Greta tiene recién ahora 16 años. Ella nació sin culpa de un planeta forzado al desastre ecológico.

 

Qué miedo parecen tenerle los millennials a sus sucesores porque no empatizan con su frustración y reclaman acción. Esa misma reacción obtienen artistas como Billie Eilish, la chica que usa ropa holgada y produce música bizarra con videos escalofriantes que se alejan de la melosidad de Camila Cabello y Ariana Grande. Eilish nació en 2001, fue educada en su casa y no logra encajar en lo cánones predeterminados. Su canción all the good girls go to hell fue lanzada en su Instagram con un epígrafe contagiado de fiebre de Thunberg: “En este momento, hay millones de personas en todo el mundo rogando a nuestros líderes que presten atención. Nuestra tierra se está calentando a un ritmo sin precedentes, las capas de hielo se están derritiendo, nuestros océanos están aumentando, nuestra vida silvestre está siendo envenenada y nuestros bosques están ardiendo”.

 

Los medios grabaron el recibimiento de estudiantes neoyorkinos cuando Greta llegó a Estados Unidos. En medio de su huelga estudiantil por el cambio climático, agradecen muy emocionados la presencia especial de la activista. Ella, acovachada entre una columna y el suelo, frunce el ceño y no agrega nada. En un mundo donde ni las celebridades ni los santos se pueden tocar, Greta se sienta en la Tierra con una idea fija en la cabeza. Las palabras serán para aquellos adultos que necesitan “el efecto Thunberg”.